¿Por qué solamente uno alcanzó la cima suprema?

El último interrogante gira en torno al cielo o vida eterna. Y para ilustrar un misterio tan esencial en el mensaje cristiano, terminaré con la narración del cuento-ficción sobre la escalada al Everest de las seis cimas que iniciaron: Mounier caminando hacia la cima “Plenitud humana”, el monje budista al Nirvana, Mahattan Gandhi a la “Religiosidad liberadora”, Francisco de Asís a “Vivir como Jesús”, Teresa de Calcuta a la “Iglesia creíble”, y Juan de la cruz y Teresa de Jesús a la cima “Dios, el Absoluto”. Todos creyeron llegar a la cima más alta. Se equivocaron. Desde su altura, contemplaron el pico que realmente es el más alto del Everest, el Chomolungma, o "Diosa Madre del Mundo". Se comunican entre sí y seis expediciones reemprenden la marcha. Proponen reunirse los expedicionarios, cuando lleguen, en la cima soñada y compartir juntos la alegría del triunfo. Pero un miembro de la sexta expedición, un teólogo con pretensiones místicas y un tanto despistado, se aleja de su grupo, cae por un barranco y queda sepultado por la nieve. Todos van en su búsqueda. La historia nada cuenta de lo que sucedió a los expedicionarios posteriormente, si llegaron o no al pico deseado. Pero la leyenda sí narra las últimas horas de Andrés el teólogo despistado con un final sorprendente y feliz, porque solamente él alcanzó la cima suprema. Sigamos los pasos de la leyenda.

Quién era el teólogo despistado
Andrés Ruipérez, sacerdote de unos 50 años, gran profesor de teología con especialidad en Escatología, además de teólogo y despistado, era una persona un tanto temeraria. Con mucha experiencia en los Alpes, le pareció que estaba capacitado para participar en la escalada más atrayente y arriesgada: la del monte Everest. Ilusionado, aceptó la invitación para participar como miembro en una de las cinco expediciones. Lógicamente eligió la expedición guiada por san Juan de la cruz y santa Teresa de Jesús. Era la más conforme con sus inquietudes escatológicas. Quería experimentar físicamente lo que tantas veces había explicado a los alumnos: el cielo en la tierra, la unión con Dios el Absoluto. De temperamento un tanto primario y de carácter rebelde, le costó acomodarse a la normativa de los montañeros. En dos ocasiones se apartó del grupo pero pronto se incorporó. Pero al llegar al pico del Everest llamado “Dios el Absoluto”, y al darse cuenta, como todos, que no estaba en el pico más alto, decidió contra la opinión de los compañeros, elegir una ruta más corta aunque fuera más peligrosa. Se apartó del grupo. Pero a las pocas horas le sorprendió una ventisca, cayó en una fosa y un alud le sepultó. Pudo comunicarse y vinieron a socorrerle. Pero ya era tarde. Unas piedras golpearon el cuerpo menos la cabeza y un brazo. Poco pudieron por salvarle la vida.

Los últimos minutos de un moribundo
Mientras los compañeros le buscaban, Andrés se debatía entre la vida y la muerte. Estaba lúcido pero prisionero entre peñascos y gravemente herido. No paraba de sangrar. Al darse cuenta que la muerte era inminente pidió perdón al Señor por su imprudencia y por el gesto tan orgulloso. También, de todos los pecados de su vida pasada. Pronto comenzaron los dolores que le dejaron sin sentido. Así le encontraron los tres compañeros que arriesgando su vida llegaron hasta el moribundo. Con el botiquín más elemental de medicinas, le aplicaron los primeros auxilios. Impresionados por la herida tan profunda y por el dolor que padecía, decidieron ponerle un parche fuerte de morfina. Y esperaron, pero no por mucho tiempo, porque a la media hora fallecía. Como en su testamento pidió que si moría en la montaña, allí mismo lo enterraran, sus compañeros con gran dolor cumplieron su último deseo. Y comentaban: “lástima, se ha quedado sin poder alcanzar el final”. Error. La leyenda narra un final bien diferente. Leamos.

Andrés recibido por Jesús y María
El teólogo escalador, a quien le falló el corazón y dejó de existir, escuchó inmediatamente una voz que le dijo:
Andrés, aquí nos tienes, a la Madre y a mí. Soy tu amigo Jesús. Quien te habla es Jesús resucitado y glorioso, acompañado de la Madre. Deseamos introducirte en la cima de las cimas, en el cielo o vida eterna
Andrés, asustado, preguntó: “pero ¿qué veo? ¿estoy muerto o vivo, en la tierra o en el cielo?”
Jesús lo tranquiliza:
ya no estás en la tierra ni puedes regresar al mundo, ya no sufres ni tampoco puedes merecer. Tu cuerpo como tal cuerpo, ahora, es un cadáver sepultado bajo la nieve.
La confusión y el miedo seguían en la mente de Andrés que se creía víctima de la peor de las pesadillas: “no, no puede ser. Pero si hace un momento padecía fuertes dolores y escuché cómo Roberto, mi amigo, me decía: “no te preocupes que pronto te pondrás bien. Mira, un helicóptero está llegando y te llevará al hospital más próximo”. Y ahora escucho y te veo a ti, Jesús y a ti madre mía. No, no puede ser: ¿o es que estoy loco?
Una vez más Andrés escucho la voz de Jesús
-No, Andrés, ni estás loco, ni sueñas, ni te influye droga alguna, ni estás al final de un túnel donde se divisa una luz roja al fondo con mucha paz y con la posibilidad de regresar a la tierra. Tu situación ha cambiado totalmente.
Y María interviene:
-Ahora, Alberto, estás escuchando la voz de tu Madre que desea añadir más detalles sobre tu vida actual. Recuerda lo que tú mismo enseñabas:“quien muere, muere en el cuerpo pero la persona con su alma y facultades sigue viviendo en otra situación, en el más allá de la muerte”.

Jesús narra lo ocurrido
-Mira, Andrés, deseo explicarte todo lo sucedido para que te tranquilices. Tu amigo Roberto, con la mejor intención te puso más morfina de la que tu corazón podía resistir. Actuó así para mitigar el dolor que, ciertamente, era insoportable. Y se pasó en la dosis. Te quedaste como dormido y cuando reaccionaste, creías que se había terminado el efecto de la morfina y que volvías a la vida temporal. Pero no fue así, porque tu corazón no resistió y a la media hora falleciste.
Ante las palabras de Jesús, surgió la perplejidad de Andrés: “si he muerto, si ya no estoy en la tierra, imagino que será el momento del examen sobre el amor o juicio particular y el comienzo del purgatorio. Yo no me aclaro, Señor. Dímelo tú.
Jesús volvió a darle tranquilidad:
-Confianza y paz, Andrés. Cierto que dejaste la tierra y te pusiste en camino para llegar a la cima de las cimas. No lo dudes: has pasado de la tierra a la meta suprema para un ser humano, la del cielo o vida eterna como bienaventurado de Dios, el Absoluto.
María confirma y anima:
-No sueñas, hijo. Lo que ves y oyes es real. Ahora mismo te encuentras en el cielo.


¿Y qué haré en el cielo?
Andrés, más sereno y con más confianza, pregunta a Jesús lo que tanto inquietó a muchos de sus feligreses que le interrogaban: ¿qué haremos en el cielo? Y él mismo, ahora, deseaba saber: ¿qué tareas me aguardan como bienaventurado?

Jesús, en plan de amable reproche
-Andrés, recuerda lo que mismo enseñaste. Cómo te emocionabas explicando la frase de san Agustín:“allí, en el cielo, descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos...”. Efectivamente, son muchas las tareas que te aguardan pero la principal y más gozosa, será mantener un trato íntimo con Dios. Tendrás con Él una convivencia amistosa, familiar y de comunión existencial. Tu sueño, el sueño de los místicos, pronto será una realidad para ti. Gozarás, te repito, de un trato afectuoso, cara a cara con Dios, la unión profunda y permanente con el Amado. Te repito, vas a disfrutar de la intimidad con Dios y para siempre. ¡Esa es la cima suprema! Prepárate para una vida plenamente feliz, perfecta, una comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad.

La última pregunta de Andrés
¿Y en que consistirá mi felicidad como bienaventurado?
Jesús recurre a la teología
Hablo al teólogo, a ti Andrés, a quien recuerdo que en el lenguaje bíblico, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que pueda imaginar. La felicidad consistirá en la posesión de Dios. Donde está Dios, está la felicidad simbolizada en el banquete celestial. Ya lo dije a mis discípulos: llegaréis a la alegría plena (Jn 15,11). Ciertamente que el ver a Dios supera toda felicidad. Pronto lo comprobarás, Andrés. Con “la visión beatífica”, (pues también de esta manera llamáis al cielo en la tierra), quedarán saciados todos tus deseos de felicidad, todas las ansias de saber. En adelante, ni vas a tener ganar de “escalar otras montañas”.

El ángel avisa y Alberto recita una poesía.
Con tono solemne, sin dejar opción a más preguntas, Jesús comunica:
-Andrés, tu ángel de la guarda avisa que ha llegado el momento de presentarte a Dios. Ya sabes, mucha confianza en ese diálogo de amor con el Amor que no tendrá fin. Y da gracias porque de todos tus compañeros solamente tú,antes que los otros, has alcanzado la cima suprema que incluye las metas de las seis expediciones, la plenitud humana, felicidad sin dolor alguno, la religiosidad liberadora, el vivir como discípulo mío, poder cooperar con mi iglesia creíble y sobre todo contemplar “cara a cara” a Dios, el Absoluto de todos los absolutos. Ahora, Andrés, tienes un tiempo para formular tus plegarias favoritas.
Andrés, agradecido, muy nervioso, y un tanto turbado, balbuceó unos versículos del Magnificat, de María, otros de la oración sacerdotal de Jesús, del Cántico de las criaturas de Francisco de Asís y terminó con la Llama de amor viva, de Juan de la cruz:
¡Oh llama de amor viva que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
Andrés no pudo terminar la última plegaria porque en el mismo momento de pronunciar el “rompe la tela”, sonó una música fuerte y se abrió un gran telón que descubría la realidad del cielo. Mientras tanto, comenzaron a cantar con entusiasmo todas las voces de la corte celestial el Gloria de la Misa solemnis de Beethoven.

Volver arriba