| Manuel del Pino
Sor Consuelo fue a recoger a la perrita loba. Los padres de esa familia ya no podían tenerla en casa y pensaban darla a un vecino de Albera con mala fama, que lo más seguro la mataría de hambre y la abandonaría a su suerte.
La perrita aún cojeaba, por colar la patita en un hoyo, mientras jugaba con los niños de la casa, de un modo accidental pero muy doloroso.
Cuando la monja la tomó en brazos para sacarla de la casa, la perrita temblaba de miedo a lo desconocido. Los padres estaban emocionados y los niños lloraban.
La vida era así, a veces había que tomar una decisión.
Lo que no sabía la perrita loba (pero sí esa familia), era que sor Consuelo la cuidaría como a una princesa, hasta encontrarle una estupenda familia que la mimaría toda su vida. Cualquiera que hablaba de esa perrita, no lo hacía con pena, sino con la alegría de la fortuna.