Madre, enséñanos a ser discípulos misioneros
La Virgen eligió la propuesta que Dios le hizo, todos podemos aprender mucho de Ella. Plena y totalmente abierta a al Señor, dijo sí para que tomase rostro humano y viviese como uno de tantos entre nosotros, en medio de esta historia. En Ella vemos que un discípulo misionero o se abre totalmente a Dios o no lo es. María no se comportó como controladora, sino como facilitadora de la presencia de Dios en medio de todos los hombres sin excepción. María no pidió ninguna recompensa, no quiso ser aduana, quiso darle todo a Dios, porque solamente así se le puede anunciar a los hombres.
En ese camino, en el que tuvo que atravesar regiones montañosas, María nunca mostró miedo ni se dejó llevar por la desesperanza, nunca quiso tirar la toalla. Desde el instante en que recibió la noticia, vivió en la alegría y la dicha de ser llamada a cambiar la historia y las relaciones entre los hombres, no por sus fuerzas, sino llevando la presencia real de Dios. ¡Qué bien lo expresa el texto de la Visitación! Asistiendo a su prima Isabel, le hizo experimentar que el Señor estaba con ellas, le hizo reconocer el valor de su adhesión y decir: «Dichosa tú que has creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá», al tiempo que hizo saltar de gozo en su vientre a su hijo no nacido, Juan, que experimentó la cercanía de Dios. Y esta Buena Noticia la llevó a todos sin excepciones, privilegiando a quienes suelen ser los olvidados y despreciados. En Ella se hicieron así verdad las palabras de san Juan Crisóstomo: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida». Fue capaz de compadecerse de los clamores de los hombres, se interesó por los demás, por cuidarlos.
Al igual que María, como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii gaudium, un discípulo no debe obsesionarse por la «transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas», sino que el anuncio debe concentrarse en lo esencial para que la propuesta sea «más contundente y radiante». Recordemos las bodas de Caná y la intervención de la Virgen a aquellas gentes en apuros: «Haced lo que Él os diga». Dejó a un lado la ansiedad que todos tenían y miró a los ojos de los otros y escuchó, Ella quería ofrecer a todos la vida de Cristo. Sintamos el gozo, la pasión por ofrecerla, temamos más a encerrarnos en nosotros mismos y a dejar de mirar a los otros; seamos discípulos misioneros como María, promotores y generadores de sentido en nuestras ciudades, donde aparecen otros lenguajes, símbolos, mensajes, paradigmas o modelos, que ofrecen nuevas orientaciones de vida, a veces en contraste con el Evangelio de Jesús. Se nos pide que no temamos a equivocarnos, que imaginemos nuevos espacios de oración y de comunión que sean más significativos y atractivos, que iluminen los nuevos modos de relación con Dios, con los otros, y con el espacio que suscite valores fundamentales, nada de barnices. Hay que alcanzar con la Palabra los núcleos más profundos del alma de este mundo. María, nuestra Madre, nos ayudará.
Tenemos un Año Jubilar Mariano por delante, con la Santísima Virgen como protagonista. Como Ella, pongamos la mirada en Jesucristo. Seamos hombres y mujeres que no tienen miedo a la santidad, hombres y mujeres que no tienen miedo a que Dios quite fuerza, vida o alegría, sino todo lo contrario, pues llegaremos a ser fieles a nuestro ser. Depender de Él nos libera y nos hace reconocer nuestra dignidad, más santos y más fecundos para el mundo. Nunca tengamos miedo a dejarnos amar por Dios como lo hizo nuestra Madre, nos hace más humanos al encontrase nuestra debilidad con la gracia.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid