Su fijación con la Iglesia católica y la tergiversación de los hechos y la historia al servicio de su obsesión, la llevan del universo progre al ridículo. Belarra y la asignatura de Religión
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, no es ni mejor ni peor que otros políticos del amplio arco parlamentario, entre los que hay que incluir también a aquellos «tragadores» extraparlamentarios que están en la misma órbita.
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, no es ni mejor ni peor que otros políticos del amplio arco parlamentario, entre los que hay que incluir también a aquellos «tragadores» extraparlamentarios que están en la misma órbita. La diferencia de la ministra Belarra con otros es que a esta se le calienta la boca y espumea salivazos de analfabetismo funcional, es decir, que proyecta en el quehacer diario su incapacidad para emplear con eficacia la escritura y las pocas lecturas que se le suponen. Que además sus exabruptos sean una necesidad es la explicación y respuesta al nepotismo partidista que le otorgó un cargo «hereditario», convertido en carga para el resto de españoles.
Su fijación con la Iglesia católica y la tergiversación de los hechos y la historia al servicio de su obsesión, la llevan del universo progre al ridículo. La última ocurrencia la ha lanzado en El Escorial, en los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid, ante las preguntas de los periodistas sobre la ponencia del 40º Congreso del Partido Socialista, referida a la actualización, previa denuncia, de los acuerdos Iglesia-Estado, donde ha sostenido:
« (…) a mí me gustaría que esto no quede en papel mojado, por ejemplo que pudiésemos acabar de una vez por todas con ese Acuerdo con la Santa Sede, con el Concordato y poder sacar “la educación pública de las escuelas de nuestro país”. Yo creo que esto sería... la Religión de las escuelas públicas de nuestro país, a mí eso me parece sería la mejor de las noticias».
Ha tenido un pequeño lapsus que podría demostrar su posición ideológica, esto es, «sacar la educación pública de las escuelas de nuestro país», para arribar a una educación estatista (no pública), que exalta el poder y la preeminencia del Estado sobre las demás entidades sociales, pero siempre y cuando ella y los suyos vayan montados en el machito: asaltar los cielos es situarse en las faldas del Estado.
Por otro lado parece desconocer que no solo hay un Acuerdo, sino que son cuatro los Acuerdos internacionales firmados por España con la Santa Sede: Acuerdo básico entre la Santa Sede y el Estado español (1976), Acuerdo sobre Asuntos Jurídicos, Acuerdo sobre Asuntos Económicos, Acuerdo sobre Enseñanza y Asuntos Culturales (los últimos tres de enero de 1979). A mayor abundamiento cita un Concordato que resulta inexistente desde el momento de la firma de los citados Acuerdos, hace más de cuarenta años. En unas pocas frases da a entender que cuanto peor mejor…
Por otro lado tampoco distingue entre laicidad y laicismo, y sostiene que dentro del partido socialista, «aparentemente se sumaban a la laicidad», cuando en realidad por sus palabras e intencionalidad se refiere al laicismo, que se diferencia en que el primero parte del mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte, y el segundo o laicismo que parte de la hostilidad o indiferencia contra la religión, siendo más ajustado esto segundo a su posición.
Hay que convenir que el ser humano es «extraordinario» en todas sus acepciones. Dale a un analfabeto un cargo, un móvil y una hamaca a la fresca y será capaz de hablarte de «Democracia feminista: Economía de los cuidados, sostenibilidad de la vida y garantía de los derechos sociales» en un curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid.
Responder a cretinadas, ¿será tildado de discurso de odio? ¡¡¡Hay que joderse!!!