No sonará órgano en nuestra hora

Esta vez nos falló el Santo Padre. La Iglesia nos va a negar funeral a quienes expresamente hemos pedido que se esparzan nuestras cenizas al llegar la hora. No nos duele quedarnos sin funeral, nos apena que la Iglesia de Francisco, la que tanta esperanza ha suscitado, imponga en su seno estos anacrónicos dictados. Nos apena que este papado, que tanto hemos apoyado con tantas letras, tome esas medidas, esté detrás de tan desafortunada condena.

No nos duele que no haya exequias católicas en nuestro nombre, nos duele esa desaprobación de lo diferente, ese culto cerrado a la tradición que rechaza a quien opta por otras prácticas. Lamentamos que Francisco sea partícipe de tan penoso retroceso. No sonará el órgano en nuestro funeral, pero sonará un día la hora de la libertad en que todos respetemos escrupulosamente las decisiones del otro, sobre todo cuando vienen avaladas por poderoso argumentario, cuando son defendidas por muy dignas tradiciones espirituales, por todo un elenco de grandes seres.

En este rechazo a aventar las cenizas, en esta insólita alianza con los gusanos que se “trapiñarán” el cuerpo, en esta defensa a ultranza de los lúgubres cementerios, no hay sencillamente nada del mensaje de universal amor del Nazareno. La Iglesia interpreta, más bien sigue interpretando y están en su derecho, pero estaría bien que así lo hiciera constar. Guías y maestros de las más diferentes escuelas y tradiciones espirituales abogan por la cremación. Dice el maestro tibetano Djwhal Khul: “Es algo afortunado y feliz que la cremación se vaya imponiendo. Dentro de un tiempo la tarea de sepultar a los muertos en la tierra será contraria a la ley y la cremación obligatoria como medida saludable y sanitaria. Desaparecerán eventualmente esos lugares síquicos e insalubres llamados cementerios, así como la adoración a los antepasados”. Afirman esas tradiciones espirituales serias, mayormente orientales, que con la cremación estaríamos impidiendo al alma la tendencia a un descenso que le perjudica. Se beneficiaría claramente con las llamas. No encontraría ningún “punto de enfoque”, no se sentiría atraída por ninguna “vibración terrestre”.

El abuelo nunca ocupó el “bote de la mermelada”, nunca estuvo allí dentro, ni siquiera sus restos, a lo sumo el frasco de cristal contuvo las cenizas de su “carcasa” material ya seriamente deteriorada. No seríamos cuerpos, seríamos almas que toman circunstancialmente cuerpo, almas destinadas a volar cuando el cuerpo ya no sirve, cuando le llega la hora de la mal llamada muerte. El cuerpo en descomposición es siempre un motivo de lastre para el alma que aspira remontar otras dimensiones. Hay otras razones profilácticas como el impedimento de la propagación de enfermedades, razones higiénicas, amén de otras más profundas y ocultas que irán viendo la luz. Por ahora, ante la sorprendente encíclica, poner en valor la máxima suprema y elemental de la libertad, el principio de consideración fraterna de las razones del otro.
"Las cenizas deben ir a un lugar sagrado" reza la reciente e incomprensible encíclica condenatoria, pero yo pensé que toda la Tierra inmensa era sagrada, era Hogar de mi Padre, no sólo el perímetro del templo cristiano. Yo pensé que la Creación entera era sagrada, pues sagrado es su Origen. Descansen nuestros restos en tierra "desacralizada", si esa firme voluntad nuestra sirve para empujar la conciencia del humano hacia una mayor congruencia, pero sobre todo a un mayor respeto hacia el hermano/a y sus creencias.

Nos vamos con nuestras cenizas a otro lado, porque en realidad nunca fuimos, ni seremos esas cenizas. El cuerpo fue vehículo preciado, maravilloso, inigualable, pero funda, urna, envoltura al fin y al cabo. Nos vamos con nuestras cenizas a buscar otros vientos que esparzan ancho, que soplen fuerte para suscitar mayor lógica y generosidad en los corazones de la Curia romana, en otros corazones por la rígida ortodoxia acartonados.
Volver arriba