Rezo por Hans Küng

Precisamente cuando describía la cuarta edad con las tres fases de persona mayor, anciano venerable y viejo-a, me entero de la situación del teólogo Hans Küng con sus 84 años de edad y con un Parkinson avanzado.
Precisamente cuando en el artículo anterior escribía sobre las actitudes ante la muerte, leo con sorpresa que el gran escritor suizo plantea pedir la muerte asistida.
Precisamente cuando esta mañana leía las intenciones del Papa Francisco para el mes de Octubre, compruebo que la primera ilumina y anima la situación del enfermo ante el final que le espera.
Y precisamente por el compromiso de escribir sobre cómo afrontar los ochenta años, elijo como tema para la presente colaboración unas reflexiones que acompañan mi plegaria por una persona, Hans Küng, respetada por mí, admirada, y, en ocasiones criticada, para que no sucumba a la debilidad tan impropia de un cristiano coherente. No quiero guardar como último recuerdo su debilidad y mal ejemplo para tantos que apoyaron su fe en la doctrina del eminente escritor.

Criticar a un crítico
El libro de Hans Küng, Ser cristiano, ha sido uno de los libros que desde los años setenta más he leído, releído, resumido y criticado. Y fue en Caracas, en 1978, cuando la revista Trípode me pidió una reseña-comentario sobre esta obra. Sinceramente reconocí muchos méritos pero critiqué el capítulo que trataba sobre la identidad de Jesucristo. Me parecía que resplandecían los valores del hombre-Jesús pero quedaba muy en la penumbra su divinidad. Me surgió la duda ¿cree Hans Küng en la divinidad Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre? Creo recordar, y no por lo que yo escribiera, que en una edición posterior rectificó y clarificó.
Y así que no tuve inconveniente en los años ochenta, y en el seminario de Toledo, al explicar escatología, utilizar su obra ¿Vida eterna? Ahora bien, para las explicaciones utilizaba, entre otros, el pensamiento del P. Cándido Pozo y los de Hans Küng.
En la valoración de su figura, prescindo de sus escritos teológicos sobre la Iglesia. Pero no me resisto a enumerar una obra menor sobre la Historia de la Iglesia, que bien podía subtitularse “los trapos sucios de la Iglesia”. Demasiado visceral y parcial. Escrita, sí, con libertad, pero con medias verdades históricas. Que el Señor no le juzgue con la severidad –diría que la falta de misericordia- con la que el conflictivo escritor ha juzgado y sentenciado a muchas personas e instituciones.

Las consecuencias universales de una decisión individual
En cuanto a la posible petición de este anciano enfermo de una muerte asistida, no repito, por sabidas, las razones de una condena ética y mucho más cristiana. Me limito a preguntar:
-si una persona con recursos económicos y sin compromisos familiares, puede obtener una muerte asistida, ¿por qué no facilitar la misma solución a millares o millones de personas que no pueden solicitar la muerte asistida por razones familiares, sociales o religiosas?
-si las personas no están capacitadas para pedir libremente la eutanasia indirecta, ¿por qué no conceder a los familiares o instituciones sanitarias un poder igal para decidir?
-si las familias no lo piden ¿por qué no conceder a la Autoridad civil tal decisión para ahorrar gastos?
-si la eutanasia se establece como norma para casos especiales, ¿por qué condenar al nazismo que también alegaba razones para eliminar a millones de personas?
Con el mayor respeto ruego al polémico sacerdote que mida las consecuencias universales de una decisión aparentemente personal y justificada.

Lo que pido por este enfermo y por cuantos se encuentran en parecida situación.
Ante todo la coherencia que él ha pedido a otros cristianos en otras situaciones
Como gran motivación, el amor a Cristo como san Pablo, y la esperanza escatológica que animó toda la vida del Apóstol de las gentes.
Que su fe de cristiano se apoye en la fortaleza de Jesús en Getsemaní y en la Cruz hasta la muerte.
La reflexión y aplicación de las dos intenciones del Papa Francisco I para el mes de octubre:
“que quienes se sienten agobiados hasta el extremo de desear el fin de su vida, adviertan la cercanía amorosa de Dios”.
Y "que la Jornada Misionera Mundial nos anime a ser destinatarios y también anunciadores de la Palabra de Dios."

Y acudir a la intercesión de la Virgen María
Ignoro cuál sea la devoción de Hans Küng a la Virgen, pero me permito, si es posible, que medite en la oración a María, final de la Encíclica Lumen fidei (60).
“¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.”
Volver arriba