Igualdad y trabajo para todos

Sabemos que, en la convivencia humana, hay dos cosas que son muy difíciles de armonizar: la igualdad y la libertad. La experiencia nos dice que, si defendemos a toda costa la libertad, nos cargamos la igualdad. Por aquello de que el pez gordo se come al pez chico. Mientras que si, por el contrario, lo que se pretende es imponer la igualdad, eso no se consigue sino a base de limitar, recortar y hasta liquidar (si es preciso) la libertad. Y el desastre total es cuando las cosas se organizan de manera que sólo los peces gordos disfrutan de libertad para lo que les conviene. Entonces la consecuencia es que los peces chicos, no sólo se ven privados de muchas de sus legítimas libertades (y derechos), sino que - además y sobre todo - poco a poco se van hundiendo en la miseria que entraña una sociedad en la que se disparan las desigualdades más violentas. Cada cual verá si es esto lo que está ocurriendo ahora mismo en España. En cualquier caso, ahí están los datos que ofrece la Unión Europea. Nuestro país está, en este momento, casi a la cabeza de las desigualdades, por encima de países como Portugal, Bulgaria o Grecia. O sea, que nos hemos cubierto, no de gloria, sino de miseria.

¿Tiene esto solución? Por supuesto que la tiene. Pero con tal que todos arrimemos el hombro. Por eso - y por si sirve de algo lo que voy a decir -, quiero recordar aquí un relato extravagante: la parábola de los jornaleros de la viña. Es la historia aquélla que cuenta el evangelio de Mateo (20, 1-16). Un propietario, que tenía una viña, sale al amanecer para contratar trabajadores que vayan a su finca, ajustando con ellos el jornal de costumbre. Luego vuelve a salir a media mañana, al mediodía, a media tarde e incluso a última hora. Todo el día sacando gente del paro, para que fueran a su empresa a ganarse el pan. Y lo extraño es que, a la hora de pagar, a todos les pagó la misma cantidad, “empezando por los últimos” (Mt 20, 8).

¿Por qué cuenta el Evangelio esta increíble historia? Porque así quiso explicar cómo es la bondad de Dios, que tuvo su reproducción “concreta en la vida de Jesús” (Ulrich Luz). Pero no es de religión de lo que yo quiero hablar aquí. El Evangelio, antes que un “libro de religión”, es un “proyecto de vida”. Y en este proyecto - como cuenta la parábola - se encuentra la firme decisión de no consentir que haya gente en el paro, ni que entre la gente existan desigualdades. Así entendió Jesús la famosa sentencia que el relato de Mateo colocó al comienzo y al final de la parábola: “los últimos serán los primeros” (Mt 19, 30; 20, 16).

Sin duda que a muchos lectores les costará lo suyo entender de veras este extraño “proyecto de vida”, en el que los últimos van a ser, también de veras, precisamente los primeros. ¿Qué demonios significa todo esto? Acabo de leer un lúcido ensayo de Giorgio Agamben, “El fuego y el relato”. En este ensayo nos recuerda Agamben el fragmento póstumo que Kafka dedicó precisamente a “Las parábolas”. Y en él nos pregunta el autor de “El proceso”: “¿Por qué os resistís? Si pusierais en práctica las parábolas, vosotros mismos os convertiríais en parábola, y de ese modo os veríais libres de las preocupaciones diarias”.

El día que nuestros políticos aparquen sus intereses y los intereses del propio partido, el día que los políticos y los banqueros, y los ricos (y los pobres), lleguemos a ser todos parábola, de forma que la palabra y la vida sean una misma cosa, ese día habrá trabajo para todos. Y todos, manteniendo y respetando nuestras diferencias, seremos iguales en derechos, tolerancia y dignidad.
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