Hacia el paradigma ideal, Cristo

El protagonista de una Espiritualidad dinámica posee determinados valores y carencias; recibe influjos positivos y negativos del contexto socio-político de la pirámide en la que está situado; practica sus compromisos bajo la motivación del amor y camina hacia la realización de un paradigma de vida.
¿En qué consiste tal paradigma? En un modelo de vida, un marco teórico o esquema de organización en las respuestas fruto de varios factores: los valores temperamentales y caracterológicos, de la educación recibida, la interiorización de criterios elegidos y de las experiencias sufridas. Y todo alrededor de una ideología o de una persona que da sentido a los compromisos y respuestas.
Entre los posibles paradigmas seleccioné tres principales que responden a la caracterología de Sheldon y a la hagiotipología diseñada por Arturo Roldán.
Para simplificar, presento el primer paradigma polarizado en la bondad-amor; un segundo en el dinamismo-fortaleza, y el tercero en la responsabilidad fidelidad. Cada paradigma o modelo de vida está integrado por unos factores positivos y otros negativos. Y cada uno de ellos admite una calificación-vivencia máxima, media, mínima o negativa. El promedio de los tres paradigmas con sus correspondientes factores constituyen la personalidad que, para el cristiano, tiene un gran referente, modelo o superhagionormo, Jesucristo. Él, aun como personaje histórico presenta con su vida y con el mensaje del reino de Dios lo mejor de los tres paradigmas.

Tres paradigmas ético-religiosos
La biotipología de Sheldon descansa en tres componentes temperamentales: la viscerotonía, la somatotonía y la cerebrotonía según describe en su obra Variedad de los temperamentos. Cada uno de nosotros tiene algo de cada biotipo pero normalmente con mayor porcentaje en uno de los tres. Por eso, esta caracterología ofrece unos rasgos que se suman y dan el promedio temperamental de la persona. Por el predominio de uno de los componentes, el individuo recibe el calificativo de viscerotónico, (tipo rechoncho a lo Sancho Panza), o bien de somatotónico, (el tipo atlético, tipo Cid), o bien cerebrotónico (el tipo alto y delgado, a lo Don Quijote).
El Padre Arturo Roldán, apoyado en la tipología de Sheldon, expone en su obra Introducción a la ascética diferencial los rasgos de tres hagiotipos o modelos de santidad (paradigmas de vida) que también pueden dominarse tipos ético-religiosos. Este autor muestra como a cada uno de las componentes temperamentales le corresponde un tipo ético-religioso o modelo de santidad (hagiotipo):
El 1º polarizado en el amor que, con la base temperamental, denominamos viscero-agapetónico.
El 2º está centrado en la praxis apostólica que con su componente temperamental recibe el calificativo de somato-prasotónico.
Y el 3º gira en torno al deber pero con el respaldo biotipológico resulta ser el cerebro-deontotónico.
Cada tipo ético-religioso o modelo de santidad (hagiotipo) necesita cultivar las virtudes de los otros dos y no centrarse tanto en las virtudes que les facilita su temperamento. En la vida real, los tipos representan una personalidad concreta por el influjo recibido a lo largo de su existencia, bien del esfuerzo personal, bien sea de la educación recibida o del ambiente en que se han desenvuelto.

El paradigma centrado en el amor (agapetonía)
El primer hagiotipo, el agapetónico, tiene como eje el amor o caridad de afecto. ¿A qué valores y virtudes propende con más facilidad? Al amor-bondad, caridad fraterna-amabilidad, mansedumbre, comprensión y tolerancia, prudencia, naturalidad en la virtud, paz-tranquilidad, alegría, humildad, obediencia completa y justicia sentida.
¿Y a qué defectos tiene propensión? A la falta de dinamismo apostólico, el no sentir mucho la conciencia del deber, la poca austeridad o inmortificación, la cobardía, la falta de dominio exterior y de recogimiento interior, la tendencia a la murmuración, la excesiva condescendencia, la pereza y la inconstancia volitiva.
El agapetónico (con el predominio del amor) tiene como “patrono” a San Franciso de Sales. ¡Y cómo no recordar a la figura de Juan XXIII como prototipo de de la espiritualidad centrada en la bondad, en el amor!

El paradigma que gira en torno a la acción (prasotonía)
El prasotónico es el segundo hagiotipo polarizado en la caridad de obras o acción apostólica. Esta rica personalidad se manifiesta con las virtudes de celo y dinamismo apostólico, la fortaleza, la magnanimidad, la decisión, la predisposición a la constancia, la mortificación corporal, la sinceridad operativa, la inclinación a la oración vocal y a practicar obras de caridad y el hacer cumplir la justicia.
A su vez, el prasotónico está inclinado a determinados defectos como la ineptitud para el amor contemplativo, el no prestar mucha atención a la conciencia del deber, la independencia en el obrar, la violencia y ansias de dominación, la inmodestia corporal y anímica, la disipación de acción, la desaprensión, la intolerancia, las prisas e irreflexión en la acción y la falta de piedad.
El hagiotipo prasotónico estuvo realizado en San Francisco Javier por su dinamismo apostólico. Y la personalidad de Juan Pablo II encaja perfectamente en los valores del prasotónico, los del dinamismo apostólico.

El paradigma polarizado en el deber (deontotonía)
Se llama deontotónico al hagiotipo en el que predomina el deber y la caridad de servicio en las obras. Se aprecian como virtudes: la rigurosa conciencia del deber ante Dios, el sentido de responsabilidad, la fidelidad en las cosas pequeñas, la modestia, el pudor, el ascetismo, el amor al retiro y al silencio, la inclinación a la oración mental, la obediencia de ejecución y voluntad, y la justicia valorada.
En este hagiotipo están presentes como defectos: la ineptitud para el amor contemplativo, la falta de celo y dinamismo apostólico, la dureza de juicio, la hipersensibilidad, la modestia acartonada, la tristeza espiritual, la estrechez de corazón con propensión al escrúpulo, la pusilanimidad, la incomprensión e intolerancia, el egoísmo, la poca amabilidad, la inconstancia afectiva y volitiva.
San Juan Berchmans con su santidad centrada en el deber es propuesto como modelo a imitar. Solamente algunos rasgos positivos del deontotónico quedan reflejados en Pablo VI, el Papa fiel y responsable.

2º. CRISTO PARADIGMA SUPREMO

Sobre los diferentes modelos de conducta, el bautizado mira confiadamente a Cristo, arquetipo supremo de santidad, y por lo tanto el que más y mejor puede motivar la conducta cristiana.
¿Y en qué fue modelo Cristo? Lo fue tanto en el amor, como en la acción apostólica y en la santidad del deber. La figura de Jesucristo excluye los defectos y reúne los valores ético-religiosos de los tres paradigmas de santidad o hagiotipos, como son el polarizado en la bondad, en el dinamismo evangelizador y en la responsabilidad.

Primer hagiotipo: el amor humilde y tolerante
El primer grupo de valores y virtudes gira en torno al amor que Cristo profesó Dios Padre y a los hombres con las manifestaciones de humildad, mansedumbre, tolerancia, comprensión, prudencia, paz, alegría, obediencia y justicia sentida (Jn 14,31; Mt 27,46-50; Jn 8,29; Mt 26,28; Jn 15,12; 10,11; Mt 11,28.29; 20,20-28; Mt 15,1-11; 10,16; Jn 15, 11; Jn 14,27...).

Segundo hagiotipo: el dinamismo apostólico
Junto al amor, el segundo grupo de valores y virtudes que encontramos en la vida pública de Jesús fue su dinamismo apostólico manifestado en el celo, fortaleza, magnanimidad, decisión, constancia, sin¬ceridad, servicio y justicia que hace cumplir (Mc 16-15; Mc 1,38 Jn 10,1-16; 2,13-17; Mt 4,23; Lc 11,37-54; Mt 1,11; Mc 9,40; Le 22,51; Lc 2,46; Jn 16,33; Lc 22,43; 13,32; Mt 23,ls; 12,15; Jn 15,13...).

Tercer hagiotipo: la responsabilidad con radicalidad
Jesús testimonió también el tercer grupo de la personalidad: la responsabilidad que se manifiesta en la conciencia del deber, la fidelidad, el ascetismo, la pobreza, la obediencia de ejecución y la justicia valorada (Fil 2,7-8; Mt 5,17; 17, 23-26; Jn 19,30; 4,34; Lc 2,49; Jn 15,10; 10,1-21; Mt 25, 14-30; Mt 17,23-26; Lc 7,36-50; Mt 8,4-8,20; Mt 4,1-2; Mc 12,41-42; Col 1,19; 1 Pe 2,22...).

El paradigma depende de la radicalidad con que se vive
Las virtudes de cada paradigma admiten la máxima calificación con la radicalidad a imitación del testimonio, la doctrina y las exigencias de Jesús que predicó y vivió el ideal del reino de Dios con la mayor entrega, con toda radicalidad. Esta es la respuesta que pide a quien desea seguir sus pasos y colaborar para que el Padre Dios reine en los hombres. Algunos textos.
Con toda claridad Jesús afirma que no se puede servir a dos señores (Mt 6,24); ante la causa de pecado: “si tu ojo te escandaliza, sácatelo” (Mt 5,29-30); a quien lo niegue, Él lo negará (Mt 10,37); se salva quien cumple la voluntad del Padre y no quien se limita a decir «Señor, Señor» (Mt 7,21); manda amar también a los enemigos «habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mt 5,43.44). Al posible discípulo le dice con claridad “si alguno quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
La radicalidad exigida A los que quieran seguirle les pide, como al joven rico: querer, vender, dar y compartir la vida: "si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21) Otras respuestas: “deja que los muertos entierren a sus muertos»(Mt 8,21-22); « el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”(Mt 10,37-38); el que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí (Mt 8,21).
LOS PRÓXIMOS ARTÍCULOS desarrollarán los rasgos fundamentales de cada uno de los paradigmas
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