#PascuaFeminista2025 VIERNES SANTO: ¿TE ACUERDAS?

| Martha Eugenia, Mujer Mariposa
"Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." Mt 18,20
Era en la última década del siglo XX, estábamos varios miembros de la comunidad reunidos para hacer oración, en casa de una de ellas.
Cerré los ojos para concentrarme mejor, hacíamos oración siguiendo la guía de Félix, el coordinador general. Primero invocamos a la Ruah divina, luego alabamos, dimos gracias, pedimos perdón y por último hicimos peticiones. En ese entonces en nuestra comunidad parroquial se manifestaban muchos dones y había la disposición del trabajo y servicio comunitario de forma notoria.
Pero como en todo grupo humano, las envidias existían y dividían. Lo sabíamos y por ello la importancia de unirnos en oración continuamente para dejarnos guiar a la luz del Espíritu Santo y que el trabajo fuera fecundo.
Ya estaba harta de tantas piedras de tropiezo que se me ponían por algunos integrantes, éramos una comunidad parroquial de más de 400 miembros y había decidido en silencio, seguir mi trayectoria de trabajo pastoral en otra parroquia. Sabía que había mucho qué hacer y había diversos lugares donde situarme. Pero esa tarde, ahí estaba en esa reunión de oración de manera fortuita, no obstante la Madre/Padre amoroso que en mayo de 1990 se había presentado como el AMOR ETERNO que me había creado, ahora unos años después tenía algo que decirme, sacudiéndome hasta lo más profundo.
Empezó la oración, éramos unos quince, sentados en la sala de la casa de una de ellos; cerré los ojos para concentrarme más.
Hacer oración comunitaria es algo bello, es estar en contacto personal y grupal con la Madre/Padre celestial, es vivir la paz y la tranquilidad, es recibir la corrección fraterna de otro en comunidad, es vivir la presencia de la Altísima/del Altísimo, es fortaleza, luz, guía y remanso de calma, es recibir la enseñanza a través de la Palabra y compartir con otros los dones recibidos. En esa ocasión, el don de lenguas, de conocimiento, de profecía y de interpretación se manifestaron. Para algunos de la comunidad que nos reuníamos frecuentemente tanto para hacer oración como para organizar el trabajo pastoral, era común experimentar estos y otros dones. Todos sabíamos que eran regalos de la Ruah y que no es que fuéramos mejores que los demás, sino sencillamente se nos daban para glorificar a la Madre/Padre creador.
En algún momento de la oración, en silencio le decía a la Señora/Señor Dios que ya estaba harta de tantos problemillas y que mejor me iría a trabajar a otro templo, entonces escuché la voz de la hermana que estaba a mi lado, hablaba en lenguas y cuando terminaba alguna idea, esa misma hermana en español daba el mensaje, es decir ejercía el don de la interpretación, aunque yo seguía sin abrir los ojos por todo el tiempo que duró la oración. Entonces me dijo: ¡Has servido a mi Padre en la alabanza, ahora sírvelo en la humildad, quédate! Para entonces a raudales salían lágrimas de mis ojos, mientras yo seguía diciéndole en silencio: Sabes que hay varios que me molestan mucho y ya no los aguanto. En tanto, empecé a sentir como algo golpeaba mi rodilla derecha, una y otra vez, con ligeros pero notorios toques, entonces oí: No has creído en mi Palabra. Para ese momento, era un diálogo entre mi Señor y yo y como proseguían los golpecillos entreabrí los ojos, cuál no sería mi asombro al darme cuenta que alguien a mi lado con la Biblia, me daba ligeros golpecitos; mientras mi corazón se estrujaba de dolor por la llamada de atención. Cerré nuevamente los ojos y entonces oí: ¿Recuerdas como me golpeaban... recuerdas cómo...? ¡El Señor me estaba narrando la pasión como si yo hubiera estado ahí!
Cuando terminó la oración, mis lágrimas cesaron y mi madre que había asistido también, y se había sentado frente a mí, con voz inquieta me interpeló: ¿Qué te pasaba, porqué llorabas así? ¡No dije nada! Pasó muchísimo tiempo, meses, para que digiriera lo que había experimentado en esa oración. Pero continué trabajando en mi parroquia aún con todo lo que no les gustaba de mí y me lo hacían saber y sentir inadecuadamente.
Años más tarde un tío, familiar muy reservado, cercano y querido murió, mi mamá nos pidió a una de mis hermanas y a mí, que fuéramos a su casa a buscar los papeles del panteón. Cuál no sería mi sorpresa que al abrir su casita lo primero que vi fueron dos imágenes del camino al Gólgota, así como me habían sido compartidas en aquella oración, años antes. Después supe que este tío-padrino, me las había dejado en herencia. Han pasado casi tres décadas de ello, aún las conservo y espero algún día, mis hijos las hereden.
¡Para gloria de Dios!

Martha Eugenia,
Mujer Mariposa.