| Manuel del Pino
El alumno más díscolo de Albera se llamaba Julio. Todos los profesores le daban de lado porque, aunque era un mico de estatura, resultaba un chico terrible de verdad.
Estaba cargado de rencor y de odio. Era evidente que arrastraba problemas graves en su familia, por sus padres, y los descargaba en especial con los maestros, que se limitaban a expulsarle de clase para poder seguir con su masivo trabajo.
Ante la sorpresa de todos, sor Consuelo quiso hacerse cargo de él. Se convirtió en una especie de tutora, que le ofreció su amor y comprensión para que la actitud del niño mejorara y pudiera seguir adelante.
Julio despreció y denigró a la monja de todas las formas posibles.
Sor Consuelo lo sufrió en silencio, con auténtica resignación cristiana, sin desfallecer ni abandonar su tarea un solo instante.
Y un día, Julio se echó a llorar en los brazos de sor Consuelo durante más de una hora.