Celibato sacerdotal
En estos días he leído el escrito-manifiesto del Movimiento por el Celibato Opcional (MOCEOP), con el llamativo título: “¡Ya está bien tanta ocultación y falta de valentía por parte de los obispos y sacerdotes ante hechos tan graves!”. Se refieren a los casos de abusos sexuales ocurridos en Granada.
Quisiera comentar una parte del texto que impregna la totalidad del mismo, y antes de empezar no puedo negar mi simpatía y apoyo por todos aquellos que luchan por lo que creen y máxime cuando en ello dejan jirones de piel en un difícil camino.
Respecto al texto, estoy absolutamente de acuerdo con lo sostenido por el movimiento MOCEOP, cuando muestra su dolor e indignación ante los casos de abusos en Granada. Pero en desacuerdo cuando afirman, sin matiz alguno, que “Por otra parte, pensamos que en el fondo de la cuestión, está el problema de un celibato obligatorio para el clero que puede dar lugar a hechos tan abominables como los que estamos denunciando. Sería mucho más positivo para la Iglesia que el celibato no fuera obligatorio para los sacerdotes, sino optativo y que la sexualidad se pudiera vivir y expresar con toda normalidad como todas las personas y que se pudiera compaginar con el ejercicio del ministerio, así se evitarían desviaciones tan abominables como las que estamos comentando de cometer abusos sexuales con menores y durante muchos años”.
Se mezclan dos cuestiones que, en mi opinión, no tienen relación alguna o, al menos, no una relación directa como parece desprenderse del escrito. Nada que decir, en cuanto es materia de disciplina y no de doctrina, a que “el celibato no fuera obligatorio para los sacerdotes, sino optativo y que la sexualidad se pudiera vivir y expresar con toda normalidad como todas las personas”, pero ello no obsta a que no me parece acertado unir lo anterior con las consecuencias que se pretenden: “así se evitarían desviaciones tan abominables como las que estamos comentando de cometer abusos sexuales con menores y durante muchos años”.
Del mismo modo, un comunicado de Redes Cristianas sobre la pederastia en la Iglesia Católica, en uno de sus apartados, dice:
“Podrá también darse el caso de personas pedófilas que encuentran en el sacerdocio un ámbito adecuado para tener contacto con menores. Esto sería casi imposible si el sacerdocio se plantease como un ministerio laical al que acceden personas que no tienen por qué haber aceptado el compromiso de ser célibes y hubiese por tanto mucha más transparencia y naturalidad”.
Tampoco acabo de comprender las razones por las que un sacerdocio planteado como un ministerio laical al que accediesen personas sin el compromiso de ser célibes, haría “casi imposible” que personas pedófilas encontrasen en el sacerdocio un ámbito adecuado para tener contacto con menores.
Ni por naturaleza los célibes (sacerdotes, religiosos/as, o laicos), tienen una mayor propensión a cometer abusos por el simple hecho de no estar casados, ni los casados están exentos de desviaciones abominables. Más allá de anormalidades neurológicas, es muy posible que la etiología sea de carácter aprendido. No olvidemos que hay muchos célibes laicos que no tienen, en absoluto, esas inclinaciones, por lo que creo que las razones no pueden estar, básicamente, en el celibato, sea o no opcional.
Como sostiene la Encíclica “SACERDOTALIS CAELIBATUS” de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal, respecto a las objeciones al celibato eclesiástico unido al sacerdocio, la “primera parece que proviene de la fuente más autorizada: el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien o propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5; Tit 1, 5-6)”.
Pero una vez aceptado por disciplina, hoy por hoy, el sacerdocio célibe, tal y como contiene la citada Encíclica, se debe excluir a los sujetos de insuficiente equilibrio psicofísico y moral, y no se debe pretender que la gracia supla en esto a la naturaleza.
Como ya decía en otro post de este blog (Los abusos sexuales: buscar soluciones), “(…) lo reprimido siempre vuelve bajo otras formas, de condición perversa”.
Intuyo que el problema de los abusos sexuales no tienen relación directa con el celibato sacerdotal, sino con una pésima educación que no ha tenido en cuenta el desarrollo pleno de la personalidad de los educandos, en la que la afectividad debería ocupar el muy importante puesto que le corresponde.