Sectarismo vs. Aceptación
La constatación del diálogo de besugos que ha constituido el debate sobre el estado de la nación nos plantea, una vez más, el tema del sectarismo.
El debate parlamentario debería mejor llamarse monólogos sobre el estado de la nación, pues no hay confrontación y diálogo sobre las diferentes intervenciones, sino soliloquios en tono subido de las ideas que cada uno quiere exponer. No hay escucha, sino insistencia en las ideas propias. Este año he visto el comentario de que cada uno le gustó mucho a los de su propia bancada, sin que resulte útil siquiera la comparación de unas intervenciones con las otras.
Es lo propio del sectarismo. El "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", que según el DRAE es la "secta", produce como fruto natural el "sectario", que es el "secuaz, fanático o intransigente de un partido o de una secta", usando también la precisa definición del DRAE. El del grupo contrario no cuenta, es un enemigo al que hay que derrotar. Lo único que importa es la defensa a ultranza de lo propio.
El sectarismo no se da sólo en el orden de la política, sino que sorprendentemente se extiende a otros muchos campos. El origen está en la defensa, como hemos visto, de la "parcialidad", del grupo que forma parte de un conjunto más amplio. Tal vez incluso se pueda decir que el enconamiento es mayor cuando la diatriba es entre los del propio grupo, hasta el extremos cainita de la lucha a muerte entre hermanos. No hay peor cuña que la de la propia madera, sentencia muy intuitivamente el refrán popular. Los enfrentamientos intraeclesiales, o entre políticos o miembros de un mismo club o alternativa, son más encarnizados que cuando son entre representantes de sectores más alejados. Esto es lo característico de la secta, el enfrentamiento entre "parcialidades" de un mismo conjunto.
Refresca enormemente, por todo esto, la andanada contra el sectarismo que se encuentra en un conocido pasaje evangélico. Los discípulos le cuentan ufanos un día a su líder y maestro que, porque "no es de los nuestros", le hemos impedido a uno hacer lo que ellos pretendían apropiarse sólo para los de su propio grupo, echar demonios. Jesús, que no tiene nada de sectario, les corta en seco y les dice: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mi" (Mc 9,39). Lo bueno hay que admitirlo, acogerlo y alabarlo venga de donde venga, sin rechazarlo y criticarlo porque venga de la "secta" contraria, del grupo que tenemos en frente.
La escucha de las opiniones ajenas, la aceptación del diálogo, la valoración positiva del que se encuentra enfrente, resulta siempre tarea muy difícil. El sectarismo va siempre en contra de la aceptación del contrario. Sectarismo y aceptación tienen a enfrentarse y excluirse.
El debate parlamentario debería mejor llamarse monólogos sobre el estado de la nación, pues no hay confrontación y diálogo sobre las diferentes intervenciones, sino soliloquios en tono subido de las ideas que cada uno quiere exponer. No hay escucha, sino insistencia en las ideas propias. Este año he visto el comentario de que cada uno le gustó mucho a los de su propia bancada, sin que resulte útil siquiera la comparación de unas intervenciones con las otras.
Es lo propio del sectarismo. El "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", que según el DRAE es la "secta", produce como fruto natural el "sectario", que es el "secuaz, fanático o intransigente de un partido o de una secta", usando también la precisa definición del DRAE. El del grupo contrario no cuenta, es un enemigo al que hay que derrotar. Lo único que importa es la defensa a ultranza de lo propio.
El sectarismo no se da sólo en el orden de la política, sino que sorprendentemente se extiende a otros muchos campos. El origen está en la defensa, como hemos visto, de la "parcialidad", del grupo que forma parte de un conjunto más amplio. Tal vez incluso se pueda decir que el enconamiento es mayor cuando la diatriba es entre los del propio grupo, hasta el extremos cainita de la lucha a muerte entre hermanos. No hay peor cuña que la de la propia madera, sentencia muy intuitivamente el refrán popular. Los enfrentamientos intraeclesiales, o entre políticos o miembros de un mismo club o alternativa, son más encarnizados que cuando son entre representantes de sectores más alejados. Esto es lo característico de la secta, el enfrentamiento entre "parcialidades" de un mismo conjunto.
Refresca enormemente, por todo esto, la andanada contra el sectarismo que se encuentra en un conocido pasaje evangélico. Los discípulos le cuentan ufanos un día a su líder y maestro que, porque "no es de los nuestros", le hemos impedido a uno hacer lo que ellos pretendían apropiarse sólo para los de su propio grupo, echar demonios. Jesús, que no tiene nada de sectario, les corta en seco y les dice: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mi" (Mc 9,39). Lo bueno hay que admitirlo, acogerlo y alabarlo venga de donde venga, sin rechazarlo y criticarlo porque venga de la "secta" contraria, del grupo que tenemos en frente.
La escucha de las opiniones ajenas, la aceptación del diálogo, la valoración positiva del que se encuentra enfrente, resulta siempre tarea muy difícil. El sectarismo va siempre en contra de la aceptación del contrario. Sectarismo y aceptación tienen a enfrentarse y excluirse.