Carta a los Magos: Sus Majestades de Oriente:

Aunque ya he perdido la ingenuidad y sé que ustedes somos nosotros mismos me atrevo, por eso de que hay que hacerse niños para entrar en el reino de los cielos, dirigirme a sus majestades para pedirles los dones que deseo para este año 2018:
Quiero para mí, un poco de serenidad. Los tiempos que vivimos me inquietan y me preocupan. Mi salud es frágil y mis proyectos son tantos que tengo la sensación de no poder hacerlos todos. He vivido muy rápido, siendo aún muy joven y de manera muy concentrada, muchas responsabilidades que me han ido pasando factura; unas veces de desengaño, otras de esperanza y la más, de salud. Doy gracias a Dios por ello porque me han hecho crecer y experimentar el gozo de poder ser útil en medio de mis limitaciones. Serenidad para saber cuidar a mi padre enfermo de Altzeimer, con quien paso ahora la mayor parte del día y de la noche para que nunca esté solo y sus necesidades puedan ser atendidas. La enfermedad, propia o ajena, nos cierra muchas puertas pero nos abre otras a la alegría y a la paz del espíritu.

Quiero para mi país una paz estable y una tranquilidad creciente. No podemos vivir este desasosiego de lo que puede ocurrir mañana con nuestros hermanos de Cataluña. Tiene que haber soluciones políticas y dialogadas para llegar a acuerdos que nos devuelvan la anhelada tranquilidad para todos. Llevamos muchos meses con noticias monográficas y poco alentadoras. Sentimos ya el hartazgo de una situación que parece enquistada y que ni siquiera unas elecciones con garantías han podido clarificar. ¿Será tan complicado el arte de la política?

Quiero para el mundo un orden más justo y más humano donde no sea el capital quien domine y someta a los pueblos sino unas relaciones internacionales basadas en el diálogo y en la promoción de los países en desarrollo, sólo así se romperá este drama de refugiados que quieren atravesar fronteras y alambradas. Nadie huye de su tierra si encuentra en ella lo necesario para llevar una vida digna y vive en paz. Un mundo con menos muros y políticos más sensatos.

Quiero para mi iglesia una mentalidad tolerante y acogedora, abierta a la realidad de los tiempos, que se aleje del clericalismo que aún nos ata y nos impide avanzar hacia comunidades más cercana y abiertas; una comunidad que no alimente a trepas y vividores, amantes de hermosos áticos y retiros en la abundancia. Una comunidad que sea de Jesús y no se deje atrapar por lecturas negativas de la modernidad. Una comunidad menos moralista y más humana, donde los pobres se sientan en casa y los que piensan y sienten distinto se encuentren amados como Jesús amaba a todos, sin condiciones. Una comunidad con mordiente evangélico y proyectos de revisión y de vida.

Tampoco nos viene mal un poco de carbón para que sintamos la pequeñez de lo que somos y nunca seamos conformistas y autocomplacientes, satisfechos y estáticos.
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