XXIV Asamblea de CONFER

En los días 13, 14 y 15 de noviembre está teniendo lugar la XXIV Asamblea General de CONFER. Todo un acontecimiento en la vida consagrada española. Con la presencia del Nuncio Renzo Fratini y del obispo presidente de la Comisión episcopal de la Vida Consagrada, Jesús Catalá, obispo de Málaga. La Asamblea, con más de 400 superiores mayores, quiere reflexionar en torno a los problemas y desafíos más significativos de la VC en España como la escasez vocacional y la llamada de la iglesia a vivir más en sintonía con los anhelos y esperanzas de los jóvenes. Por eso el lema escogido para esta ocasión es aquel que aparece en el relato de los discípulos de Emaús: “Se puso a caminar con ellos”.
Yo estaba invitado a participar como expresidente de CONFER, y lo agradezco mucho, pero las circunstancias no lo han hecho posible. Las nuevas tecnologías, sin embargo, me han permitido seguirlo en directo.
El tema vocacional es un tema muy complejo pero muy actual en la reflexión que hacemos hoy los consagrados. Yo tengo mis propias opiniones al respecto, que no todos comparten, evidentemente, y que a algunos les molestan. Pero no por ello voy a dejar de decir lo que pienso, como hombre libre que soy y me siento.
Cuando uno camina por la calle y se fija en la gente, descubre que esta sociedad ya no es la misma que hace unos cuantos años. Ha cambiado todo: la mentalidad, los valores, la manera de vestir, las expectativas, el poder adquisitivo, la manera cómo se entiende la familia hoy, en muchos casos un simple acuerdo de convivencia y de prueba para ver cómo van las cosas, el lenguaje, nada ha quedado al margen de los cambios bruscos que nos ha traído la más rabiosa actualidad. Sin embargo los métodos catequéticos y pastorales apenas han cambiado. A esta sociedad no la conoce ya nadie si no hacemos el esfuerzo de encarnarnos, de convivir con la gente más joven, de escuchar mucho los problemas y esperanzas de la gente, en definitiva de salir de nuestros castillos de invierno y ser, en medio del pueblo de Dios, una pequeña levadura o una luz, aunque sea tenue, que cuestione a la gente, o al menos a algunos de nuestros coetáneos. Para eso la iglesia tiene que buscar métodos impactantes y nuevos. A esto el papa lo llama “crear líos”. Pero si miramos la realidad que nos rodea en nuestras parroquias y comunidades cristianas descubrimos, de inmediato, que de impacto, nada de nada. Seguimos instalados en una pastoral conservadora y aburrida, de frialdad y lejanía que no atraen a nadie y que echa, cada día más, a los pocos que vienen a nuestros templos. Templos llenos de canas y de bancos vacíos. Una deserción creciente y preocupante a la que pocos se empeñan en poner freno. Hemos perdido fieles (algunos los llaman clientes, lo cual ya es significativo de la mentalidad que arrastramos)
Hay sacerdotes de una cierta edad ya, agarrados a sus sedes propias, que son como un “Loby” incapaz de abrir puertas a los más jóvenes y creativos. Yo he escuchado esta queja a algunos jóvenes sacerdotes, normalmente vicarios, que están muy limitados por los párrocos y que sólo les permiten hacer lo que ellos no saben o no pueden y, a veces, les cargan un trabajo excesivo con la razón de que los jóvenes pueden más y ellos ya han trabajado bastante. Hay un clero -religiosos también- muy acomodado que se cierra a la movilidad y al cambio por miedo a perder sus intereses creados. Y así la iglesia nunca será impactante.
Los sermones que abundan en nuestras iglesias son muy poco atractivos. Algunos son los mismos que hace años, leídos como un alumno, que el cura tiene grabados o escritos para que les valgan para siempre, (He visto algunos con los folios ya amarillos por la antigüedad) Y así escuchamos sermones desencarnados de la realidad que a nadie ya le interesan. No estamos precisamente ahora en una pastoral del impacto que haga volver la cabeza y suscite interés a la gente. No faltará quien diga que la misión de la iglesia no es hacer espectáculo. Y es verdad, pero entre el espectáculo y la sonnolencia hay un término medio que puede ser muy interesante. Lo cierto es que no nos renovamos y nos quedamos solos con cuatro ancianos que siempre serán fieles porque han mamado la fe y la viven como un gran don. Pero ahora son muy pocos los que maman la fe y menos los que la consideran un don. Más bien muchos jóvenes presumen de su ateísmo, de su agnosticismo e, incluso, consideran estos temas como supersticiones del pasado y, lo que es peor aún, en familias de gran tradición cristiana. ¡Cuántos abuelos cristianos están escandalizados de que sus nietos ni van a misa ni piensan casarse por la iglesia ni cultivan ninguna costumbre cristiana como bautizar a sus hijos. Y todo esto debe ser un constante desafío para los cristianos de hoy. ¿O no?
Las parroquias que apuestan por un nuevo estilo de pastoral celebrativa, más participativa y espontánea, que son contadas, enseguida suscitan el interés de otros creyentes que acuden a ellas, incluso desde parroquias muy lejanas porque allí sienten que su fe se ve más fortalecida y apoyada. Podría contar muchos casos de creyentes, profesores de universidad, incluso, que han abandonado sus parroquias para buscar ese estilo pastoral que a ellos más les llena y estimula.
Como no podría ser de otra manera es también muy importante el estilo del obispo de cada diócesis porque algunos generan más rechazos que adhesiones por no ser del estilo que el papa está pidiendo: sencillos, serviciales, sin ostentación y "con olor de oveja". La influencia de un obispo en su diócesis es muy grande y se percibe enseguida. Y si hacemos un repaso, uno por uno, en nuestra querida España, vemos que muchos t han entrado ya en esta dinámica que el papa pide -y se les nota mucho- pero otros siguen instalados en sus palacios de invierno, amigos del poder y de la ostentación, creando muchos problemas públicos relacionados con el dinero, sobre todo, y a éstos también se les nota mucho. Demasiado. La crisis reciente en Cataluña ha abierto más aún la desconfianza en muchos pastores más al servicio de las ideas políticas, a las que tienen todo el derecho de manera particular, que de servir a todo el pueblo de Dios más allá de sus posiciones políticas. La fractura social en la iglesia de Cataluña es de antología y las heridas abiertas tardarán mucho tiempo en cicatrizar.
Pero el análisis de conversión tenemos que hacerlo todos, unos y otros -yo mismo- para que este nuevo estilo de ser iglesia se vaya imponiendo y brille en lo alto del celemín.
Necesitamos, en fin, despertar la creatividad y buscar nuevas formas e iconos, nuevos lenguajes, para no quedarnos fosilizados y sin mordiente para los hombres de hoy.
Se me ocurren algunas cosas sueltas como éstas:
1) Incentivar en nuestras parroquias la participación de la gente. Compartir y comentar la homilía (Si seguimos pensando que la homilía es una propiedad exclusiva del sacerdote no hemos avanzado nada. Sigamos así pero luego no nos quejemos. Una de las quejas más frecuentes de los fieles tiene que ver con las homilías cansinas, desfasadas y aburridas que cada domingo tienen que soportar en lugar de disfrutar) y también los jóvenes se quejan de la falta de participación.
2) Darle más protagonismo a los sacerdotes jóvenes allí donde los hubiere porque ellos están más en condiciones de sintonizar con los jóvenes.
3) Donde haya más de un sacerdote, rotar en las eucaristías para que no siempre escuchen al mismo, y lo mismo, y para evitar que los sacerdotes conviertan sus eucaristías en propiedad personal, cerradas a la novedad. Somos muy dados a pensar que esta es “mi misa”
4) Cuidar mucho el acompañamiento musical de las celebraciones. Todo lo invertido en este sentido se gana después en satisfacción y participación de los fieles.
5) Informarse del estilo de celebraciones en otras parroquias donde parece que la pastoral funciona mejor y está más valorada.

6) Potenciar la movilidad pastoral de la gente: haciendo en otros lugares más adecuados, ejercicios, retiros, celebraciones encuentros parroquiales en lugares fuera del ámbito parroquial.
7) Invitar, de vez en cuando, a sacerdotes o laicos especialistas en diversas materias, para que puedan impartir conferencias más especializadas sobre temas de actualidad pastoral.
8) Escuchar mucho a los fieles a través de los Consejos Pastorales, encuestas, buzones de sugerencias…
9) Elaborar, al menos mensualmente, un boletín parroquial donde se den a conocer las actividades más importantes de la parroquia y se informe con transparencia de todas las cuestiones económicas por un consejo económico donde también estén presentes los laicos.
10) Cuidar mucho la presencia en el confesionario para que los fieles tengan la seguridad de encontrar a alguien siempre dispuesto a perdonar sus pecados, a través del sacramento. No vale eso de “Estoy presente siempre que me lo pidan”. Hay que estar presentes por si acaso lo piden
11) Favorecer la participación en oraciones especiales y en la adoración del Santísimo con una frecuencia aceptable.
12) No descuidar nunca la atención a los enfermos, en lo que se refiere a la visita, la comunión, la confesión…
13) Cuidar también los símbolos y sugerencias artísticas como la corona de Adviento, el nacimiento en Navidad, decoración de la iglesia, rótulos con informaciones precisas, flores en sus momentos oportunos…
14) Abrir las iglesias a la gente; una iglesia cerrada es un impedimento para que la gente pueda hacer su pequeña oración diaria ante el Señor.
Pero quizás lo más importante de toda pastoral es que los sacerdotes sean gente cercana a sus fieles, que sepan escucharlos, animarlos, acompañarlos en los momentos fuertes de la vida… Muchos jóvenes y adultos se alejan de la vida de la iglesia por lo raros –como dicen ellos- que son algunos curas: impositivos, poco dialogantes, metidos en política, con la mentalidad de que la iglesia son ellos y en la parroquia mandan ellos. El clericalismo sigue siendo uno de los grandes males de la iglesia del presente como afirma el papa Francisco.
Por otra parte en la vida consagrada ha pasado algo parecido. Sufrimos un mimetismo creciente con el entorno que nos impide vivir con radicalidad el evangelio y la consagración. Consagrados que aspiran a hacer carrera, a medrar, a disponer de dinero abundante, con ansias de poder y de prestigio, dispuestos a acomodarse a la buena vida, indisponibles para traslados o envíos a otras misiones dentro de la congregación, que rezan mucho por las vocaciones pero no dan ni un solo paso para acercarse a los jóvenes y compartir sus problemas, como los fariseos del evangelio que cargaban cargas pesadas sobre los hombros de los otros. Comunidades donde sobran llaves y control pero poca apertura al entorno. Todo esto no sólo no permite que los jóvenes se interesen sino que hace que algunos jóvenes, que ya están dentro, se marchen antes de que sea demasiado tarde. Un joven no apuesta nunca por un lugar que no trasmite esperanza; y hace bien. Yo lo he dicho muchas veces: “El problema de las vocaciones no es que la falta de vocaciones nos traiga desesperanza sino más bien que la falta de esperanza no nos trae vocaciones”
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