Los lienzos de Idoia

«En la cárcel toda expresión de arte viene del alma, del corazón, a veces inventando sobre retales de sábanas carcelarias, a veces rememorando sobre papel de estraza», afirma la autora del cuadro. No es difícil leer esos trazos de amargos y lúcidos colores, esa tajante y remordida oda sin letra.

No hay lenguaje exclusivo para la manifestación del alma. La palabra no debiera tener monopolio para expresar arrepentimiento. Ese rostro oculto, ese cuerpo abatido, esa mujer rota parecen querer modelar un sincero y poderoso mensaje. Nos cuesta leer otros lenguajes, saltar abismos e interpretar sábanas. Ese desagarrado cuadro lo ha pintado Idoia López de Riaño, pero los mil y un candados permanecerán por ahora cerrados y las murallas carcelarias insalvables. Aún persigue el eco, aún resuena el pasado y su grueso estruendo.


Seguramente esas sábanas coloridas poco digan a los familiares de las 23 víctimas mortales de las que la acusan. Sin embargo todos podemos empezar de nuevo, incluso las más duras homicidas, también esa mujer arrepentida, que escribe en el lienzo su desgarradora condolencia. Faltan políticos y jueces entrenados en abismos, en lecturas de colores. Las a menudo torpes leyes, los pesados Aranzadis no sirven siempre para interpretar tan íntimo arte. Falta una sociedad dispuesta a comenzar a borrar también esa noche, esos “años de plomo”, previa contrición de los culpables.

Su arte se adelanta a sus pies. Sus cuadros se exponen en galerías, caminan ya una libertad que ella no goza. Conocí a Idoia López de Riaño a finales de los setenta. Frecuentaba la misma cueva de la Asociación de Vecinos de Gros en Donosti. Fue antes de la orgía de tiros, de la balacera inacabable, de la siembra de tanta sangre… Fue antes de la leyenda de amor y de guerra, de pasar la línea de fuego hasta el lecho del “enemigo”. Vestía ya de luto su asombrosa belleza. Iba ya anunciando con su riguroso oscuro la pesadilla postrera. Marchitó su belleza mucho antes de tiempo.

Otro hombre, que tuve en suerte conocer, saludó el día pasado la Kontxa con su compañera querida tras largos años en lejanas sombras, a espalda de sus olas. No tiene delito de sangre, pero dicen que dirigió la banda en su ámbito político. Dentro de la cárcel sólo hizo bien. A la vera de pizarras, con paciente tiza enseñaba a leer y escribir a quienes habían asido metal antes que lápiz. Acomodó a Dios en su estrecha celda, estudió Teología. Ahora le abren las puertas algunos fines de semana. Al caminar, él sí, esa libertad cronometrada, en sus ojos admirados no cabía tanto mar, tanto cielo. Ella le había aguardado durante largos años. Siempre le fue fiel y ahora la brisa del Cantábrico sopla por fin en sus labios unidos.

Sí, es cierto que sobre los muertos no sopla ninguna brisa marina. Pero si vuelven los vientos, es porque vuelve la vida, es porque ésta nunca se acaba. Si nos penetra la dulce brisa del perdón, borboteará por alguna epidermis la esperanza. Sólo el odio coagula la vida, sólo el rencor traga los alientos del presente y del futuro. No digo que sea fácil perdonar tanta vida segada. Es más bien titánico desafío. Pero el ser humano sólo crece en alarde de generosidad y entrega. Sólo afirmo que no hay otro camino.

Podemos seguir mirando el ayer, los regueros de sangre, las carrocerías agujereadas, los guardias asesinados o podemos empezar a mirar a un mañana siempre más esperanzado. La dirección de nuestra mirada es también una decisión tan íntima como trascendente. Sin embargo, no se honra más a las víctimas pudriendo en la cárcel a los victimarios dolidos por su pasado.

Escribo para el perdón. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” dijo Quien más lejos estuvo de toda mácula. Tarde o temprano a cada quien le llega su gimnasio para ejercitarse en el perdón imprescindible. Ya siento la lluvia de críticas que caerán sobre estas líneas, ya cayeron antes cuando pedí otras clemencias. Creo en el potencial inconmensurable del perdón. Creo en un Dios que es, por encima de todo, supremo, incondicional amor y perenne reconciliación. Escribo sin pudor por los valores que deseo ver alzados.

Puertas que se giren para quienes les pesa el metal de ayer, para quienes se arrepienten del plomo que hundieron. Salgamos de la historia, de tanta espiral de antiguos y mutuos agravios. Abramos nuevo tiempo. Los violentos han asegurado que bajarán del “monte”, que harán política sin armas. Sonó ya la hora de empezar a creerles. Sobra ese exceso de desconfianza interesada. Es tiempo también de abrirles las urnas. Lea los colores Sr. Rubalcaba, lea por favor los lienzos de la Tigresa.

Volver arriba