El anciano que perdió la fe

El artículo anterior expone que el anciano puede y debe mantener relaciones con su familia, algunas tareas en la comunidad y continuar realizándose como persona. Pero si el anciano es creyente, ¿qué trato (relaciones, tareas y respuestas) mantendrá con Dios? ¿En qué consistirá la espiritualidad de quienes profesaron fe durante su vida, pero ahora superan la década de los setenta? Mi respuesta a los interrogantes esta fundamentada, básicamente, en lo que he visto, escuchado, y, en más de una ocasión, leído. Pero antes de analizar la fe del anciano creyente, veamos la situación del que perdió la fe. Me duele comenzar la tipología con la situación religiosa del anciano con el rechazo, pérdida total o parcial de la fe por parte de personas mayores, algunas, bien entrada la última década de su vida.
Tuve oportunidad de tratar a unos ancianos-as con una espiritualidad ordinaria: su relación con Dios era como en años anteriores. También a otros, muy piadosos desde su juventud, militando en asociaciones apostólicas y que en las últimas etapas de su vida intensificaban su fe y su piedad. Algunos de ellos, sin saberlo, practicaban y practican la piedad o la religiosidad popular. Y otros vivían y viven la fe “por libres”.
Y aunque escaso en número, no falta en mi experiencia pastoral un tercer grupo de creyentes ancianos a quienes en plan de confianza llamo “místicos” porque aprecio en sus vidas una especial llamada y respuesta al Señor. Son los que viven en profundidad y coherencia la unión con Dios y las exigencias del Evangelio.
Y toda la tipología expuesta se comprende mejor con estos datos: de unos cien bautizados, no llegan a 20 los cristianos practicantes en la ancianidad. Y de estos 20, difícilmente, a más de 5 podemos calificar de cristianos coherentes al llegar a los ochenta.

Los que perdieron la fe de años anteriores.
Es lamentable la debilidad de la fe en quienes fueron creyentes pero perdieron la fe de los años anteriores. Al final de sus días permanecen un tanto alejados de Dios. Las causas son múltiples:
-la crisis. Jóvenes bajo la crisis religiosa en la universidad. Les introdujo en el agnosticismo y en la indiferencia ante lo religioso. Ahora, rechazan la confesión pero no tienen inconveniente en recibir la unción de los enfermos y en el funeral religioso.
-el divorcio. Fueron católicos y practicantes pero, divorciados y vueltos a casar, les sentó muy mal la prohibición de no comulgar. Desde entonces se sienten marginados -y algunos, resentidos- ante la Iglesia. Muchos de ellos terminaron por alejarse de toda práctica religiosa.
-lecturas. Influyeron las lecturas contrarias a la fe que, poco a poco, horadaron los criterios y valores del Evangelio que predica la Iglesia y que profesaron en su juventud. El problema del mal y la muerte de los inocentes fue la excusa para rechazar la amistad con Dios. Poco a poco, hasta concluir que no tiene sentido el mensaje cristiano fuera de los valores humanos de Jesús. Y así permanecen hasta el final de su vida.
-conflicto eclesial. Algunos cristianos radicalizados no solamente chocaron fuertemente contra la Iglesia como tal, con la jerarquía y las instituciones eclesiales. También criticaron la doctrina moral y algunos de los dogmas. Más aún, las experiencias dolorosas, (¡Dios no escuchó sus peticiones!), provocaron las dudas de fe y la necesidad de la oración y del culto.
-presión secularista. Por lo medios de comunicación, por el influjo “de la calle” y por las lecturas, el creyente recibe continuos mensajes contrarios a la moral y a las prácticas que enseña la Iglesia. Al principio, resisten y practican, pero finalmente caen en la indiferencia ante todo lo religioso. Y algunos, en el rechazo de la fe.
-el materialismo. Su mente impregnada de criterios materialistas, pero en su conducta fueron y son personas honradas. Sinceramente creyeron que la ética era suficiente para vivir el Evangelio sin necesidad de prácticas religiosas. Porque para ellos, nada existe fuera de la materia, del tiempo y del espacio. Su racionalismo rechaza la interpretación de fe que realiza la Iglesia. Viven y quieren morir sin comunión eclesial y sin comunión con Dios.
-la indiferencia. El mayor porcentaje de bautizados pasa, de la práctica religiosa, a una situación de pacífica indiferencia ante el culto religioso y por último, ante la misma fe que recibieron. Son los que nunca “pisan” la iglesia, alejados del todo. O bien, aquellos que asisten en ocasiones especiales a bautizos, bodas, funerales y fiestas populares. Afirman que son creyentes a su manera y que “se las entienden” personalmente con Dios. Pero la duda es inevitable: ¿será posible “ese” trato con Dios, cómodo, por libre y sin compromiso alguno?
Pero algunos siguen en la búsqueda. Dentro de este grupo, no falta quienes buscan la fe perdida en Dios, por el camino de la coherencia, la sinceridad, la honradez y el servicio a los hermanos. Desde la “niebla” de su aparente incredulidad claman por la presencia de “Dios que dio” sentido a la mayor parte de su vida. Alguno de ellos espera que Dios “le hable” personalmente para creer y poder practicar: “si Dios existe ¿por qué no se comunica con nosotros?”

Quedaría incompleto el panorama si no habláramos de los que siguen fieles y piadosos. Con su valores y con sus defectos.
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