Hemos de desahogar nuestras preocupaciones

Enfermos y Debilidad

Hemos de desahogar nuestras preocupaciones

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No quebrar nuestra cabeza (BBC)

Hace unos días se desahogaba conmigo una persona muy apreciada: “Estoy destrozada: mi padre y mi esposo han muerto en el corto espacio de seis meses. No puedo aguantar…” No es fácil consolar a quien sufre un trauma de esta clase. Ningún manual existe que nos ofrezca una receta para mitigar tanto dolor. Es verdad que siempre acudimos a una serie de tópicos para consolar al triste; peor sería no hacerlo. Y es cierto que alguna de estas frases, aunque parezcan prefabricadas, calman el ánimo y ayudan a reconfortar de alguna manera a quienes aqueja el dolor del alma.

Partimos del principio general: nadie está preparado para sufrir, porque llevamos en el instinto ser felices. Pero siempre es posible ir recuperando la paz de espíritu y acercarnos algo a la felicidad. Es necesario cuando llegan estas terribles ocasiones desahogar el alma con lágrimas, como homenaje al que se fue. El mismo Jesús lloró la muerte de su amigo. Pero tras un periodo de duelo, hemos de pasar a una fase de reflexión, sin “regodearnos” en una angustia desesperada. Ya sé que es fácil decirlo, pero lo difícil e importante es intentar llevarlo a la práctica. No se trata de menospreciar hechos de gran relieve, sino de no permitir que la tristeza mine para siempre el alma con una depresión. Y lo cierto es que, aunque nos duela estar tristes, toda la fuerza de nuestro ser reclama y se adhiere a las ideas pesimistas.

La fe y la esperanza cristiana nos ayudan. Aunque nos cueste hemos de repetir en nuestro interior: “En Ti, Señor, he esperado, jamás quedaré confundido”.  El Espíritu Santo mora en nuestra alma por la gracia santificante, es el “Dulce Huésped”, nos acompaña en todo momento de dolor. He conocido personas a quienes una buena confesión les ha ayudado a encaminar de nuevo su vida; porque la gracia de Dios hace maravillas. A nada conduce el destrozarse por dentro. El mismo amor que nos tenemos, apoyados en nuestra fe en la vida eterna, nos ayuda a levantar la cabeza hacia lo Alto de donde nos viene el auxilio. Muchos esfuerzos hacen los psicólogos para intentar consolar a quienes sufren, pero si nuestra mirada no remonta hacia la trascendencia es muy difícil que estas heridas lleguen a cicatrizar bien.

En realidad, nadie puede considerarse fuerte para superar estos traumas terribles. Es muy conveniente la ayuda de personas, sobre todo cuando ellas tienen fe. Poco a poco el tiempo va cerrando las heridas más profundas. Y a la larga queda dentro de nosotros una fortaleza, una madurez y un corazón tierno que nos ayudan a comprender y a consolar a personas que más tarde pasarán por trances parecidos. Contemplamos a Jesús en cruz, pero con la gran seguridad de que resucitó. De Él nos viene la principal seguridad y esperanza.

José María Lorenzo Amelibia

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