Y no estreche las manos de sus colaboradores y salude con ellas juntas o con la palma en el corazón Por favor, Papa Francisco, póngase mascarilla y denos ejemplo y esperanza
La gente normal y los pobres se verían reflejados en usted y, al verle como ellos, su esperanza crecería. Y les daría fuerzas para seguir adelante en su lucha contra el virus
Dejaría en evidencia, sin necesidad de mencionarlos a los Trump, Bolsonaro y demás dirigentes políticos mundiales, que colocan la economía y los intereses del capitalismo por encima de la salud y de la vida de las personas
Ayudaría a echar por tierra las teorías negacionistas y conspiranóicas, que promueve e instiga por todos los medios la ultraderecha política y religiosa
Así como al rezar abrazamos mentalmente a Dios, es el momento, Papa Francisco, de que nos dé ejemplo y nos abrace en la distancia
Ayudaría a echar por tierra las teorías negacionistas y conspiranóicas, que promueve e instiga por todos los medios la ultraderecha política y religiosa
Así como al rezar abrazamos mentalmente a Dios, es el momento, Papa Francisco, de que nos dé ejemplo y nos abrace en la distancia
Nadie duda de que el Papa Francisco carga sobre sus espaldas todo el peso del dolor de la pandemia, que recorre las venas del planeta, con su rastro de muerte, pobreza, desolación y desesperanza. Lo escenificó el Viernes Santo ante el Cristo de la peste. Todo el mundo sabe que el Papa fue el primero en colocar a su institución global en actitud de lucha contra el virus y colaboración total con las medidas que iban tomando los dirigentes mundiales.
Nadie como el Papa ha puesto el dedo en la llaga de la pandemia, que retrata al mundo y descubre sus vergüenzas ocultas. Nadie como él ha recordado, una y mil veces, que estamos juntos en esta barca de la casa común y que de ésta o salimos unidos o no salimos. Y para salir juntos y mejores, pide solidaridad y subsidiariedad y que no sigan pagando el pato los de siempre y que “las multinacionales y las farmacéuticas no primen sobre la gente” y que la vacuna sea un bien universal.
Santidad (aunque ya sé que no le gusta este apelativo, y a mí, tampoco), ¿por qué, entonces, no se pone la mascarilla en público? Sólo le hemos visto con ella, hace unas semanas y de una forma fugaz y con una foto robada, cuando se bajaba del coche que lo trasladaba a la audiencia del patio San Dámaso. Si no se la pone, Papa Francisco, póngasela. Y si se la pone, ¿por qué esconderse?
Póngase la mascarilla, primero, por la gente. Para que lo vea con ella. Usted es un referente religioso para millones de personas y moral para el resto de la humanidad, especialmente para los pobres. Se verían reflejados en usted y, al verle como ellos, su esperanza crecería. Y les daría fuerzas para seguir adelante en su lucha contra el virus. Porque los descartados sólo tienen eso, una mascarilla (y, a veces, de cartón) para defenderse de la pandemia.
Además, si lo vemos con la mascarilla en los actos públicos e, incluso, en los litúrgicos, ayudaría a echar por tierra las teorías negacionistas y conspiranóicas, que promueve e instiga por todos los medios la ultraderecha política y religiosa.
Si se pone en público una mascarilla, aunque sea simplemente la quirúrgica (tampoco necesita una con su escudo ni con los colores blanco y amarillo del Vaticano), dejaría en evidencia, sin necesidad de mencionarlos a los Trump, Bolsonaro y demás dirigentes políticos mundiales, que colocan la economía y los intereses del capitalismo por encima de la salud y de la vida de las personas. Si se deja ver sin mascarilla, se está dejando comparar con esos líderes y, además, parece estar contradiciendo su discurso de la Laudato si de que todo está conectado y de que los pequeños gestos locales y personales cuentan. Y mucho.
Por todo ello, me atrevo a pedirle un gesto más, papa Francisco, el de la mascarilla, para normalizar de verdad el papado, sin excepciones. Y si hay alguna dificultad de fuerza mayor que se lo impide (quizás no pueda ponerla por sus antiguos problemas pulmonares), díganoslo. Y lo entenderemos perfectamente, sin necesidad de tener que fiarlo todo al opaco 'por algo será'.
Más aún, Papa Francisco no me gusta verlo en las audiencias estrechando la mano de los obispos y funcionarios de Secretaría de Estado que le ayudan, por muy colaboradores suyos que sean. Y menos, besar las manos de unos sacerdotes, como hizo hace unas semanas. Y ya sé que es costumbre besar las manos de los curas recién ordenados, porque están ungidas con el óleo santo. Pero no, en estas circunstancias y ante las cámaras.
At the end of this morning's General Audience, Pope Francis kissed the consecrated hands of recently ordained Priests. Let us pray for these priests, may they be holy servants of the Lord, and let us also pray for more vocations to the Sacred Priesthood pic.twitter.com/HnohcT34Uo
— Catholic Sat (@CatholicSat) September 23, 2020
Querido Papa Francisco, la situación sanitaria actual no nos permite abrazarnos ni tocarnos. Ni siquiera, a veces, los padres podemos achuchar a nuestros hijos. ¡Cuánto besos y abrazos almacenados! Hoy, el afecto nos lo tenemos que demostrar respetando la distancia, evitando el contacto, saludando con la mano en el corazón o con las dos manos juntas en ese gesto litúrgico tan bello y tan antiguo.
Así es como podemos cuidar hoy los unos de los otros. Así es como tenemos que demostrar hoy que nos queremos: protegiéndonos y protegiendo, sobre todo, a los más vulnerables. Así como al rezar abrazamos mentalmente a Dios, es el momento, Papa Francisco, de que nos dé ejemplo y nos abrace en la distancia. Verlo con mascarilla hará crecer la esperanza de la gente.