La Iglesia sí se regenera
Durante siglos, la Iglesia no había unido el abuso de menores con el pecado contra el Espíritu Santo. Y la sociedad tampoco lo consideraba un delito horrendo. Juan Pablo II comenzó a legislar tímidamente, para proteger a la infancia de los lobos clericales. Benedicto XVI convirtió la lucha contra la pederastia en la clave de su pontificado. Barrendero de Dios, hizo pasar a la institución en poco tiempo del ocultamiento a la tolerancia cero y se ofreció como chivo expiatorio de esa lacra que amenazaba con arruinar la credibilidad de la Iglesia. Porque si ésta pierde la credibilidad, traiciona su misión.
Consciente de ser una institución ejemplar y ejemplarizante (dice a los demás cómo tienen que comportarse), la Iglesia puso en marcha su propia resurrección y, de hecho, fue la única institución global capaz de regenerarse a fondo y desde la cúpula. Francisco trae la primavera a la Iglesia. Está poniendo en marcha la revolución de la ternura, ha pasado de la tolerancia cero a la tolerancia cero más cero con los pederastas clericales, y se ha convertido en un icono de esperanza para el mundo. Ninguna otra institución global ha sido capaz de realizar esta revolución. Tampoco, en el ámbito de la protección de la infancia.
Quedan inercias de otras épocas y otras concepciones teológicas, como la que defendía el cardenal colombiano Darío Castrillón y otros prelados, según la cual un padre no denuncia a su hijo ante la Justicia y un obispo es un padre para sus curas. Quizás la actuación del arzobispo de Granada responda a esta sensibilidad equivocada. Pero el propio Papa le ha pedido cuentas. Y, por supuesto, también lo harán la Justicia civil y la canónica.
Doble vía judicial para las manzanas podridas del clero. La civil, para el delito. Y la canónica, para penar el pecado con la penitencia de la reducción al estado laical (no son dignos de ser curas) y con la piedra de molino al cuello del pecado que no se perdona.
José Manuel Vidal