En el 41 aniversario del asesinato de Óscar Romero La Semana Santa de los discípulos de Emaús
Mientras existan discípulos de Emaús, como Óscar Romero, tendremos un ejemplo para transitar el camino que los ojos de carne son incapaces de reconocer: el de la bendición y la partición del pan
En el día del 41 aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, que encontró al Resucitado y proclamó: «Que mi sangre sea semilla de libertad».
En pocos días da comienzo la que fuera llamada la gran semana, la Semana Santa, con una natural inclinación a la meditación que, para cualquier cristiano, puede y quiere ser un momento de oportunidad, pero para los católicos es, además, como el camino de la cruz (Vía Crucis) el momento de acariciar la carne herida, aliviar los dolores y lamentos, las pérdidas, los duelos perdidos o inacabados, y las pesadumbres que angustian en estos tiempos tan difíciles. Es una oportunidad para pausar el pulso, para descansar las fatigas, para abrir el «templo» de nuestro ser y convertirnos en «estaciones» que reconfortan.
Luego, con la Vigilia Pascual del Sábado Santo se celebra, como niños al alba el Día de Reyes, con espera activa, la luz y la vida que se derrama como agua abundante y fresca en el misterio del Resucitado.
El Domingo de Resurrección es el momento de la escucha del Ángel que susurra: «No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; no está aquí; mirad el sitio donde lo pusieron.»
Son días para el caminar lento, para la poesía que rima con la vida, para deambular por los meandros del encuentro. Son momentos propicios para vaciarnos de nosotros mismos y llenarnos del Espíritu, dejando a un lado, por un momento siquiera, la sempiterna pregunta de lo más prosaico y cotidiano: «Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro», porque «si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana» (1 Co 15,17).
Tal vez siga por aquí, sobre todo en las miserias, en las colas del hambre, en el dolor que se derrama por las frentes surcadas de sufrimiento. Pero es probable que se haga más necesario entre los indiferentes, entre los que rechazan el compromiso más tibio, o entre los que prefieren su corazón de piedra. Pero mientras existan discípulos de Emaús, como Óscar Romero, tendremos un ejemplo para transitar el camino que los ojos de carne son incapaces de reconocer: el de la bendición y la partición del pan.