Educar en la escucha de Dios

Estos días acaba el curso escolar. Llega el tiempo de las vacaciones para todos, independientemente de cuáles sean las «notas». Con el inicio de las vacaciones, la educación escolar se retira durante un tiempo y deja el campo libre a la educación familiar y en el tiempo de ocio.

La familia tiene como misión esencial el compromiso y la responsabilidad de educar a los hijos, en el sentido de conducirlos adecuadamente hacia la edad adulta. Conviene recordar que los hijos, especialmente cuando son menores de edad, necesitan el apoyo material, afectivo y moral de los adultos. Padres y madres, quiero agradeceros vuestro esfuerzo y dedicación para acompañar, formar y orientar a vuestros hijos para que un día puedan llegar a ser personas maduras, responsables, honradas y solidarias.

La escuela colabora con la familia para lograr este objetivo, pero no podemos olvidar que la responsabilidad primera y última de la educación de los hijos corresponde a los padres. Es bueno preguntarse qué significa educar. Coincido con los pedagogos que argumentan que educar significa construir humanidad y conferir un proyecto de vida a las personas.

Sin embargo, un proyecto de vida requiere esfuerzo y trabajo. En primer lugar, hay que tener dominio interior para liberarnos de ataduras que limitan nuestro crecimiento y capacidad de decisión. En segundo lugar, tenemos que descubrir nuestro proyecto de vida para establecer una escala de valores que nos ayude a responder auténticamente a las necesidades más profundas de autorrealización. Y, en tercer lugar, hay que tener la fortaleza interior para tomar decisiones, día a día, según este proyecto. Es por ello que escuela y familia deben ser capaces de facilitar las herramientas y recursos que ayuden a los niños a buscar su proyecto vital.

Queremos que todos los niños y niñas puedan descubrir que no están aquí por casualidad, sino que existen porque Dios, que los ama con locura, tiene un proyecto particular y único para cada uno de ellos. Hay que ayudarles a descubrir cómo Dios les va hablando y les va mostrando ese camino particular en su beneficio y de toda la sociedad. Para hacerlo posible, previamente, los adultos deben aprender a escuchar cómo Dios habla a nuestro corazón, cómo Dios nos va mostrando su voluntad a cada uno de nosotros y en cada momento.

Sí, es precisamente en la conciencia donde el ser humano siente esta voz que le va indicando el camino. La conciencia, como dice el Concilio Vaticano II, es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, en el recinto más íntimo de su conciencia, donde resuena la voz de Dios.

Aprovechemos este tiempo de verano para dedicar algún rato al encuentro personal y familiar con el Señor. En nuestra oración personal, preguntemos a Dios: Señor Jesús, ¿qué nos pides en este momento? ¿Qué podemos hacer por Ti? Entonces dejemos que poco a poco podamos responder con inspiraciones profundas en nuestro interior. Sigámoslas y veremos lo que pasa.

Estimados hermanos y hermanas, la sociedad debe ser consciente del valor de la educación, escolar y familiar. Un aspecto importante de la educación es aprender a escuchar la voz de Dios, que habla a nuestra conciencia, en lo más profundo de nuestra persona.

† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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