La asignatura de religión en la escuela
Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre este asunto. No pretendo aquí prolongar un debate que, según creo, va para largo. En todo caso, y sea cual sea la opinión que cada uno tenga sobre el tema, lo que a todos nos vendría bien sería pensar - al menos pensar - en los resultados que está dando la enseñanza oficial de la religión en la escuela y, en general, en los planes de estudio.
Digo esto porque, según creo, somos muchos los ciudadanos que palpamos dos hechos que están a la vista de todo el mundo. El primer hecho es que la gran mayoría de los jóvenes de nuestro país pasan por varios años de clase de religión. Una asignatura en la que los obispos son los responsables de poner y quitar a los profesores, de aprobar o rechazar los libros de texto, de vigilar lo que se enseña y cómo se enseña en cada centro, de controlar hasta el comportamiento público y privado de los docentes. El segundo hecho es que, según los estudios sociológicos más fiables que se han hecho hasta el día de hoy, una notable mayoría de jóvenes españoles se muestra distante de la religión, alejado de ella, ausente de la práctica religiosa y - lo que es más significativo - estas generaciones juveniles (al menos, hasta los que cuenta unos cuarenta años) muestran un desinterés casi total por cuanto se refiere a los temas de la religión, la Iglesia, la teología y todo cuanto se relaciona con esas cosas y esos conceptos. Es verdad que hay grupos muy concretos y minoritarios que frecuentan las reuniones de colectivos, de marcada orientación integrista y conservadora (Opus Dei, Quicos, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo...), pero incluso en estos grupos se empiezan a advertir signos de cansancio. En cualquier caso, estos grupos son minoritarios en el conjunto de la población. Cosa que no contradicen las masivas concentraciones de la JMJ, como la del pasado agosto en Madrid. Porque es bien sabido que a esa magna concentración acudieron jóvenes de medio mundo.
Pues bien, estando así las cosas, a cualquiera se le ocurren algunas preguntas que son inevitables: ¿qué pasa con la asignatura de religión? ¿tan inútiles son los profesores que la enseñan? ¿tan rematadamente malos son los libros de texto que se usan para enseñarla? ¿cómo se explica que los chicos aprendan enseguida matemáticas, inglés o informática, por poner algunos ejemplos, al tiempo que la religión ni les interesa, ni les cuestiona, ni les resuelve gran cosa?
Como es lógico, este asunto ha preocupado seriamente a instituciones docentes, que se sienten responsables de lo que está pasando con lo de la religión en la enseñanza. Y los análisis más serios, que se han hecho hasta ahora, han dado un resultado que parece sólidamente demostrado: los niños y adolescentes asimilan los contenidos de la asignatura de religión hasta los doce o (a los sumo) los trece años. A partir de esa edad, desenganchan su mente de las ideas religiosas y del lenguaje religioso, de forma que, en adelante, toda esa temática y sus contenidos no les vuelve a interesar. No es que estén en contra de Dios o de los curas. No están ni a favor, ni en contra. Se trata de otra cosa. Se trata de que todo eso no les interesa en absoluto. Porque a nada de eso le ven utilidad, ni interés, ni nada de eso les aporta solución a lo que a ellos les interesa, les preocupa, les ilusiona o simplemente les llama la atención. A partir de ese momento, los profesores se desesperan en las clases simplemente para que, por lo menos, los alumnos atiendan a lo que allí se dice. Y no faltan los docentes que se las apañan como pueden para decir cosas que puedan interesar a los chicos. Pero la pura verdad es que, en las clases son muchos los que tiran como pueden, a sabiendas de que, a lo que pueden aspirar, es a dos cosas: hacer la clase lo menos desagradable posible y en la clase no decir nada que dé pie para que del obispado les llamen la atención o, lo que sería peor, les pueda costar el puesto de trabajo.
Así las cosas, mi pregunta es: ¿por qué no se afronta este problema en serio? Y ante esta pregunta, la propuesta que hago es muy clara: mi convicción es que el la raíz del problema está en los contenidos que se enseñan. En otras palabras: el problema está en la teología subyacente al catecismo. La teología, que se enseña y se aprende en los seminarios, no responde ya ni a las necesidades religiosas de la gran mayoría de la gente, ni se trasmite en un lenguaje que a la gente (sobre todo a las generaciones jóvenes) le pueda interesar y pueda entender. Mientras esto no se afronte y se resuelva, estaremos dando palos de ciego. O seguiremos resignadamente aferrados a unas seguridades de antaño que no van a servir para tranquilizar nuestras conciencias. Y, menos aún, para maquillar nuestro fracaso como trasmisores de la correcta relación de los seres humanos con Dios.
Digo esto porque, según creo, somos muchos los ciudadanos que palpamos dos hechos que están a la vista de todo el mundo. El primer hecho es que la gran mayoría de los jóvenes de nuestro país pasan por varios años de clase de religión. Una asignatura en la que los obispos son los responsables de poner y quitar a los profesores, de aprobar o rechazar los libros de texto, de vigilar lo que se enseña y cómo se enseña en cada centro, de controlar hasta el comportamiento público y privado de los docentes. El segundo hecho es que, según los estudios sociológicos más fiables que se han hecho hasta el día de hoy, una notable mayoría de jóvenes españoles se muestra distante de la religión, alejado de ella, ausente de la práctica religiosa y - lo que es más significativo - estas generaciones juveniles (al menos, hasta los que cuenta unos cuarenta años) muestran un desinterés casi total por cuanto se refiere a los temas de la religión, la Iglesia, la teología y todo cuanto se relaciona con esas cosas y esos conceptos. Es verdad que hay grupos muy concretos y minoritarios que frecuentan las reuniones de colectivos, de marcada orientación integrista y conservadora (Opus Dei, Quicos, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo...), pero incluso en estos grupos se empiezan a advertir signos de cansancio. En cualquier caso, estos grupos son minoritarios en el conjunto de la población. Cosa que no contradicen las masivas concentraciones de la JMJ, como la del pasado agosto en Madrid. Porque es bien sabido que a esa magna concentración acudieron jóvenes de medio mundo.
Pues bien, estando así las cosas, a cualquiera se le ocurren algunas preguntas que son inevitables: ¿qué pasa con la asignatura de religión? ¿tan inútiles son los profesores que la enseñan? ¿tan rematadamente malos son los libros de texto que se usan para enseñarla? ¿cómo se explica que los chicos aprendan enseguida matemáticas, inglés o informática, por poner algunos ejemplos, al tiempo que la religión ni les interesa, ni les cuestiona, ni les resuelve gran cosa?
Como es lógico, este asunto ha preocupado seriamente a instituciones docentes, que se sienten responsables de lo que está pasando con lo de la religión en la enseñanza. Y los análisis más serios, que se han hecho hasta ahora, han dado un resultado que parece sólidamente demostrado: los niños y adolescentes asimilan los contenidos de la asignatura de religión hasta los doce o (a los sumo) los trece años. A partir de esa edad, desenganchan su mente de las ideas religiosas y del lenguaje religioso, de forma que, en adelante, toda esa temática y sus contenidos no les vuelve a interesar. No es que estén en contra de Dios o de los curas. No están ni a favor, ni en contra. Se trata de otra cosa. Se trata de que todo eso no les interesa en absoluto. Porque a nada de eso le ven utilidad, ni interés, ni nada de eso les aporta solución a lo que a ellos les interesa, les preocupa, les ilusiona o simplemente les llama la atención. A partir de ese momento, los profesores se desesperan en las clases simplemente para que, por lo menos, los alumnos atiendan a lo que allí se dice. Y no faltan los docentes que se las apañan como pueden para decir cosas que puedan interesar a los chicos. Pero la pura verdad es que, en las clases son muchos los que tiran como pueden, a sabiendas de que, a lo que pueden aspirar, es a dos cosas: hacer la clase lo menos desagradable posible y en la clase no decir nada que dé pie para que del obispado les llamen la atención o, lo que sería peor, les pueda costar el puesto de trabajo.
Así las cosas, mi pregunta es: ¿por qué no se afronta este problema en serio? Y ante esta pregunta, la propuesta que hago es muy clara: mi convicción es que el la raíz del problema está en los contenidos que se enseñan. En otras palabras: el problema está en la teología subyacente al catecismo. La teología, que se enseña y se aprende en los seminarios, no responde ya ni a las necesidades religiosas de la gran mayoría de la gente, ni se trasmite en un lenguaje que a la gente (sobre todo a las generaciones jóvenes) le pueda interesar y pueda entender. Mientras esto no se afronte y se resuelva, estaremos dando palos de ciego. O seguiremos resignadamente aferrados a unas seguridades de antaño que no van a servir para tranquilizar nuestras conciencias. Y, menos aún, para maquillar nuestro fracaso como trasmisores de la correcta relación de los seres humanos con Dios.