La Navidad, lección de sencillez

Los Evangelios Apócrifos son textos escritos en el primitivo cristianismo que nunca fueron aceptados en el canon de libros inspirados del Nuevo Testamento. Generalmente muestran hechos extraordinarios, sospechosos al sentido común y a la forma discreta de hacer las cosas. Uno de ellos hace referencia a los esponsales de la Virgen María.

Según esta leyenda el Sumo Sacerdote reunió a los jóvenes de la Casa de David aspirantes a casarse con María y les invitó a depositar sobre el altar el bastón que llevaban diciéndoles que aquel que floreciera sería el del elegido del Señor. Fue el de José el que floreció.

Las cosas, sin embargo, debieron transcurrir de un modo más simple y natural en este enamoramiento, y cuando intervino la mano de Dios de modo extraordinario lo hizo con la mayor discreción posible. Si algo distingue los primeros tiempos de vida de Jesucristo es la ausencia de espectacularidad. El Evangelio de San Lucas, el que refiere con mayor detalle el nacimiento de Jesús, muestra precisamente que el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad transcurrió de la forma más sencilla.

Estos días navideños repasamos sus palabras de humildad sublime, tras situar a José y María en el escenario de un edicto de empadronamiento del emperador: «José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada».

De este modo, como de puntillas, entró en el mundo aquel que, siendo Dios, fue el creador del universo. Bien dijo un conocido periodista: si yo hubiera vivido allí en aquella época, seguramente habría entrevistado al rey Herodes, o habría hecho reportajes sobre el censo, pero me habría pasado por alto que en una cueva de Belén había nacido el rey del mundo.

Ante la Navidad caben dos posturas: una es entretenerse en lo secundario, contemplar las luces de los almacenes, el tráfico de regalos, las posibilidades de viajes, esperar comidas suculentas… La otra es fijarse en lo esencial, en que nos ha nacido nuestro Redentor, celebrar con la familia esta gran fiesta cristiana, gozar del silencio necesario para adorar en nuestro corazón a Jesús niño y pedirle que aprendamos su lección de sencillez y de paz para poder transmitirla a todas las personas que nos rodean.

De todo corazón os deseo una feliz Navidad.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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