Perfil del profesorado de religión
Pese a la valoración positiva que efectúa la ciudadanía de entidades católicas como Cáritas o Manos Unidas en estos momentos de largo trasnochar por la senda tortuosa de una crisis anunciada, no parece suficiente para sostener una visión amable y acogedora de la Iglesia como institución. Estas valoraciones del cuerpo social se intuyen y desprenden, en estos años tan aciagos para el entendimiento de nuestra historia reciente, por cierta pretensión de control y uniformidad tanto en sus vertientes política como eclesial, que ha querido situar a las personas dentro de la corriente dominante, sea cual fuera esta, bajo un paraguas unicolor de contenidos fríos y opacos.
Esa ha sido la intención al pretender instaurar un perfil homogéneo para el profesorado de religión de centros públicos de enseñanza, entendido como un conjunto de rasgos peculiares, casi siempre tristes y grises en una extraña función, la de proselitistas y transmisores de la fe, siempre y cuando ello fuera posible, pues la enseñanza de la religión, tal y como afirma el Profesor Salvador Corral, “si es disciplina, es enseñanza académica, no catequesis ni propaganda. En otros términos, que tiene que articularse y enseñarse como cualquiera de las demás ramas del saber, por más que sea y deba ser conforme a la teología oficial, en este caso, de la Iglesia Católica”.
Ahora bien, si ese “perfil”, como se nos ha comunicado, tiene como fin una pretendida transmisión de la fe, la idoneidad del profesorado de religión deberá valorar si la fe del mismo es lo suficientemente robusta para su transmisión, dejando en segundo, tercero o último término los conocimientos histórico-teológicos y pedagógicos. Estaríamos ante el regocijo de quienes se sienten autorizados para entregar carnets de fe y catolicidad, aunque en las orientaciones pastorales sobre la enseñanza religiosa escolar de 11 de junio de 1979, no se propugna la transmisión de la fe como objeto de la ERE:
“43. (…) Cuando realizan su labor docente, los profesores de religión actúan en nombre de la sociedad y desde la naturaleza propia de la escuela, pero también en nombre de la Iglesia, y desde su vocación de creyentes; actúan desde su competencia científica y académica, pero al mismo tiempo desde la fe y el testimonio”.
En cualquier caso, en consonancia con el artículo 27.3 CE, por el que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”, no puede desprenderse que de la formación religiosa en la escuela se pueda pretender más que la adquisición de conocimientos y valores y en ningún caso la transmisión de la fe.
La fe, tal y como se desprende de la Constitución Dogmática Dei Verbum, “(…) por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él”, no es una destreza o habilidad básica de la que deba responsabilizarse la escuela pública, siendo más razonable la enseñanza en los ámbitos de la familia y de la catequesis.
A mayor abundamiento, la Carta circular n. 520/2009, sobre la Enseñanza de la Religión en la Escuela, dada en Roma, el 5 de mayo de 2009, dice respecto de la religión confesional católica:
“La enseñanza de la religión es diferente y complementaria a la catequesis, en cuanto es una enseñanza escolar que no solicita la adhesión de fe, pero transmite los conocimientos sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana”.
También el Catecismo de la Iglesia católica (Catechismus Catholicae Ecclesiae), nos instruye en su apartado segundo del prólogo, sobre transmitir la fe como acción catequética:
4 Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (Cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
5 En un sentido más específico, “globalmente, se puede considerar aquí que la catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CT 18).
Y definitivamente, la encíclica Lumen fidei, del Papa Francisco, nos ilustra suficientemente:
37. (...) La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama.
40. (...) la fe necesita un ámbito en el que se pueda testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica. Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. (…). Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia.
Como conclusión, espero poder sostener que el “perfil” del profesor de religión y moral católica en centros públicos de enseñanza, debe ser, ante todo, el de un verdadero profesional de la enseñanza, conocedor profundo de su materia y de sus responsabilidades con ella, sin que deba sentirse legitimado para siquiera intentar (si ello fuese posible) transmitir la fe en el ámbito escolar público, pues enseña por mandato constitucional y por cuenta del Estado (CCAA), asistiéndole la Iglesia en aquello que le es propio: la propuesta como docente, los contenidos académicos y señalando los libros de texto.