Victoriano García Pilo, en armonía.

Esta mañana me ha sorprendido, porque la muerte siempre nos sorprende aunque siempre la esperamos, el fallecimiento de Don Victoriano García Pilo, sacerdote diocesano de Salamanca y fundador de dos coros de gran prestigio en la ciudad y en gran parte del mundo universitario: El coro Francisco Salinas y el coro Tomás Luis de Victoria de la Universidad Pontificia de Salamanca, del que tuve la suerte de ser miembro durante algún tiempo, en mis años de estudiante de Teología. Tenía 85 años en el momento de su muerte, que ha sido muy sentida por muchos de sus amigos, alumnos y conocidos en la ciudad de Salamanca y fuera de ella.
Sólo con el coro de la Universidad Pontificia ha dado más de 1000 conciertos por el mundo entero. Su personalidad y virtuosismo en el mundo de la música era algo connatural a él. En los ensayos nos tenía a todos “firmes” con su fuerte personalidad, pero gracias a eso sacaba de nosotros el mejor partido y nuestros conciertos eran una delicia para quien los disfrutaba. Salamanca le debe mucho de su prestigio musical a don Victoriano García Pilo. Somos centenares los alumnos de la universidad que hemos sido miembros del coro bajo su batuta y que hoy sentimos su marcha con la seguridad de que será fichado de inmediato por los coros de los ángeles. Porque Don Victoriano, “Pilo”, le llamábamos nosotros de manera familiar, no era sólo un profesional de la música; era también un profesional elegante en las cosas de Dios, un buen sacerdote. Era canónigo y organista titular de la catedral de Salamanca y la ciudad de Salamanca le había concedido, merecidamente, la medalla de oro, por ser salmantino, de Zarapicos y, sobre todo, por llevar el nombre de la ciudad por el mundo entero a través de la música. Había sido recibido en dos ocasiones por los reyes de Japón en el Palacio Imperial. Su virtud más hermosa, a mi entender, era su dedicación y entrega a los jóvenes. No nos quería sólo como miembros del coro, sino como amigos y colaboradores en la causa de la evangelización. Descanse en paz, el bueno de “Vito”. Sus amigos y alumnos lo llevaremos siempre en la carpeta del corazón, junto a nuestras viejas partituras ya archivadas y amarillentas.
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