Desde el vientre materno
Los relatos vocacionales que refieren la consagración de algunos personajes desde el vientre materno hablan directamente de cómo el Dios de la vida los ha elegido, pronunciando su nombre; esto es, dándole una personalidad misionera, lo que significa que han sido destinados para cumplir con una tarea en beneficio del pueblo de Dios. A la vez, esta designación temprana, nos indica que para Dios no hay nada imposible, como tampoco hay acepción de personas. El elige a quien quiere y sin condiciones de ningún tipo. Su verdadera preocupación es la de demostrar que es un servidor ya marcado desde sus orígenes humanos.
Esto se repite en diversos momentos de la historia bíblica. Se puede aplicar lo mismo en el caso de Juan el Bautista. Engendrado en condiciones nada favorables, ya que sus padres estaban en edad avanzada, es consagrado en el vientre de Isabel para una misión peculiar. En el encuentro de Isabel con su prima María, siente cómo el niño que viene en camino ha sido marcado por la presencia de Dios. Zacarías, su padre, lo ratificará luego de su nacimiento al entonar un himno de gratitud y alabanza: “Bendito el Dios de Israel porque ha visitado a su pueblo”. La gente, luego del nacimiento de Juan, reconocía que la mano de Dios estaba con él.
El libro del Apocalipsis, posteriormente, hará una referencia a los que una mujer vestida de sol engendrará para una misión concreta. Si bien, se le puede dar una connotación mariana, el símbolo de dicha mujer está orientado a identificar a la Iglesia, la madre de los nuevos creyentes. Desde su seno, los que nacerán gracias al bautismo, son dedicados y ungidos por el Espíritu para cumplir con la misión que todos los discípulos de Jesús han recibido: anunciar el Evangelio a todas las criaturas, llegando a ser “luz del mundo” y “columna” de apoyo para toda la humanidad.
Este mensaje de la Palabra de Dios, iluminado por el episodio del Bautista, nos permite a todos los cristianos a experimentar la llamada de Dios para ser santos como Él y dar testimonio suyo en todo tiempo y lugar. Es importante reconocer que esa experiencia la podemos vivir desde dos perspectivas. Una, más personal, ya que hemos sido elegidos todos por Dios para ser sus hijos y para convertirnos en discípulos misioneros de Jesús. Aunque se concretiza en el bautismo, ya desde el vientre materno el Dios de la vida nos elige. Nos marca como sucedió con el Bautista, gracias a la acción redentora de Jesús. Por eso, no sólo hemos de estar agradecidos a Dios, sino tener la conciencia de un compromiso al cual nos ha invitado.
Pero, a la vez, no se trata de un hecho aislado en la historia personal de cada uno. El hecho de ser hijos de la Iglesia, nos recuerda que también hemos sido bendecidos y consagrados desde su seno maternal. Ello nos hace entender cómo cada uno de los cristianos bautizados hemos recibido la llamada a hacer realidad el Reino de Dios, el anuncio del Evangelio y la presencia viva de un Dios de amor mediante nuestro propio testimonio. Se trata de una experiencia de vida. No es un mero protocolo que se queda en alguno que otro rito o en las páginas de un libro de registro… Se trata de una consagración, lo cual conlleva que hemos sido marcados para poder realizar una misión que forma parte de nuestra propia identidad y vocación.
La persona y ejemplo de Juan el Bautista nos recuerda que también cada uno de nosotros ha sido elegido y marcado desde el vientre materno. Cada uno de nosotros está llamado a hacer lo mismo que él realizó: anunciar la presencia salvadora de Jesús y construir los caminos en medio del desierto. Para ello, además de dar gracias a Dios, sencillamente tenemos que tener una actitud: plena apertura de corazón y mente, conciencia de que somos elegidos y marcados por la gracia y, sin duda, total disponibilidad para que Dios actúe hoy, como siempre, por medio de nosotros.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.