Con el amor coherente de un cristiano, todo es posible
En el plano humano nada más sublime que el amor materno. Y desde la fe, nada tan incomparable como el amor de un cristiano coherente porque fructifica en obras de caridad como, por ejemplo, en una Teresa de Calcuta.
Efectivamente, como toda persona, el cristiano practica las exigencias de la justicia y los rasgos del amor humano. Pero por la fe acepta a Cristo y el amor tal y como él lo testimonió y enseñó. Con esta situación, el discípulo o seguidor coherente de Cristo, enriquece los rasgos de todo amor humano: la atracción, el impulso, la identificación, motivación y la donación sin límites. ¿Por qué razón? Porque Dios y Cristo fundamentan el precepto del amor, situado en el corazón de la Buena Nueva; el amor-caridad asume las dimensiones que integran el amor fraterno como la categoría de teologal y con la praxis de radicalidad pues el amor fraterno está unido a Dios que motiva el amor a los enemigos.
La justicia no es suficiente
Como toda persona, el cristiano practica las exigencias de la justicia y del amor humano. Pero no son suficientes. Escribió San Agustín: «la justicia es un amor imperfecto; la caridad es una justicia perfecta». En la justicia, la norma es la ley, pero en la caridad es la necesidad o el deseo de la persona amada. La justicia distingue muy bien entre lo mío y lo tuyo, pero la caridad tiende a la comunión, a la total fusión sin límites. Por supuesto que una caridad que no esté acompañada de la justicia es falsa, como un edificio sin cimientos, pero una justicia sin amor, es, en el cristiano, como un cuerpo sin alma. El amor con la gracia enriquece la justicia y toda la vida comunitaria. La vida teologal convierte la justicia ética en justicia cristiana, actitud y opción que anima la presencia del cristiano y de la comunidad eclesial en la vida social, económica y política.
Por la fe, el cristiano acepta a Cristo y a su mensaje.
Es incomprensible el amor cristiano sin la fe con sus misterios de base y con sus exigencias de radicalidad. Efectivamente, el discípulo, desde Cristo, pero en Cristo, a la manera de Cristo y dentro de la dinámica del Reino de Dios, acepta la radicalidad y el dinamismo del amor a Dios y a los hermanos. Así mismo proclama que Dios es amor y que por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega su Hijo, envía su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno de los hombres para que sea efectivo su Reinado que es fundamentalmente de amor.
El amor cristiano situado en el corazón de la Buena Nueva
Nos encontramos ante el primero de los mandamientos, el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22, 37-40; Mc 12, 28-31; Lc 10,25-28; Dt 6,5). La doctrina de Cristo se compendia en el amor filial y fraterno; en el Pueblo de Dios que es una comunidad de amor; en la esperanza pues se salva o se condena (cielo o infierno) quien posea o no el don del Amor. La gran tarea de quien creyó y practicó el amor es vivirlo en la tierra para disfrutarlo plenamente en el reino del Amor con el Dios Amor, uno y trino (cf. Jn 15, 12-17; Mt 5, 38-48; 22, 37-40; 25, 31-46; 7,21; Lc 627-36; Rom 13, 9-10; 1Cor 13,1s..). El amor de caridad está unido íntimamente a la fe; es un amor superior a todo otro don y resume cualquier precepto, a imitación del amor de Cristo que se entregó por todos (Mt 22, 34-40; 1Tim 1,14; 1Cor 13,1s; Rom 13,8-10; Ef 4,31; Col 3,14).
San Pablo en su himno a la caridad o cantar de los cantares de la Nueva alianza (1 Cor 13,1-13), manifiesta la naturaleza y la grandeza del amor fraterno. ¿Y cuál es el criterio que mide la autenticidad de la religión? La caridad o amor fraterno según lo afirma expresamente la Carta de Santiago: la religión verdadera consiste en practicar la caridad fraterna (San 1,27; cf. Rom 3,8-10; Gál 5,14). Y como complemento se puede sacar otra conclusión: es falso amar al prójimo sin amar a Dios (1 Jn 5,2).
Grandeza del amor fraterno, inserto en la caridad.
Para comprobarlo es suficiente con enunciar las diversas dimensiones que integran la caridad fraterna según Cristo: es el don de Dios y una participación del amor de Dios; el precepto primero y el más importante de los mandamientos, sabiendo que el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos resumen toda la Ley y los profetas" (Mt 22, 37-40); la donación total a Dios que pide el 'sí' total del hombre a Dios; la entrega a los hermanos porque es imposible separar el amor a Dios del amor a los hermanos; (Jn 15,9); con una exigencia total, "nadie tiene mayor amor que éste: dar uno la propia vida por sus amigos" (Jn 15,13; cf. 1Jn 3,16); y con una proyección externa, apostólica que es una manifestación indispensable.
El amor fraterno es teologal, unido al amor a Dios
El amor al prójimo es esencialmente teologal porque Cristo es la norma: «como el Padre me amó, os amé también yo» (Jn 15,9); «que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado» (Jn 15,12); está unido a la fe: sin caridad habrá que dudar de la fe (Mt 7,21; Sant 21,14-15; 1Pe 5,7; Ef 6,1; 13-16; 1 Jn 5,4; Mt 25, 14-30). Y tiene repercusiones escatológicas: el rey castigará a quienes no le dieron el trato debido como hambriento, sediento….”cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo no lo hicisteis» (Mt 25,44-45).
Y el amor fraterno es teologal por la razón más importante: porque es inseparable del amor a Dios. Desde esta perspectiva se comprenden mejor las otras manifestaciones antropológicas y bíblicas. Cristo, con su obra y doctrina, llegó hasta las raíces del amor fraterno y lo enriqueció de tal manera que entre el amor a Dios y al prójimo no sólo no hay oposición sino que existe la unidad y la dependencia. Así lo expresa la primera carta de Juan: «quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Quien ama a Dios, ame también a sus hermanos» (1 Jn 4,20.21).
La radicalidad, distintivo del amor cristiano
El amor que Cristo predicó era absoluto y no tiene fronteras, pues se extiende hasta al enemigo y tiene como preferidos a los más necesitados, a los pobres. Varias son las manifestaciones de la radicalidad:
1ª por la extensión a los enemigos. Amar al enemigo es el núcleo de la «revolución» cristiana que tiene su raíz en el amor de Dios Padre que hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45). Y los cristianos reciben la exhortación de Jesús: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48; Jn 13,34). Ante la ley del talión, Jesús prescribe: «Mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-48; cf Rom 12, 17-20; Lc 6,23-34; Sant 2,1s).
2ª por la identificación de Cristo con el prójimo (Mt 25,40);
3ª porque Cristo se pone como ejemplo (Jn 15,12; 13,34s);
4ª por equiparar el amor universal al prójimo con el amor a Dios (cf. Sant 2,8; 1Jn 3,10s.16s.23; Jn 13,34);
5ª más aún, porque Cristo fusiona en uno el amor a Dios y al prójimo: los dos mandamientos son el ápice y la clave de la ley (Mc 12, 28-33);
6ª por la nueva relación entre Cristo y los hermanos que se establece en el Cuerpo místico: no se puede amar a Cristo sin amar a los hermanos (Heb 2,8; Flp 2,10; Rom 5,17);
7ª por ser el amor fraterno distintivo del cristiano: "en esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que tenéis amor unos con otros" (Jn 13,35);
8ª Y por tener como meta el amor profundo (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10).
Manifestaciones: perdón y reconciliación.
Ante la ofensa recibida, la venganza (o represalia) suele ser la respuesta ordinaria, pero Jesús exige perdonar como la condición para obtener el perdón de Dios: «si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15; cf. Mt 6,12; Rom 5,8ss). Es tan importante el perdón (darlo o pedirlo) que integra una de las peticiones del Padrenuestro: «perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12; cf Lc 6,27-29; Ef 4,26; Mt 5, 23-26). Esta respuesta de amor pide excusarse de alguna manera, si fuimos los ofensores; perdonar y olvidar caso de haber sido las víctimas. Y hacer las paces antes de hacer la ofrenda a Dios (Mt 5,23-26).
Amor con preferencia a los pobres, a los más necesitados.
En este amor sin límites existe, según Jesús, unos preferidos que son los pobres, realzados en su dignidad al identificarse Cristo con ellos: las obras de misericordia tienen un receptor secreto: «a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Así se explica que según Santiago los pobres hayan sido elegidos por Dios «para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que tiene prometido a los que le aman» (Sant 2,1-6). Es severa la condena del juez para quien no hizo el bien -no amó- a los necesitados: «¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno! Porque tuve hambre y no me disteis de comer...» (Mt 25,41-42; cf. 1 Jn 3,17-18). Esta opción preferencial se apoya en la dignidad del pobre como persona necesitada, en su condición de hijos de Dios, en el testimonio de Cristo que siendo rico se hizo pobre... para enriquecernos con su pobreza, en la doctrina del Evangelio de las bienaventuranzas; en los ejemplos y exhortaciones de la Iglesia.
Como el amor de un cristiano coherente…
La caridad según Cristo conduce al amor sin límites; incluye el perdón, la reconciliación y la preferencia por los pobres o más necesitados. La generosidad de tantos cristianos coherentes confirma la sublimidad del amor cristiano. Bastaría con leer la historia de tantas fundaciones para los necesitados y lo que actualmente realiza la Iglesia mediante las obras de Cáritas
Efectivamente, como toda persona, el cristiano practica las exigencias de la justicia y los rasgos del amor humano. Pero por la fe acepta a Cristo y el amor tal y como él lo testimonió y enseñó. Con esta situación, el discípulo o seguidor coherente de Cristo, enriquece los rasgos de todo amor humano: la atracción, el impulso, la identificación, motivación y la donación sin límites. ¿Por qué razón? Porque Dios y Cristo fundamentan el precepto del amor, situado en el corazón de la Buena Nueva; el amor-caridad asume las dimensiones que integran el amor fraterno como la categoría de teologal y con la praxis de radicalidad pues el amor fraterno está unido a Dios que motiva el amor a los enemigos.
La justicia no es suficiente
Como toda persona, el cristiano practica las exigencias de la justicia y del amor humano. Pero no son suficientes. Escribió San Agustín: «la justicia es un amor imperfecto; la caridad es una justicia perfecta». En la justicia, la norma es la ley, pero en la caridad es la necesidad o el deseo de la persona amada. La justicia distingue muy bien entre lo mío y lo tuyo, pero la caridad tiende a la comunión, a la total fusión sin límites. Por supuesto que una caridad que no esté acompañada de la justicia es falsa, como un edificio sin cimientos, pero una justicia sin amor, es, en el cristiano, como un cuerpo sin alma. El amor con la gracia enriquece la justicia y toda la vida comunitaria. La vida teologal convierte la justicia ética en justicia cristiana, actitud y opción que anima la presencia del cristiano y de la comunidad eclesial en la vida social, económica y política.
Por la fe, el cristiano acepta a Cristo y a su mensaje.
Es incomprensible el amor cristiano sin la fe con sus misterios de base y con sus exigencias de radicalidad. Efectivamente, el discípulo, desde Cristo, pero en Cristo, a la manera de Cristo y dentro de la dinámica del Reino de Dios, acepta la radicalidad y el dinamismo del amor a Dios y a los hermanos. Así mismo proclama que Dios es amor y que por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega su Hijo, envía su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno de los hombres para que sea efectivo su Reinado que es fundamentalmente de amor.
El amor cristiano situado en el corazón de la Buena Nueva
Nos encontramos ante el primero de los mandamientos, el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22, 37-40; Mc 12, 28-31; Lc 10,25-28; Dt 6,5). La doctrina de Cristo se compendia en el amor filial y fraterno; en el Pueblo de Dios que es una comunidad de amor; en la esperanza pues se salva o se condena (cielo o infierno) quien posea o no el don del Amor. La gran tarea de quien creyó y practicó el amor es vivirlo en la tierra para disfrutarlo plenamente en el reino del Amor con el Dios Amor, uno y trino (cf. Jn 15, 12-17; Mt 5, 38-48; 22, 37-40; 25, 31-46; 7,21; Lc 627-36; Rom 13, 9-10; 1Cor 13,1s..). El amor de caridad está unido íntimamente a la fe; es un amor superior a todo otro don y resume cualquier precepto, a imitación del amor de Cristo que se entregó por todos (Mt 22, 34-40; 1Tim 1,14; 1Cor 13,1s; Rom 13,8-10; Ef 4,31; Col 3,14).
San Pablo en su himno a la caridad o cantar de los cantares de la Nueva alianza (1 Cor 13,1-13), manifiesta la naturaleza y la grandeza del amor fraterno. ¿Y cuál es el criterio que mide la autenticidad de la religión? La caridad o amor fraterno según lo afirma expresamente la Carta de Santiago: la religión verdadera consiste en practicar la caridad fraterna (San 1,27; cf. Rom 3,8-10; Gál 5,14). Y como complemento se puede sacar otra conclusión: es falso amar al prójimo sin amar a Dios (1 Jn 5,2).
Grandeza del amor fraterno, inserto en la caridad.
Para comprobarlo es suficiente con enunciar las diversas dimensiones que integran la caridad fraterna según Cristo: es el don de Dios y una participación del amor de Dios; el precepto primero y el más importante de los mandamientos, sabiendo que el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos resumen toda la Ley y los profetas" (Mt 22, 37-40); la donación total a Dios que pide el 'sí' total del hombre a Dios; la entrega a los hermanos porque es imposible separar el amor a Dios del amor a los hermanos; (Jn 15,9); con una exigencia total, "nadie tiene mayor amor que éste: dar uno la propia vida por sus amigos" (Jn 15,13; cf. 1Jn 3,16); y con una proyección externa, apostólica que es una manifestación indispensable.
El amor fraterno es teologal, unido al amor a Dios
El amor al prójimo es esencialmente teologal porque Cristo es la norma: «como el Padre me amó, os amé también yo» (Jn 15,9); «que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado» (Jn 15,12); está unido a la fe: sin caridad habrá que dudar de la fe (Mt 7,21; Sant 21,14-15; 1Pe 5,7; Ef 6,1; 13-16; 1 Jn 5,4; Mt 25, 14-30). Y tiene repercusiones escatológicas: el rey castigará a quienes no le dieron el trato debido como hambriento, sediento….”cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo no lo hicisteis» (Mt 25,44-45).
Y el amor fraterno es teologal por la razón más importante: porque es inseparable del amor a Dios. Desde esta perspectiva se comprenden mejor las otras manifestaciones antropológicas y bíblicas. Cristo, con su obra y doctrina, llegó hasta las raíces del amor fraterno y lo enriqueció de tal manera que entre el amor a Dios y al prójimo no sólo no hay oposición sino que existe la unidad y la dependencia. Así lo expresa la primera carta de Juan: «quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Quien ama a Dios, ame también a sus hermanos» (1 Jn 4,20.21).
La radicalidad, distintivo del amor cristiano
El amor que Cristo predicó era absoluto y no tiene fronteras, pues se extiende hasta al enemigo y tiene como preferidos a los más necesitados, a los pobres. Varias son las manifestaciones de la radicalidad:
1ª por la extensión a los enemigos. Amar al enemigo es el núcleo de la «revolución» cristiana que tiene su raíz en el amor de Dios Padre que hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45). Y los cristianos reciben la exhortación de Jesús: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48; Jn 13,34). Ante la ley del talión, Jesús prescribe: «Mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-48; cf Rom 12, 17-20; Lc 6,23-34; Sant 2,1s).
2ª por la identificación de Cristo con el prójimo (Mt 25,40);
3ª porque Cristo se pone como ejemplo (Jn 15,12; 13,34s);
4ª por equiparar el amor universal al prójimo con el amor a Dios (cf. Sant 2,8; 1Jn 3,10s.16s.23; Jn 13,34);
5ª más aún, porque Cristo fusiona en uno el amor a Dios y al prójimo: los dos mandamientos son el ápice y la clave de la ley (Mc 12, 28-33);
6ª por la nueva relación entre Cristo y los hermanos que se establece en el Cuerpo místico: no se puede amar a Cristo sin amar a los hermanos (Heb 2,8; Flp 2,10; Rom 5,17);
7ª por ser el amor fraterno distintivo del cristiano: "en esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que tenéis amor unos con otros" (Jn 13,35);
8ª Y por tener como meta el amor profundo (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10).
Manifestaciones: perdón y reconciliación.
Ante la ofensa recibida, la venganza (o represalia) suele ser la respuesta ordinaria, pero Jesús exige perdonar como la condición para obtener el perdón de Dios: «si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15; cf. Mt 6,12; Rom 5,8ss). Es tan importante el perdón (darlo o pedirlo) que integra una de las peticiones del Padrenuestro: «perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12; cf Lc 6,27-29; Ef 4,26; Mt 5, 23-26). Esta respuesta de amor pide excusarse de alguna manera, si fuimos los ofensores; perdonar y olvidar caso de haber sido las víctimas. Y hacer las paces antes de hacer la ofrenda a Dios (Mt 5,23-26).
Amor con preferencia a los pobres, a los más necesitados.
En este amor sin límites existe, según Jesús, unos preferidos que son los pobres, realzados en su dignidad al identificarse Cristo con ellos: las obras de misericordia tienen un receptor secreto: «a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Así se explica que según Santiago los pobres hayan sido elegidos por Dios «para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que tiene prometido a los que le aman» (Sant 2,1-6). Es severa la condena del juez para quien no hizo el bien -no amó- a los necesitados: «¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno! Porque tuve hambre y no me disteis de comer...» (Mt 25,41-42; cf. 1 Jn 3,17-18). Esta opción preferencial se apoya en la dignidad del pobre como persona necesitada, en su condición de hijos de Dios, en el testimonio de Cristo que siendo rico se hizo pobre... para enriquecernos con su pobreza, en la doctrina del Evangelio de las bienaventuranzas; en los ejemplos y exhortaciones de la Iglesia.
Como el amor de un cristiano coherente…
La caridad según Cristo conduce al amor sin límites; incluye el perdón, la reconciliación y la preferencia por los pobres o más necesitados. La generosidad de tantos cristianos coherentes confirma la sublimidad del amor cristiano. Bastaría con leer la historia de tantas fundaciones para los necesitados y lo que actualmente realiza la Iglesia mediante las obras de Cáritas