¿Es Jesús, máximo referente en tu vida?
Con un tono solemne y ante su esposa, hijos y nietos, el abuelo proclamó con voz entrecortada por la emoción: Jesús ha sido el gran referente en mi juventud, matrimonio, como padre y abuelo. Cierto que no he sido un cristiano ejemplar pero sí orgulloso de haber sido bautizado en la Iglesia católica y haber conocido a Jesús en unos ejercicios espirituales. Él, Jesús, me fascinó con su persona y mensaje. Siempre recordaré el momento en que le acepté como mi camino, verdad y vida. Sí, queridos, Jesús ha sido el referente máximo y primero en mi vocación familiar, en mi profesión y relaciones sociales. Lo que lamento es no haber correspondido como Él esperaba de mí”. Y la emoción le impidió seguir hablando. Un aplauso familiar y el abrazo de la abuela dio paso a la exposición de Jesús como referente del cristiano y al testimonio de Francisco de Asís como el mejor de los cristianos.
Jesús, referente del cristiano
La persona, doctrina o institución que se toma como modelo, es el referente para los creyentes o miembros militantes. Por muchas razones, para creyentes o cristianos, Jesucristo es la figura a la que podemos llamar referente definitivo y absoluto
Jesús referente por su extraordinaria personalidad
Dentro y fuera del cristianismo, la figura de Jesús ha despertado el asombro de creyentes y no creyentes por los valores tan excepcionales de su vida y su doctrina. Desde la perspectiva humana, Jesús suscitó la admiración porque poseyó una personalidad excepcional y predicó una auténtica revolución con sus criterios, especialmente del Reino de Dios. En su conducta, destacó el amor, la coherencia y la fidelidad a Dios Padre. Históricamente, fue también una víctima que sufrió la violación en sus derechos humanos hasta padecer la muerte en la cruz.
Fascinación universal.
Es un hecho histórico incuestionable: muchas personas han encontrado en Cristo el prototipo de los valores humanos y un medio excepcional para relacionarse con Dios apoyados simplemente en su autoridad ética como creyente extraordinario. Hasta los mismos incrédulos reconocen la autoridad moral de Jesús: «de tal modo próximo a Dios que casi no se nota la diferencia» (Renán).
Por supuesto que a lo largo de la historia han sido innumerables los cristianos fascinados por Jesús, el Enmanuel, el Dios con nosotros a quien entregaron sus vidas. ¿Alguna razón especial? ”Jesús es el Hombre sobre todos los hombres” (Pedro Arrupe). ”Tras la caída de tantos dioses en nuestro siglo, este Jesús fracasado y traicionado..., sigue siendo para incontables personas la figura más impresionante de la larga historia de la humanidad” (H.Küng);
Basta una lectura imparcial del Evangelio para encontrar en Cristo el prototipo del creyente ante Dios y el hombre siempre al servicio de los hermanos. Junto a su coherencia y radicalidad, destaca en sus relaciones el testimonio del hombre libre, sin prejuicios ni ataduras mentales; que amó sin límites, que luchó y murió para realizar su ideal de salvación. Jesús fue un profeta que predicó condenó las injusticias y actuó contra la mentalidad legalista y contra falsedad. Y murió perdonando a quienes le crucificaron.
Cristo, primer “referente” como maestro de justicia y del amor
La Buena Nueva ilumina y enriquece la dimensión antropológica de la justicia con Cristo como el gran referente, como el testigo que más puede motivar, el maestro con mayor autoridad y el instaurador de una justicia con mayores horizontes.
Cristo, el Hijo, nos comunicó el amor de Dios Padre; Jesús, el profeta, testimonió el amor radicalizado a Dios Padre. Como testigo fiel, predicó como inseparable el amor a Dios del amor radicalizado con el prójimo. Con claridad y contundencia, el Salvador manifestó el modo de amar a Dios y al prójimo. Jesús, el maestro, y con toda autoridad, expuso las líneas fundamentales de la conducta del discípulo a la hora de relacionarse con total-radicalidad con Dios Padre y con los hombres, sus hermanos.
Cristo exigió la radicalidad a los discípulos en el amor fraterno.
Junto al amor, Jesús propugnó un cambio profundo, revolucionario cuando defendió la dignidad y la libertad de la persona frente a determinadas normativas tradicionales. Él buscó la esencia de la ley y la redujo al amor en un ambiente religioso donde la observancia de dicha ley se consideraba como la mediación esencial en la relación del hombre con Dios. Por eso, violar la ley era una respuesta grave para un judío.
No se comprende a Jesús, maestro de la justicia, si no se tiene en cuenta su testimonio como persona justa que motivó para que el discípulo obrara honradamente con amor y en verdad. Desde la perspectiva humana, Jesús despertó la admiración por sus valores humanos y por su doctrina que vivió coherentemente. Se trata de una auténtica revolución con su proyecto del Reino de Dios que propugna una humanidad según verdad, justicia, libertad, paz, vida, y amor. En su vida, destacó junto al amor y la fidelidad a Dios Padre, el testimonio de una conducta, honrada, coherente: justa. Jesús no solo predicó la justicia sino que su vida fue la de una persona respetuosa y responsable que murió víctima de la injusticia humana. Junto al amor, Jesús propugnó un cambio profundo, revolucionario, cuando defendió la dignidad de toda persona frente al legalismo tradicional.
Ante Cristo como referente
Jesucristo es realmente referente en la medida en que el cristiano:
1º sienta admiración y fe por Cristo y su mensaje. Y acepte a Cristo como el modelo –referente- para su vida entera;
2º tome conciencia por el Bautismo de ser “otro Cristo”, un hombre nuevo.
3º decida para pensar, sentir y actuar, vivir como un seguidor de Jesús.
4º practique el amor a Dios con la radicalidad de Cristo.
5º ame al prójimo con la radicalidad de Jesús
6º y colabore con Jesucristo en el Reino-Reinado de Dios según posibilidades.
Jesús, referente máximo para Francisco de Asís
Entre los innumerables seguidores de Jesús, elegimos a Francisco de Asís como el “primer cristiano” para quien Jesús fue su máximo referente.
El pobre de Nazaret testimonió con radicalidad el mensaje sobre el amor, la pobreza y la experiencia de Dios en la creación. Contemplamos en san Francisco de Asís su grandeza y rebeldía, la identificación con el Crucificado, la coherencia y radicalidad de su obrar “como Jesús” y el amor a Dios-Amor, presente en toda criatura.
Enamorado de Cristo y de Cristo crucificado
Francisco de Asís es el cristiano fascinado por la humanidad de Jesús. Cristo para Francisco no es más que el mediador del Padre. La subida hacia Dios Padre se realiza a través de la imitación de Cristo. El “Poverello” fue un adorador lírico de la Trinidad por Cristo y en Cristo. Sencilla pero profunda su espiritualidad: vivir a Cristo como camino hacia el Padre.
La visión de Cristo crucificado en San Damián, lo marcó de tal modo para toda su vida, que no podía recordar la Pasión del Señor sin que le saltaran las lágrimas y, como dice San Buenaventura, ya desde entonces llevó impresas en su interior las llagas de la pasión. En el Poverello destaca su amor de enamorado que manifiesta en los misterios de Belén (loco de alegría en Navidad) y del Calvario (recibe los estigmas). No se separaba del recuerdo de la pasión de Cristo: vivió siempre clavado en la cruz.
La síntesis de su ideal: una persona, Cristo y éste, pobre y crucificado. Para Francisco no hay motivos para vivir pobremente ni siquiera las ventajas que deja a la libertad, la disponibilidad o la transparencia fraterna. El único motivo es éste: Cristo, siendo rico, se hizo pobre. Siempre que Francisco quiere sintetizar ante los hermanos el ideal de su vida, enarbola esta frase: «seguir la vida y la pobreza del Altísimo Señor Jesucristo». Y con un gran complemento: por la experiencia de su propia conversión, el fundador de la Orden franciscana sabe que Cristo se revela en el pobre, en todo hermano que sufre.
Coherencia y radicalidad: obrar “como Jesús”
El beato Benedicto XVI resume la respuesta del estigmatizado en el monte Alverna: “su intuición y su ideal eran las de ser como Jesús, contemplarlo, amarlo intensamente, imitándolo y adorándolo”(2010). Y san Juan Pablo II profundiza en el proceso de su radicalidad: “alcanzó la alegría sufriendo; la libertad, obedeciendo y negándose a sí mismo; el amor a todas las criaturas, odiándose a sí mismo, es decir, venciendo el amor a sí mismo, como enseña el Evangelio. Caminando un día con el hermano León, le enseñó que la verdadera alegría consiste en la paciencia, por amor a Cristo, ante cualquier amargura y tribulación” (1982).
El auditorio familiar, como nunca, quedó impresionado y guardó silencio hasta que la niñera de todos, la segunda madre, lanzó su pregunta.
Jesús, referente del cristiano
La persona, doctrina o institución que se toma como modelo, es el referente para los creyentes o miembros militantes. Por muchas razones, para creyentes o cristianos, Jesucristo es la figura a la que podemos llamar referente definitivo y absoluto
Jesús referente por su extraordinaria personalidad
Dentro y fuera del cristianismo, la figura de Jesús ha despertado el asombro de creyentes y no creyentes por los valores tan excepcionales de su vida y su doctrina. Desde la perspectiva humana, Jesús suscitó la admiración porque poseyó una personalidad excepcional y predicó una auténtica revolución con sus criterios, especialmente del Reino de Dios. En su conducta, destacó el amor, la coherencia y la fidelidad a Dios Padre. Históricamente, fue también una víctima que sufrió la violación en sus derechos humanos hasta padecer la muerte en la cruz.
Fascinación universal.
Es un hecho histórico incuestionable: muchas personas han encontrado en Cristo el prototipo de los valores humanos y un medio excepcional para relacionarse con Dios apoyados simplemente en su autoridad ética como creyente extraordinario. Hasta los mismos incrédulos reconocen la autoridad moral de Jesús: «de tal modo próximo a Dios que casi no se nota la diferencia» (Renán).
Por supuesto que a lo largo de la historia han sido innumerables los cristianos fascinados por Jesús, el Enmanuel, el Dios con nosotros a quien entregaron sus vidas. ¿Alguna razón especial? ”Jesús es el Hombre sobre todos los hombres” (Pedro Arrupe). ”Tras la caída de tantos dioses en nuestro siglo, este Jesús fracasado y traicionado..., sigue siendo para incontables personas la figura más impresionante de la larga historia de la humanidad” (H.Küng);
Basta una lectura imparcial del Evangelio para encontrar en Cristo el prototipo del creyente ante Dios y el hombre siempre al servicio de los hermanos. Junto a su coherencia y radicalidad, destaca en sus relaciones el testimonio del hombre libre, sin prejuicios ni ataduras mentales; que amó sin límites, que luchó y murió para realizar su ideal de salvación. Jesús fue un profeta que predicó condenó las injusticias y actuó contra la mentalidad legalista y contra falsedad. Y murió perdonando a quienes le crucificaron.
Cristo, primer “referente” como maestro de justicia y del amor
La Buena Nueva ilumina y enriquece la dimensión antropológica de la justicia con Cristo como el gran referente, como el testigo que más puede motivar, el maestro con mayor autoridad y el instaurador de una justicia con mayores horizontes.
Cristo, el Hijo, nos comunicó el amor de Dios Padre; Jesús, el profeta, testimonió el amor radicalizado a Dios Padre. Como testigo fiel, predicó como inseparable el amor a Dios del amor radicalizado con el prójimo. Con claridad y contundencia, el Salvador manifestó el modo de amar a Dios y al prójimo. Jesús, el maestro, y con toda autoridad, expuso las líneas fundamentales de la conducta del discípulo a la hora de relacionarse con total-radicalidad con Dios Padre y con los hombres, sus hermanos.
Cristo exigió la radicalidad a los discípulos en el amor fraterno.
Junto al amor, Jesús propugnó un cambio profundo, revolucionario cuando defendió la dignidad y la libertad de la persona frente a determinadas normativas tradicionales. Él buscó la esencia de la ley y la redujo al amor en un ambiente religioso donde la observancia de dicha ley se consideraba como la mediación esencial en la relación del hombre con Dios. Por eso, violar la ley era una respuesta grave para un judío.
No se comprende a Jesús, maestro de la justicia, si no se tiene en cuenta su testimonio como persona justa que motivó para que el discípulo obrara honradamente con amor y en verdad. Desde la perspectiva humana, Jesús despertó la admiración por sus valores humanos y por su doctrina que vivió coherentemente. Se trata de una auténtica revolución con su proyecto del Reino de Dios que propugna una humanidad según verdad, justicia, libertad, paz, vida, y amor. En su vida, destacó junto al amor y la fidelidad a Dios Padre, el testimonio de una conducta, honrada, coherente: justa. Jesús no solo predicó la justicia sino que su vida fue la de una persona respetuosa y responsable que murió víctima de la injusticia humana. Junto al amor, Jesús propugnó un cambio profundo, revolucionario, cuando defendió la dignidad de toda persona frente al legalismo tradicional.
Ante Cristo como referente
Jesucristo es realmente referente en la medida en que el cristiano:
1º sienta admiración y fe por Cristo y su mensaje. Y acepte a Cristo como el modelo –referente- para su vida entera;
2º tome conciencia por el Bautismo de ser “otro Cristo”, un hombre nuevo.
3º decida para pensar, sentir y actuar, vivir como un seguidor de Jesús.
4º practique el amor a Dios con la radicalidad de Cristo.
5º ame al prójimo con la radicalidad de Jesús
6º y colabore con Jesucristo en el Reino-Reinado de Dios según posibilidades.
Jesús, referente máximo para Francisco de Asís
Entre los innumerables seguidores de Jesús, elegimos a Francisco de Asís como el “primer cristiano” para quien Jesús fue su máximo referente.
El pobre de Nazaret testimonió con radicalidad el mensaje sobre el amor, la pobreza y la experiencia de Dios en la creación. Contemplamos en san Francisco de Asís su grandeza y rebeldía, la identificación con el Crucificado, la coherencia y radicalidad de su obrar “como Jesús” y el amor a Dios-Amor, presente en toda criatura.
Enamorado de Cristo y de Cristo crucificado
Francisco de Asís es el cristiano fascinado por la humanidad de Jesús. Cristo para Francisco no es más que el mediador del Padre. La subida hacia Dios Padre se realiza a través de la imitación de Cristo. El “Poverello” fue un adorador lírico de la Trinidad por Cristo y en Cristo. Sencilla pero profunda su espiritualidad: vivir a Cristo como camino hacia el Padre.
La visión de Cristo crucificado en San Damián, lo marcó de tal modo para toda su vida, que no podía recordar la Pasión del Señor sin que le saltaran las lágrimas y, como dice San Buenaventura, ya desde entonces llevó impresas en su interior las llagas de la pasión. En el Poverello destaca su amor de enamorado que manifiesta en los misterios de Belén (loco de alegría en Navidad) y del Calvario (recibe los estigmas). No se separaba del recuerdo de la pasión de Cristo: vivió siempre clavado en la cruz.
La síntesis de su ideal: una persona, Cristo y éste, pobre y crucificado. Para Francisco no hay motivos para vivir pobremente ni siquiera las ventajas que deja a la libertad, la disponibilidad o la transparencia fraterna. El único motivo es éste: Cristo, siendo rico, se hizo pobre. Siempre que Francisco quiere sintetizar ante los hermanos el ideal de su vida, enarbola esta frase: «seguir la vida y la pobreza del Altísimo Señor Jesucristo». Y con un gran complemento: por la experiencia de su propia conversión, el fundador de la Orden franciscana sabe que Cristo se revela en el pobre, en todo hermano que sufre.
Coherencia y radicalidad: obrar “como Jesús”
El beato Benedicto XVI resume la respuesta del estigmatizado en el monte Alverna: “su intuición y su ideal eran las de ser como Jesús, contemplarlo, amarlo intensamente, imitándolo y adorándolo”(2010). Y san Juan Pablo II profundiza en el proceso de su radicalidad: “alcanzó la alegría sufriendo; la libertad, obedeciendo y negándose a sí mismo; el amor a todas las criaturas, odiándose a sí mismo, es decir, venciendo el amor a sí mismo, como enseña el Evangelio. Caminando un día con el hermano León, le enseñó que la verdadera alegría consiste en la paciencia, por amor a Cristo, ante cualquier amargura y tribulación” (1982).
El auditorio familiar, como nunca, quedó impresionado y guardó silencio hasta que la niñera de todos, la segunda madre, lanzó su pregunta.