"¡Puto cáncer!"
Una reflexión que invita a buscar desde la fe y la conciencia el sentido oculto de la enfermedad
Vayan por delante mis sinceras disculpas por el grosero titular, pero es tan rotundo, tan gráfico, tan expresivo del sentir de buena parte de nuestra sociedad con respecto a la enfermedad y la contrariedad… Uno de los periódicos más importante de España y Latinoamérica, en boca de uno de sus más prestigiosos periodistas arremetió el día pasado contra el “puto cáncer”. La excusa se la proporcionaba la crítica a la reciente película noruega “Hope” sobre el caso real de una mujer que contrae esa enfermedad. El filme abunda en las repercusiones que tiene el diagnóstico en la vida tanto de pareja como de familia.
Agradecemos al popular articulista su lenguaje llano, su aplastante sinceridad. Su crítica, no precisamente cinematográfica, ha puesto voz a un extendido sentimiento ciudadano al respecto de tan extendida afección. Comprendemos, pero no compartimos, esa franca hostilidad para con las enfermedades que contraemos. No puede ser "puto" todo lo que se nos escapa y no alcanzamos a comprender. En algún momento deberemos aceptarlo, integrarlo, incluso abrazarlo.
El vocero del influyente diario lo es en gran medida del inconsciente colectivo, sin embargo, no conviene anatematizar lo inesperado. No conviene insultar lo que no queremos que venga, por lo menos sin alcanzar a comprender la razón por la que nos ha sorprendido. Quizás convendría probar con una estrategia más amable. ¿Y si optáramos por acercarnos a la enfermedad? ¿Y si le interrogáramos por las razones de su presencia? Si no podemos aún abrirle los brazos, por lo menos agradecer su misiva, intentar remontar al mundo de las causas, del origen de su manifestación. En realidad “puto” es todo lo que nos desagrada independientemente del valor de aviso que encierre. Las instancias a cambiar y armonizar nuestras pautas de vida insalubres no siempre vienen por mensajería rosa o megafonía edulcorada. La enfermedad es el recurso que tiene el cuerpo de expresar “ultimátum”. Nos resistimos a entender el sentido del dolor, de la enfermedad y de la muerte. Es más fácil, maldecir, faltar y echar balones fuera.
Una sociedad no puede ir muy lejos mientras no le encuentre razón a estas presencias tan cotidianas, al tiempo que insoslayables. Mientras no comprendamos que todo lo que nos alcanza para aparente mal, oculta su explicación siquiera imprecisa; mientras que todo lo que nos molesta, nos incomoda, nos duele, sea “puto”, no habremos despertado al sentido de la vida como reto evolutivo, como aprendizaje constante, como escuela de valores sin horario. Y si resulta que “p. cáncer” era el desesperado semáforo rojo de nuestro cuerpo para detener unas pautas de vida insanas, una alimentación inadecuada, una emocionalidad arrastrada hacia abajo...
Lo que nos llega tiene su razón y por lo tanto su finalidad. Tras el sorpresivo "¿por qué?", en algún momento tendrá que llegar a los labios el "para qué". Puto dolor, p. cáncer, p. enfermedad, p. muerte… y así nos pasamos vidas faltando y sin alcanzar a comprender el sentido profundo de la encarnación en la Tierra, la razón que subyace a estos vitales avatares. Al asumir de buen grado el dolor, la enfermedad y la muerte, al hacer las paces y amigarnos con la adversidad, encontraremos quizás la debida recompensa, la enseñanza que subyace en cuanto nos acontece, observaremos nuestra existencia como aflorar del alma, como una aventura de aprendizaje sin fin.
Ya no tiene sentido seguir poniendo en la diana aquello que no entendemos. Atendamos a los interrogantes, a los cuestionamientos de nuestros hábitos y cotidianidad que nos acerca la Vida. Quizás sea el momento adecuado para parar y objetar el ritmo desnortado de existencia consumista y materialista. A veces pareciera que todo lo que entorpece el frenesí, la carrera de disfrute insaciable que tantos pretenden darnos a entender que constituye la existencia, no puede ser detenida. Ahora la culpa la tiene el “puto virus”… Artillería contra él, sin ni siquiera preguntarle lo que pretendía susurrar casi sin voz a una humanidad que sigue destruyendo la naturaleza a marchas forzadas. Antes de liquidar el mensajero conviene preguntarle por su mensaje. A fuerza de dispararle ojalá un día reparemos en lo que debíamos corregir. Más pronto que tarde nos alcance esa comprensión imprescindible.