Una Iglesia atenta al latido de la calle

Tras tantos años recluidos en la sacristía, asomando sólo por las ventanas para arrear mamparrazos, a los obispos españoles les cuesta soltar el lastre de la era Rouco y de su Iglesia-aduana, para lanzarse, con armas y bagajes, hacia la Iglesia hospital de campaña que quiere Francisco. Y eso significa estar atentos al latir de la calle. E intervenir en el debate público no para condenar (como hasta ahora), sino para ofrecer consuelo.

Este país lleva años sufriendo. Y mucho. Tiene las costuras desgarradas y el alma rota por la desesperanza. Este país, indignado por la galopante corrupción, espera de la Iglesia una palabra de esperanza. Espera que a los católicos les duela el alma. Espera que sus pastores salgan a las plazas públicas y a los púlpitos para ejercer su oficio de "pontífices" (puentes) y su doble misión de anunciar y denunciar.

Alejado Rouco de los puestos de (ordeno y) mando, a la cúpula eclesial actual ya no le quedan disculpas. Ya no puede ocultarse detrás de la sombra (por muy alargada que sea) del cardenal destronado. Blázquez, Osoro y Gil Tamayo tienen que dar la cara. Y partírsela por los españoles que ya no tienen lágrimas que derramar de tanto sufrir y penar.

Estar al tanto del latido de la calle significa escuchar el grito de socorro del pueblo. Y denunciar su situación de opresión y de abandono de su clase dirigente. Desde las máximas instancias, es decir desde la CEE o desde el magisterio de los prelados más significativos y más conocidos. Es decir, más mediáticos.

De poco vale que los obispos de la provincia eclesiástica levantina hayan denunciado la corrupción en su reciente encuentro celebrado en Valencia. No tienen foco, no están en la agenda de los medios y su denuncia apenas ha tenido eco.

La denuncia episcopal, para que resuene alta y clara, tiene que venir de la Conferencia episcopal o de alguna de las "estrellas mediáticas episcopales", los obispos cuyas declaraciones tienen eco en la prensa. Y son muy pocos. Estamos hablando de Blázquez y Gil Tamayo, por ser presidente y secretario de la CEE, de Carlos Osoro, de Antonio Cañizares, de Lluis Martínez Sistach, José Ignacio Munilla (protagonista por el cargo que ocupa de obispo no querido de San Sebastián) o los los cardenales jubilados Rouco y Amigo.

Con distintas graduaciones éstas son las voces que tienen que asomarse al foro público para anunciar esperanza y denunciar a los políticos corruptos. Sin pelos en la lengua. Sin lenguaje alambicado. Sin decir y no decir. Como el Papa, al que se le entiende todo, sin necesidad de exegetas. Hace sólo un par de días acaba de decir que, aunque le llamen comunista, tiene que anunciar y denunciar que todo el mundo tiene derecho a un techo, a un trabajo y a una tierra.

Lo ideal, para conseguir el máximo eco es que lo haga la CEE. Desde uno de sus máximos órganos: El Comité Ejecutivo, que se celebra la próxima semana. O, como muy tarde, desde la Plenaria, que comienza el 17.

Dejarlo para más tarde sería desperdiciar una ocasión y defraudar, una vez más, las expectativas del pueblo de Dios. ¡Cuesta tan poco una palabra de alivio y consuelo y esperanza! Y si fuera acompañada de un gesto concreto de ayuda a los más necesitados, mejor aún. Pastores atentos a las penas y alegrías de sus ovejas los quiere Dios y el Papa.

José Manuel Vidal
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