¡Feliz Navidad 2018!
Este año no he encontrado una tarjeta de Navidad convincente para felicitarte. Esos llamados “Chrismas” son cada día menos navideños y más comerciales. Nos van robando a los cristianos, lentamente la Navidad. Y vamos dejando que lo hagan. Por eso este año te felicito con unas palabras que sean más Navidad y menos mensaje hueco para quedar bien.
El acontecimiento de Belén, hace ahora 2018 años, ha venido a ser una de esas columnas maestras que sostienen nuestro mundo para evitar que se desplome amenazado por la carcoma del tiempo y el aburrimiento que ocasiona la monotonía y la vulgaridad.
¿Quién podría imaginar en aquel instante que un niño, recién nacido en brazos de su madre, apenas una muchacha, junto a un trabajador carpintero que hacía los trabajos que cualquiera le solicitara, iba a ser la esperanza más firme y fundada de toda la humanidad en todos los siglos venideros?
Pero no hay duda. Nadie, absolutamente nadie, en medio de tanta aureola de sabiduría y santidad como ha atravesado la historia, ha conseguido aunar tantos sentimientos y opiniones.
Jesús, el niño de Belén, es el protagonista indiscutible de esta historia nuestra que vamos recorriendo entre penas y glorias.
Reconocer esto no es sólo un ejercicio de creyentes; cualquiera que analice las cosas con un mínimo sentido común - excepto los que están sometidos a la ideología- podrá ver que la figura de Jesús ha convulsionado la historia y que, desde su nacimiento, ya nada es igual. ¡Hasta el año que vivimos se cuenta desde el nacimiento de este niño en Belén! Hace 2018 años que nació Jesús en Belén de Judá.
Pero esto resulta demasiado simple. Hasta aquí puede llegar hasta un niño. Yo quisiera, si me dejáis, ir con vosotros un poco más allá.
Quisiera hablaros de cómo Jesús es como una luciérnaga en los ribazos de la historia que ha sido capaz de dar luz y sentido a la vida de cada ser humano.
Nuestra humanidad está en deuda permanente con Jesús de Nazaret.
Gracias a él se rompieron las castas que dominaban sobre los más débiles y se empezó a hablarse de que somos todos iguales, hombre y mujer, esclavo y libre, griego o romano.
Gracias a él, cuando no existían los derechos sino sólo las obligaciones, comenzamos a oír a hablar de respeto a la dignidad de las personas: “Yo tampoco te condeno”
¿De dónde, si no del evangelio, arrancan los Derechos Humanos de los que hoy presumimos todo el mundo aunque no se cumplan en todas partes?
Este niño de Belén no ha pasado a la historia por una conquista, por una obra de arte, por una batalla ganada, sino por la coherencia y la verdad de sus palabras que llegan a tocar el corazón y lo llenan de esperanza, por su capacidad de amar, de perdonar y de entregar la vida.
¿Cuántos estarían dispuestos hoy a dar la vida por Napoleón, Alejandro Magno o Felipe II?
Pues bien, hay muchos que han estado dispuestos, y lo están, a dar la vida por Jesucristo, siguiendo los valores de su buena noticia.
Este hombre parece más que un hombre. Está rodeado de un misterio sobrecogedor que envuelve de luz incluso los corazones más obstinados en abrazar la oscuridad y el sinsentido.
Desde aquí arranca la confesión de fe de la iglesia en el siglo XXI, que proclama sin ambigüedades que Jesús es el Señor de la vida y de la historia, el principio y el fin.
Parece difícil entender que un niño, recién nacido en una gruta de animales, con la sola protección de su madre y de su padre, sea el motivo por el que en estos días se iluminan las grandes plazas y avenidas del mundo de variados colores en movimiento al ritmo de hermosas melodías de paz. En la plaza de san Pedro del Vaticano, en París, en Nueva York, pero, a la vez, en las favelas de las laderas de Río de Janeiro o en las cabañas africanas del centro de África. Un clamor de Navidad se extiende por el mundo entero convirtiéndolo más en reclamo comercial que espiritual pero sin descuidar que el origen de todo está en ese niño de Belén.
Tiempo de Navidad, tiempo de volver la mirada a la pequeñez de Belén, de cuestionar nuestros intereses más importantes y de caminar, como los pastores, al encuentro del Salvador que es quien puede llenar de vida y esperanza nuestro camino derrotado y herido. La iglesia lo lleva diciendo más de 2000 años con la esperanza de algún día abramos los ojos la realidad que pasa.
“La Palabra se hace carne y habita entre nosotros” “En la ciudad de Belén nos ha nacido el Mesías, el señor”
Hermano, ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Tiempo de Dios! ¡Feliz tiempo del hombre!
No te sientas extraño o lejano, por ser como eres. Así te ama y te busca el Niño de Belén. Él no viene por tu santidad sino por tu debilidad. Tienes motivos para la esperanza en el nuevo año 2018 que ya asoma. ¡Cuenta conmigo!
El acontecimiento de Belén, hace ahora 2018 años, ha venido a ser una de esas columnas maestras que sostienen nuestro mundo para evitar que se desplome amenazado por la carcoma del tiempo y el aburrimiento que ocasiona la monotonía y la vulgaridad.
¿Quién podría imaginar en aquel instante que un niño, recién nacido en brazos de su madre, apenas una muchacha, junto a un trabajador carpintero que hacía los trabajos que cualquiera le solicitara, iba a ser la esperanza más firme y fundada de toda la humanidad en todos los siglos venideros?
Pero no hay duda. Nadie, absolutamente nadie, en medio de tanta aureola de sabiduría y santidad como ha atravesado la historia, ha conseguido aunar tantos sentimientos y opiniones.
Jesús, el niño de Belén, es el protagonista indiscutible de esta historia nuestra que vamos recorriendo entre penas y glorias.
Reconocer esto no es sólo un ejercicio de creyentes; cualquiera que analice las cosas con un mínimo sentido común - excepto los que están sometidos a la ideología- podrá ver que la figura de Jesús ha convulsionado la historia y que, desde su nacimiento, ya nada es igual. ¡Hasta el año que vivimos se cuenta desde el nacimiento de este niño en Belén! Hace 2018 años que nació Jesús en Belén de Judá.
Pero esto resulta demasiado simple. Hasta aquí puede llegar hasta un niño. Yo quisiera, si me dejáis, ir con vosotros un poco más allá.
Quisiera hablaros de cómo Jesús es como una luciérnaga en los ribazos de la historia que ha sido capaz de dar luz y sentido a la vida de cada ser humano.
Nuestra humanidad está en deuda permanente con Jesús de Nazaret.
Gracias a él se rompieron las castas que dominaban sobre los más débiles y se empezó a hablarse de que somos todos iguales, hombre y mujer, esclavo y libre, griego o romano.
Gracias a él, cuando no existían los derechos sino sólo las obligaciones, comenzamos a oír a hablar de respeto a la dignidad de las personas: “Yo tampoco te condeno”
¿De dónde, si no del evangelio, arrancan los Derechos Humanos de los que hoy presumimos todo el mundo aunque no se cumplan en todas partes?
Este niño de Belén no ha pasado a la historia por una conquista, por una obra de arte, por una batalla ganada, sino por la coherencia y la verdad de sus palabras que llegan a tocar el corazón y lo llenan de esperanza, por su capacidad de amar, de perdonar y de entregar la vida.
¿Cuántos estarían dispuestos hoy a dar la vida por Napoleón, Alejandro Magno o Felipe II?
Pues bien, hay muchos que han estado dispuestos, y lo están, a dar la vida por Jesucristo, siguiendo los valores de su buena noticia.
Este hombre parece más que un hombre. Está rodeado de un misterio sobrecogedor que envuelve de luz incluso los corazones más obstinados en abrazar la oscuridad y el sinsentido.
Desde aquí arranca la confesión de fe de la iglesia en el siglo XXI, que proclama sin ambigüedades que Jesús es el Señor de la vida y de la historia, el principio y el fin.
Parece difícil entender que un niño, recién nacido en una gruta de animales, con la sola protección de su madre y de su padre, sea el motivo por el que en estos días se iluminan las grandes plazas y avenidas del mundo de variados colores en movimiento al ritmo de hermosas melodías de paz. En la plaza de san Pedro del Vaticano, en París, en Nueva York, pero, a la vez, en las favelas de las laderas de Río de Janeiro o en las cabañas africanas del centro de África. Un clamor de Navidad se extiende por el mundo entero convirtiéndolo más en reclamo comercial que espiritual pero sin descuidar que el origen de todo está en ese niño de Belén.
Tiempo de Navidad, tiempo de volver la mirada a la pequeñez de Belén, de cuestionar nuestros intereses más importantes y de caminar, como los pastores, al encuentro del Salvador que es quien puede llenar de vida y esperanza nuestro camino derrotado y herido. La iglesia lo lleva diciendo más de 2000 años con la esperanza de algún día abramos los ojos la realidad que pasa.
“La Palabra se hace carne y habita entre nosotros” “En la ciudad de Belén nos ha nacido el Mesías, el señor”
Hermano, ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Tiempo de Dios! ¡Feliz tiempo del hombre!
No te sientas extraño o lejano, por ser como eres. Así te ama y te busca el Niño de Belén. Él no viene por tu santidad sino por tu debilidad. Tienes motivos para la esperanza en el nuevo año 2018 que ya asoma. ¡Cuenta conmigo!