No hay más solución que la bondad
Está visto que - al menos en España y tal como están las cosas -, no tenemos más solución para salir de la crisis que el recurso, la insistencia, la petición machacona y angustiada de que, en este país, más importante, más decisiva, que la reforma laboral es la bondad de las personas. Sobre todo, la bondad de los más ricos y poderosos. Yo sé que a mucha gente esto le suena a música celestial. Y a casi todos les hará la impresión de que es retórica de sacristía. O sea, nada. Y, sin embargo, por más que pienso en el problema, es evidente que Zapatero no ha sido capaz de resolver la situación. Pero, ¿la va a resolver Rajoy?
Por lo que leo esta mañana en los periódicos, el decreto ley de reforma laboral plantea las cosas de manera que las empresas están ya autorizadas para reducir la “cuantía salarial”, o sea que pueden bajar los sueldos. Y pueden hacer eso por “razones económicas, técnicas, organizativas o de producción”. Lo cual quiere decir que el texto del decreto está redactado de manera que los trabajadores están ahora mismo a merced de lo que los empresarios consideren que les conviene más a ellos y a sus empresa. Es verdad que, por este camino, se espera que, a medio y largo plazo, el paro disminuya, la productividad de las empresas aumente y el paro se reduzca de forma sensible. ¿Será así, efectivamente?
Si algo ha dejado claro la experiencia histórica de los últimos siglos es que las bondades de la “mano invisible” del mercado, tema que desarrolló ampliamente Adam Smith cuando (en 1776) expuso sus teorías sobre la naturaleza y la riqueza de las naciones, es que esa presunta “mano invisible” no existe. Porque lo que realmente se impone es el poder de los que manejan el dinero y, mediante el dinero, pueden decidir del destino, de la suerte o la desgracia, de quienes no tienen en la vida más recursos que los del propio trabajo. Así ha ocurrido siempre. Y así seguirá sucediendo. Porque eso es lo que da de sí la condición humana.
Por eso, yo no le veo a esto más solución que apelar a un esfuerzo, un empeño, un trabajo incesante y largo, de re-educación de ésta nuestra condición humana. De ahí que más importante que el “decreto ley de reforma laboral” tendría que ser un “decreto ley de re-educación moral” de la sociedad entera. Es importante saber que el mismo Adam Smith, antes de escribir su “Investigación sobre la naturaleza y las causas de la Riqueza de las Naciones” (1776), había publicado su “Teoría de los sentimientos morales” (1759), un libro en el que fustiga la codicia de los ricos. Y en el que afirma con toda claridad: “Con frecuencia vemos cómo las atenciones más respetuosas se orientan hacia los ricos y los grandes más intensamente que hacia los sabios y los virtuosos”.
En esto se basa mi convicción más fuerte. Para reorientar los problemas de la crisis. Y los mil problemas que nos plantea la vida. Sólo la bondad es digna de fe. Y sólo mediante la bondad podremos orientar este mundo, este país nuestro, hacia una convivencia más soportable, más humana, en la que cada cual se sienta menos solo, menos incomprendido, menos desamparado.
Otro día seguiré hablando de este asunto. Para insistir en el punto capital de todo el problema: la reorientación del deseo, que - lo digo ya desde ahora - es la clave del Decálogo, lo que Dios nos pide a todos. Y lo que, en definitiva, todos más necesitamos. No para vivir con más privaciones (que ya tenemos bastantes), sino para vivir más felices.
Por lo que leo esta mañana en los periódicos, el decreto ley de reforma laboral plantea las cosas de manera que las empresas están ya autorizadas para reducir la “cuantía salarial”, o sea que pueden bajar los sueldos. Y pueden hacer eso por “razones económicas, técnicas, organizativas o de producción”. Lo cual quiere decir que el texto del decreto está redactado de manera que los trabajadores están ahora mismo a merced de lo que los empresarios consideren que les conviene más a ellos y a sus empresa. Es verdad que, por este camino, se espera que, a medio y largo plazo, el paro disminuya, la productividad de las empresas aumente y el paro se reduzca de forma sensible. ¿Será así, efectivamente?
Si algo ha dejado claro la experiencia histórica de los últimos siglos es que las bondades de la “mano invisible” del mercado, tema que desarrolló ampliamente Adam Smith cuando (en 1776) expuso sus teorías sobre la naturaleza y la riqueza de las naciones, es que esa presunta “mano invisible” no existe. Porque lo que realmente se impone es el poder de los que manejan el dinero y, mediante el dinero, pueden decidir del destino, de la suerte o la desgracia, de quienes no tienen en la vida más recursos que los del propio trabajo. Así ha ocurrido siempre. Y así seguirá sucediendo. Porque eso es lo que da de sí la condición humana.
Por eso, yo no le veo a esto más solución que apelar a un esfuerzo, un empeño, un trabajo incesante y largo, de re-educación de ésta nuestra condición humana. De ahí que más importante que el “decreto ley de reforma laboral” tendría que ser un “decreto ley de re-educación moral” de la sociedad entera. Es importante saber que el mismo Adam Smith, antes de escribir su “Investigación sobre la naturaleza y las causas de la Riqueza de las Naciones” (1776), había publicado su “Teoría de los sentimientos morales” (1759), un libro en el que fustiga la codicia de los ricos. Y en el que afirma con toda claridad: “Con frecuencia vemos cómo las atenciones más respetuosas se orientan hacia los ricos y los grandes más intensamente que hacia los sabios y los virtuosos”.
En esto se basa mi convicción más fuerte. Para reorientar los problemas de la crisis. Y los mil problemas que nos plantea la vida. Sólo la bondad es digna de fe. Y sólo mediante la bondad podremos orientar este mundo, este país nuestro, hacia una convivencia más soportable, más humana, en la que cada cual se sienta menos solo, menos incomprendido, menos desamparado.
Otro día seguiré hablando de este asunto. Para insistir en el punto capital de todo el problema: la reorientación del deseo, que - lo digo ya desde ahora - es la clave del Decálogo, lo que Dios nos pide a todos. Y lo que, en definitiva, todos más necesitamos. No para vivir con más privaciones (que ya tenemos bastantes), sino para vivir más felices.