San José de Anchieta, chicharrero universal
Para el que es canario o ha vivido en Canarias, el "Beato Anchieta" no es un desconocido. Al final de la autopista de Santa Cruz a La Laguna -donde él nació-, su moderna imagen en bronce acapara la atención y da cuerpo a la personalidad de este personaje nativo del lugar. Su declaración ahora como Santo ha llenado de alegría a las Islas, y merece también un sencillo comentario fuera de ellas.
El Papa Francisco lo ha nombrado Santo -por el "procedimiento equivalente", extraordinario y por decreto, obviando el lento proceso burocráticos ordinario- junto con los dos con los que fue inicialmente beatificado en 1980: la mística misionera, María de la Encarnación (Guyart) y el obispo Francisco de Montmorency-Laval. Merecen ser destacadas alguna características del nuevo Santo.
Por lo pronto, hay que reconocer que es más brasileño que español y canario, pues con 12 años dejó las Islas Canarias para ir a estudiar a la centro dirigido por la Compañía e Jesús en la ya famosa Coimbra y, ya jesuita, a los 19 años, marchó para el Brasil, del que ya nunca volvió. En Brasil es desde luego más conocido y popular que en los ambientes españoles, pero cuando salió para allá no era ya un niño y en su personalidad están también indelebles los rasgos recibidos de su familia y de su tierra. Su popularidad, sobre todo en la isla de Tenerife, es también muy fuerte.
Sorprende la temprana que es la fecha de su ingreso en la Compañía de Jesús, en 1551, todavía en vida de San Ignacio de Loyola. Sabiendo que su padre, Juan de Anchieta, tenía parentesco con Ignacio de Loyola y procedía de Urrestilla, una pequeña población muy cercana a la Azpeitia natal de San Ignacio -hace años he podido visitar allí una casa solariega, cuyos moradores se precian de ser descendientes de los Loyola y de los Anchieta-, resulta legítimo suponer que el ingreso de este joven pariente y paisano en la Compañía de Jesús fuese personalmente conocido por el propio San Ignacio de Loyola. Lo que desde luego es cierto es que la buena nueva de su canonización habrá ahora conmocionado el alma del Ignacio ya eterno...
José de Anchieta era un típico hombre del Renacimiento, un uomo universale, con prodigioso dominio tanto de las letras como de las ciencias. Participó en la fundación de las grandes ciudades brasileñas -San Pablo y Rio de Janeiro-, ilustró a los primitivos moradores de aquellas tierras lo mismo en la agricultura o la arquitectura que en la música o el teatro y, lo que todavía llena más de admiración, componía largos poemarios tanto en la legua latina de sus estudios como en idioma indígena tupí. Además de ser respetado como santo, en Brasil forma parte importante de la historia de su literatura.
El retrato de José de Anchieta, no sólo físico, lo recoge un escrito de la época: "mediano de estatura, seco de carnes, por el vigor de su espíritu fuerte y decidido, de color bronceado, más bien azules los ojos, amplia frente, nariz grande, barba rala, de semblante alegre y amable". Todavía en Portugal, siendo novicio, contrajo una tuberculosis óseo-articular que le provocó una seria curvatura de espalda. Su Superior jesuita de entonces, el compañero de Ignacio, Simón Rodríguez, le consoló: "No tenga pena por esa deformación, Dios le quiere así". Posteriormente, sólo su indomable vitalidad apostólica pudo doblegar su inicial fragilidad física. En lo psicológico, demuestra mucha madurez la recomendación que hace a los jesuitas enfermos que no pueden marchar a misiones: "no basta salir de Coimbra con unos fervores que luego se marchitan antes de cruzar la línea del ecuador, o que pronto se enfrían, con deseos de volver a Portugal. Es necesario llevar las alforjas llenas, para que duren hasta el fin de la jornada".
Contrasta la intensidad de su vida exterior, su incansable itinerancia por el inmenso Brasil, con la intensidad de su vida interior. Provincial y Superior durante muchos años, logró también escribir mucho y arrancó siempre su dinamismo apostólico de su profunda experiencia espiritual. Su propio testimonio es elocuente: "Ya que no merezco ser mártir por otra vía, que por lo menos la muerte me halle desamparado en alguna de estas montañas y allí deje la vida por mis hermanos. La disposición de mi cuerpo es débil, pero me basta con la fuerza de la gracia, que por parte del Señor no ha de faltar".
En una carta del General de los jesuitas, P. Adolfo Nicolás, comunicando la noticia de su canonización por el Papa Francisco, se resumen los principales resortes de la vida de Anchieta: "el amor, la oración, la humildad y el servicio". Esta carta, de la que están sacados los principales testimonios directos de esta nota, se presenta la personalidad de Anchieta como "una figura polivalente, motivadora y de extrema actualidad". Con toda razón se puede afirmar de San José de Anchieta que fue un chicharrero, un lagunero, universal.
El Papa Francisco lo ha nombrado Santo -por el "procedimiento equivalente", extraordinario y por decreto, obviando el lento proceso burocráticos ordinario- junto con los dos con los que fue inicialmente beatificado en 1980: la mística misionera, María de la Encarnación (Guyart) y el obispo Francisco de Montmorency-Laval. Merecen ser destacadas alguna características del nuevo Santo.
Por lo pronto, hay que reconocer que es más brasileño que español y canario, pues con 12 años dejó las Islas Canarias para ir a estudiar a la centro dirigido por la Compañía e Jesús en la ya famosa Coimbra y, ya jesuita, a los 19 años, marchó para el Brasil, del que ya nunca volvió. En Brasil es desde luego más conocido y popular que en los ambientes españoles, pero cuando salió para allá no era ya un niño y en su personalidad están también indelebles los rasgos recibidos de su familia y de su tierra. Su popularidad, sobre todo en la isla de Tenerife, es también muy fuerte.
Sorprende la temprana que es la fecha de su ingreso en la Compañía de Jesús, en 1551, todavía en vida de San Ignacio de Loyola. Sabiendo que su padre, Juan de Anchieta, tenía parentesco con Ignacio de Loyola y procedía de Urrestilla, una pequeña población muy cercana a la Azpeitia natal de San Ignacio -hace años he podido visitar allí una casa solariega, cuyos moradores se precian de ser descendientes de los Loyola y de los Anchieta-, resulta legítimo suponer que el ingreso de este joven pariente y paisano en la Compañía de Jesús fuese personalmente conocido por el propio San Ignacio de Loyola. Lo que desde luego es cierto es que la buena nueva de su canonización habrá ahora conmocionado el alma del Ignacio ya eterno...
José de Anchieta era un típico hombre del Renacimiento, un uomo universale, con prodigioso dominio tanto de las letras como de las ciencias. Participó en la fundación de las grandes ciudades brasileñas -San Pablo y Rio de Janeiro-, ilustró a los primitivos moradores de aquellas tierras lo mismo en la agricultura o la arquitectura que en la música o el teatro y, lo que todavía llena más de admiración, componía largos poemarios tanto en la legua latina de sus estudios como en idioma indígena tupí. Además de ser respetado como santo, en Brasil forma parte importante de la historia de su literatura.
El retrato de José de Anchieta, no sólo físico, lo recoge un escrito de la época: "mediano de estatura, seco de carnes, por el vigor de su espíritu fuerte y decidido, de color bronceado, más bien azules los ojos, amplia frente, nariz grande, barba rala, de semblante alegre y amable". Todavía en Portugal, siendo novicio, contrajo una tuberculosis óseo-articular que le provocó una seria curvatura de espalda. Su Superior jesuita de entonces, el compañero de Ignacio, Simón Rodríguez, le consoló: "No tenga pena por esa deformación, Dios le quiere así". Posteriormente, sólo su indomable vitalidad apostólica pudo doblegar su inicial fragilidad física. En lo psicológico, demuestra mucha madurez la recomendación que hace a los jesuitas enfermos que no pueden marchar a misiones: "no basta salir de Coimbra con unos fervores que luego se marchitan antes de cruzar la línea del ecuador, o que pronto se enfrían, con deseos de volver a Portugal. Es necesario llevar las alforjas llenas, para que duren hasta el fin de la jornada".
Contrasta la intensidad de su vida exterior, su incansable itinerancia por el inmenso Brasil, con la intensidad de su vida interior. Provincial y Superior durante muchos años, logró también escribir mucho y arrancó siempre su dinamismo apostólico de su profunda experiencia espiritual. Su propio testimonio es elocuente: "Ya que no merezco ser mártir por otra vía, que por lo menos la muerte me halle desamparado en alguna de estas montañas y allí deje la vida por mis hermanos. La disposición de mi cuerpo es débil, pero me basta con la fuerza de la gracia, que por parte del Señor no ha de faltar".
En una carta del General de los jesuitas, P. Adolfo Nicolás, comunicando la noticia de su canonización por el Papa Francisco, se resumen los principales resortes de la vida de Anchieta: "el amor, la oración, la humildad y el servicio". Esta carta, de la que están sacados los principales testimonios directos de esta nota, se presenta la personalidad de Anchieta como "una figura polivalente, motivadora y de extrema actualidad". Con toda razón se puede afirmar de San José de Anchieta que fue un chicharrero, un lagunero, universal.