San José: la inteligencia y el corazón al servicio de los demás
Vamos a celebrar, como todos los años en torno a la fiesta de san José, el Día del Seminario. Y lo hacemos este año con este lema: Apóstoles para los jóvenes. Lema que alude de alguna manera al Sínodo de los Obispos que en el mes de octubre vamos a celebrar con el tema Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Como cuenta el Papa en el documento preparatorio, «en Cracovia, durante la apertura de la Jornada Mundial de la Juventud, les pregunté varias veces: “Las cosas, ¿se pueden cambiar?”. Y ustedes exclamaron juntos a gran voz “¡sí!”. Esa es una respuesta que nace de un corazón joven que no soporta la injusticia y no puede doblegarse a la cultura del descarte, ni ceder ante la globalización de la indiferencia». Añadiría a esta pregunta esta otra: ¿Estáis dispuestos a cambiar las cosas, poniendo la inteligencia y el corazón al servicio de los demás como sacerdotes?
Os hago esta pregunta a vosotros los jóvenes, quienes estáis en el seminario y a quienes estáis pensando y discerniendo vuestra vocación, para dar un paso importante en vuestra vida. Lo hago acercando a vuestro corazón aquellas palabras de los discípulos al Señor ante la tempestad: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!», «¿por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,25-26); o aquellas otras del profeta Jeremías que, ante lo que Dios le pedía, siente miedo y es Dios mismo quien le dice: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jer, 1, 8). ¡Qué fuerza tiene descubrir en Jesús que quien se entrega se encuentra a sí mismo! Y en ese sentido a mi me ayudó repetir esa oración de san Ignacio de Loyola, no por pura y simple repetición, sino gustando y sintiendo en lo más profundo de mi corazón todo lo que en ella digo al Señor, viendo cómo lo voy haciendo en la vida: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta».
Porque para ser apóstoles para los jóvenes es bueno responder al amor de Cristo ofreciendo nuestra vida con amor. Qué bueno es para la inteligencia y el corazón pensar que Cristo se ha entregado por cada uno de nosotros y nos ama de modo único y personal. Y es bueno porque inmediatamente sale una respuesta a ese amor: ofrecerle la vida con el mismo amor. Para esto es imprescindible renovar y fortalecer la experiencia del encuentro con Cristo muerto y resucitado por nosotros. Ser apóstoles para los jóvenes supone ir tras las huellas de Cristo, pues Él debe ser la meta, el camino y el premio. ¡Qué pasión engendra en la vida descubrir la nueva vida que viene de Dios, pero para responder a la llamada de Dios y ponernos en camino! Para dar esa respuesta no es necesario ser ya perfectos, pues es en la fragilidad y en la limitación humana donde nos podemos hacer más conscientes de la necesidad de la gracia redentora de Cristo.
Os voy a hacer una propuesta para ser apóstoles para los jóvenes: asumamos el modelo educativo que san José practicó:
1. Pongamos la inteligencia y el corazón, lo que somos y tenemos en nuestra vida al servicio de todos los hombres. Así lo hizo san José desde su fe honda y profunda al decidirse por Cristo. La esperanza que jamás defrauda es la que eligió san José, ponerse a su servicio, cuidarlo. Desde el momento que supo que «el engendrado en María es por obra del Espíritu Santo […] hizo lo que le había mandado el ángel y tomó consigo a su mujer». Siempre me ha impresionado la vida de san José y a él me encomiendo siempre, él intercede por nosotros, custodia a los discípulos de Cristo; por eso, la última oración del día se la dirijo a él para que siga custodiando nuestras vidas y haga que no tengamos otra ocupación y preocupación que hacer presente a Jesucristo en medio de los hombres. Por otra parte, me impresiona la humildad de san José, que sin más título que un árbol genealógico lleno de grandes hombres y mujeres de Dios, pero al mismo tiempo lleno también de grandes pecadores, acepta ser custodio del Hijo de Dios.
Destacan en san José su fe y su confianza absoluta en Dios, su adhesión incondicional a Dios, su decisión por Cristo, siguiendo la llamada que Dios le hacía. ¡Qué fuerza tiene contemplar el sí de san José a Dios y su sí a la Virgen María! De ese sí a Dios y a quien ha prestado la vida para dar rostro a Dios, brota la fuente de la verdadera felicidad, entre otras cosas porque libera al yo de todo aquello que lo encierra en sí mismo y así entra en la riqueza y en la fuerza del proyecto de Dios, sin entorpecer nuestra libertad y nuestra responsabilidad.
2. Seamos valientes custodios de Jesucristo en este mundo con inteligencia y corazón. ¿Cómo? Hoy es importante que el ser humano no se deje atar por cadenas exteriores como pueden ser el relativismo, buscar el poder, el lucro a costa de lo que fuere, el no reconocer al ser humano en todas las etapas de su existencia… Hay que ser valientes para recordar con quienes vivimos lo que es el hombre y lo que es la humanidad. San José es modelo de decirnos qué es el hombre y qué es la humanidad; es custodio de la plenitud del ser humano y de quien da plenitud a la humanidad regalándonos su humanismo. Custodio de Cristo. Aquí sí que entra esa valentía de san José para defender la presencia del Hijo de Dios en este mundo.
San José es modelo de valentía inteligente, custodia y acompaña a Jesús en todo su camino de presencia en este mundo, sobre todo en los primeros momentos de su vida entre nosotros, cuando Dios quiso vivir dependiente en el seno de una familia. ¡Qué bueno es contemplar a san José junto a María, ocupándose de que nada le faltase a Jesús para el desarrollo sano de su vida! Presente en la adoración de los Magos de Oriente y siempre en segundo lugar, «entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y postrándose, le adoraron». Y convirtiendo a la Sagrada Familia en una familia emigrante: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga». Valiente para acompañar a Dios en el exilio de Egipto, en esa dura experiencia de vivir refugiados para escapar de la amenaza de Herodes. Valiente para volver de Egipto cuando le dice Dios: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel». Valiente para establecerse en Nazaret, cuidando a Jesús y a su Madre, viéndole crecer.
3. Acojamos y pongamos en práctica con inteligencia y corazón el modelo educativo de san José: crecer en edad, sabiduría y gracia. ¿Cómo ayudó san José a Jesús a crecer en esas tres dimensiones que debe tener toda educación –edad, sabiduría y gracia–?
En cuanto a la edad, se ocupó de que no le faltase nada de lo necesario para un desarrollo sano. Nazaret fue el lugar donde más tiempo estuvo Jesús, allí vivió con intensidad la vida de familia, el amor que venía de Dios unía sus vidas. Allí incluso aprendió la profesión de José y uno necesariamente tiene que pensar en las conversaciones tan diferentes que tendrían, pero seguro que no faltaba el recuerdo por parte de san José de dos momentos importantes: la presentación en el templo y su pérdida y reencuentro cuando estaba entre los doctores de la ley. En la presentación en el templo, Simeón dijo: «Porque han visto mis ojos tu salvación». ¡Cuántas veces san José contempló en Cristo la salvación de todos los hombres! ¡Qué atento estaría a su cuidado y defensa para que llegase esa «luz, gloria de Israel» –que era el mismo Cristo– para iluminar a toda la humanidad! Cómo le quedarían grabadas las palabras que les dijo Jesús a él y a María cuando lo encontraron en el templo hablando con los doctores de la ley: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?». La respuesta de Jesús fue: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». No lo comprendieron, pero con inteligencia y corazón siguieron cuidando de Jesús.
¿Por qué es modelo educativo en sabiduría? San José fue todo un ejemplo de maestro de sabiduría, pues había alimentado su vida personal en ser fiel y dejarse guiar por la Palabra de Dios. Y seguro que acompañó a Jesús desde muy pequeño, sobre todo los sábados a la sinagoga, a la escucha de la Sagrada Escritura. Este hombre justo, custodio de Dios, que había sido obediente a Dios en todo lo que le pidió; era maestro de sabiduría y contagiaba la misma a quienes estaban a su lado.
En cuanto a la gracia, se nos dice en el Evangelio de Jesús que «la gracia de Dios estaba con Él» (Lc 2,40). Seguro que san José alimentó esta dimensión educativa aún más junto a Jesús a quien la gracia acompañaba. De ahí que la Iglesia haya visto siempre en san José un fiel custodio que alienta el estar llenos de gracia.
San José es modelo educativo que nos ayuda a crecer en esas tres dimensiones que son necesarias para el ser humano: en edad, sabiduría y gracia. Quienes somos llamados de modo especial a ser apóstoles para los jóvenes, tenemos en san José una ayuda, la misma que tuvo Jesús.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid