Copacabana se viste de cruz

La playa símbolo mundial del hedonismo se dio un baño de multitudes recatadas y una pasada por la cruz, la señal del Crucificado y de todos los crucificados del mundo de hoy y de ayer. Pero a Copacabana todo le sienta bien. Y su larga playa, bordeada de hoteles de lujo, fue el escenario de un via crucis posmoderno, pero, al fin y al cabo, via crucis, lleno de luz, sonido y color. Una mezcla típica carioca, a la sombra lejana del Corcovado.

Sin la riqueza del patrimonio religioso español (uno de los más importantes del mundo), Rio-2013 no pudo competir en arte con Madrid-2011. Por eso, optó por un via crucis escenificado. Con escenarios modernos, trufados de símbolos artísticos actuales. Un intento logrado de unir el pasado con el presente, la tradición de la pasión con su carga transformadora actual.

En el contexto modernista de la celebración, algunas escenificaciones brillantes, como la de las 10 mujeres con niños arropando a la Madre de Jesús, las 25 Verónicas o el contenedor, en cuyo interior cae Jesús por segunda vez.

Entre los símbolos, resalta el candelabro de los 7 brazos (guiño abierto al judaísmo) o las enormes gotas de sangre que colgaban en el descendimiento detrás de La Piedad.

Pero lo mollar de la pasión escenificada en Copacabana estuvo en los testimonios leídos y en el discurso final del Papa. Por el via crucis desfilaron todas las víctimas, todos los crucificados. Del mundo y de la “Tierra de la Santa Cruz”, el primer nombre de Brasil.

Con textos cuidados, sugerentes y proféticos, elaborados por los padres Zezinho y Joaozinho, dos religiosos dehonianos. El primero de ellos muy conocido, desde los años 80, por sus canciones religiosas, auténticos hits mundiales.

Cruces antiguas y nuevas, como la droga, el paro, las adiciones (incluida la digital) o los enfermos terminales. Y por si las escenificaciones del director Ulysses Cruz no hubiesen sido suficientes, Francisco volvió a denunciar las injusticias que oprimen a los más pobres.

Con una referencia de nuevo clara y directa a la “corrupción” política y a la “incoherencia” evangélica de los ministros de Dios. Crítica y autocrítica. Y denuncia de los perseguidos por su religión, sus ideas o por “el color de su piel”. Éstos y otros muchos conforman la muchedumbre de los nuevos esclavos que, según la organización internacional del trabajo, alcanzan la cifra de 21 millones de personas víctimas del tráfico de seres humanos.

Pero, tras el viernes santo, viene el domingo de gloria. Hay salida, hay esperanza. Porque, según Francisco, en la cruz, Jesús se une al silencio de “las víctimas de la violencia que ya no pueden gritar”. El crucificado es el abogado de los sin voz. Ademas, por muy grandes que sean nuestra cruces, Jesús carga con ellas y “con nuestros miedos”.

José Manuel Vidal
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