Él viene siempre Adviento es ahora, en medio de la dana
Lo esencia es que la Iglesia sea fiel a su Señor
"Adventus" es una palabra latina que significa venida o llegada. Con el adviento iniciamos un recorrido litúrgico por el cual la Iglesia nos conducirá catequéticamente por toda la vida de Jesucristo y por su mensaje y por toda la historia de Salvación del Pueblo de Dios. Estamos, pues, empezando una etapa; estamos a tiempo de comenzar con buen pie. “El que bien empieza bien acaba” Lo primero que nos pide la Iglesia es que seamos hombres y mujeres de esperanza; que nos situemos con actitud receptiva y positiva. La esperanza es la vitamina de la fe; sin ella nos instalamos en la monotonía, en el cansancio y en la ausencia de horizontes. A través de los tiempos sólo la esperanza ha hecho posible que el Pueblo de Dios siguiera caminando, en medio de grandes luchas y peligros, en busca de la tierra prometida; algo semejante le ha ocurrido a la Iglesia. Como una barca en medio de la tempestad, en medio de la dana de los tiempos, ha seguido navegando con esperanza hasta nuestros días, durante más de dos mil años, y ha llegado hasta nosotros con una vitalidad –a pesar de lo que pueda parecer- verdaderamente envidiable. ¿Qué institución con más de 2000 años de historia puede contar en la actualidad lo que nos sigue contando la Iglesia? Dicen por ahí, que la Iglesia ya no convoca y que es una institución poco valorada. Es muy posible que sea así. La Iglesia ha sido siempre bandera discutida. Pero lo que ha de preocuparle a la Iglesia no es estar de moda sino vivir en fidelidad a su Señor. La esperanza cristiana se sostiene con la oración, la perseverancia y la vigilancia. No es verdad, como dice el refrán, que “mientras hay vida hay esperanza”, es más bien lo contrario:” Mientras hay esperanza hay vida”. Porque una vida sin esperanza no es vida de calidad, es una muerte anunciada. Nos preocupa mucho llenar nuestra vida de años, pero es más importante llenar nuestros años de vida. Ése es el reto cristiano. Comenzar el adviento significa ponernos en tensión dinámica, despabilar nuestra fe para comenzar un itinerario nuevo que nos conduzca al encuentro profundo con Cristo; para eso tenemos a la vuelta de la esquina la Navidad. Dice un proverbio chino que “Nada sienta mejor al cuerpo que el crecimiento del espíritu”. Éste es el camino que nos invita a recorrer el adviento. Para esto lo primero que tenemos que hacer es abrir los ojos y ver para preguntarnos por el sentido de nuestro vivir, para ponernos el termómetro de la fe y descubrir si tenemos o no fiebre de Dios o por el contrario estamos tibios y fríos de esperanza. Sin la fiebre del Espíritu estamos muertos, solo los muertos no tienen fiebre. Hay un camino que Dios tiene para nosotros. Lo dice con bellas palabras el poeta zamorano León Felipe: No conozco este camino y ya no alumbra mi estrella., y se ha apagado mi amor. Así…vacío y a oscuras ¿a dónde voy? Sin una luz en el cielo y roto mi corazón ¿Cómo saber si es el tuyo este camino, Señor?
El camino que hemos de recorrer para hacer realidad llena de gracia este Adviento es Jesucristo mismo. Él es camino; no hay otro camino que nos lleve a la paz del corazón. Por eso el Adviento es tiempo de ponernos a la escucha de su Palabra. La Palabra ha de ocupar un lugar destacado en nuestro adviento. La Palabra nos ilumina y nos convoca a tener hambre de eternidad y de luz. Mirad cómo lo dice un poeta del siglo XX: El tiempo parece la cárcel de la vida porque todo lo desgasta y nadie puede detenerlo. Pero no es verdad; el tiempo es la sede de la gracia, de la esperanza, la oportunidad para que algo nuevo pueda brotar en nosotros y nos convoque a la fiesta. Gracias al tiempo podemos vivir y amar, buscar y encontrar aquello que buscamos. Una consagrada anónima contemporánea ha escrito: “Esperar es dejarte poseer por las ganas de luchar, de vivir y de soñar, esperar es sembrar en cada surco simientes de eternidad y saber que la cosecha alguien la recogerá. Esperar es dejarte poseer, aquí, por la eternidad” Vamos a esperar con la Iglesia al Señor que viene, que está viniendo todos los días en la Palabra, en la Eucaristía, en la fraternidad, Vamos a esperar pero no de brazos cruzados sino encendiendo nuestro ardor, dispuestos a crecer por dentro, cultivándonos espiritualmente para que la Navidad no nos coja desprevenidos o despistados en medio de tantas compras, villancicos y luces de colores y, al final, olvidemos que es Navidad porque Él viene; sólo porque Él viene. Mirad cómo lo dice Tagore: Él viene, Viene siempre: ¿No oíste sus pasos silenciosos? El viene, viene, viene siempre. En cada instante y en cada edad, todos los días y todas las noches, él viene, viene, viene siempre. He cantado muchas canciones y de mil maneras; pero siempre decían sus notas: "El viene, viene, viene siempre". En los días fragantes del soleado abril, por la vereda del bosque, él viene, viene, viene siempre. En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio, sobre el carro atronador de las nubes, él viene, viene, viene siempre. De pena en pena mía, son sus pasos los que oprimen mi corazón, y el dorado roce de sus pies es lo que hace brillar mi alegría.