Los costaleros, un misterio de la Semana Santa
Los costaleros son los personajes que más me impresionan de la Semana Santa. Será porque no los termino que comprender del todo, pero para mi constituyen la realidad más sorprendente y misteriosa del amplísimo fenómeno de la Semana Santa.
Hace ya bastante tiempo -muchas decenas de años-, los costaleros eran pagados, se reclutaban mediante la entrega de una cantidad económica que compensaba su trabajo, lo cual resultaría mucho más explicable para una comprensión simple de estos personajes. Pero en la actualidad, no sólo no son pagados, sino que en la mayoría de los casos son ellos los que pagan por ejercer esta tarea.
El trabajo de los costaleros es extremadamente duro en la misma procesión, pues van apelmazados debajo del paso, en filas estrechísimas, pisándose literalmente los talones unos con otros, soportando el peso de muchos kilos sobre sus nucas, con la leve ayuda de los pequeños cojines que bordean sus cabezas. Llevan rodeadas las cinturas por fuertes fajas en las que trabajosamente se relían, para evitar el fuerte peligro de quebramiento de los huesos que podría provocar la plasta enorme del paso sobre sus cuerpos. El aire sólo llega a los bajos del paso a través de los respiraderos, que parecen adornos desde fuera pero que sirven también para que el aire llegue difícilmente hasta donde ellos se encuentran.
Pero lo grande es que el trabajo de los costaleros no sólo se limita a las muchas horas de la procesión. (La cuadrilla tiene sus relevos, pues sin descansos ocasionales la permanencia debajo del paso resultaría del todo insoportable; pero la existencia de los relevos amplía y hace mucho más extremo el problema del reclutamiento del numero de costaleros necesarios). Existe además el horario inevitable de los ensayos, que pueblan las noches de casi toda la Cuaresma de fantasmales pasos cargados de sacos de arena en los alrededores de los templos de los que salen las procesiones. El duro trabajo de los costaleros se multiplica así por muchas horas, en horarios muy incómodos y exigiendo además la dedicación de tiempos normalmente de descanso para los que no se ocupan de estas tareas.
¿De dónde sacan las fuerzas para todos estos sacrificios? ¿Quién les anima? ¿Cómo hacen todo esto con agrado? ¿las respuestas no son fáciles!
Estoy contemplando y usando la terminología de Sevilla y su contorno geográfico, pues la realidad del contorno malagueño es muy diversa. Los hombres de trono que llevan los tronos de las procesiones de Málaga son muchos más -superan los trescientos, en algunos casos-, pero el trabajo externo y más repartido hace muy diversa la tarea. Entre Sevilla y Málaga nunca se deben establecer comparaciones, pues son realidades muy distintas, plenamente autónomas y las dos enteramente justificables sin posibilidad de ser equiparadas.
Tampoco establezco comparación con los nazarenos, que constituyen una realidad también algo singular pero muy distinta. Tienen sin duda el misterio del anonimato que produce la cara tapada; pagan también por salir en la procesión, aguantan igualmente la cantidad enorme de horas que la procesión dura y en casi todos los casos guardan durante todo el trayecto el más estricto silencio, pero el recorrido al aire libre y sin ningún peso que sobrellevar resulta indudablemente mucho más liviano. Son figuras también exponentes de la idiosincrasia peculiarísima de la Semana Santa, pero de índole diversa a la de los más incomprensibles costaleros.
Isidoro Moreno, el acreditado antropólogo sevillano que tanta dedicación ha prestado al estudio de la Semana Santa desde el punto de vista rigurosamente laico, ha dedicado estos días un artículo de prensa -lo he leído en Huelva Información, el 5 de abril- a la interpretación de la Semana Santa, insistiendo en la pretensión de que las Cofradías formadas por laicos logren independencia de la autoridad religiosa y de la autoridad civil, del "Cardenal y del Gobernador", según la terminología que extrae de un artículo de Manuel Chaves Morales publicado en 1935. En su artículo de ahora, Isidoro Moreno dice que la Semana Santa es una fiesta, un "hecho social total". Sin estar del todo de acuerdo con toda su interpretación estrictamente laicista, tal vez sea verdad que la Semana Santa es un hecho social total, "una celebración pluridimensional que desborda el ámbito de lo religioso sin negar éste, y que atañe, de una manera u otra, al conjunto de la sociedad".
La realidad enigmática de los costaleros quizás quede mejor iluminada por esta interpretación de la fiesta o hecho social total. La hondura de los sentimientos de un costalero siempre resultará algo misteriosa, pero la fuerza indomable que sale de sus entrañas para llevar adelante con plena satisfacción su casi sobrehumana tarea, tal vez se pueda explicar mejor si, al tirón emotivo indeclinable que le producen la imagen de su Virgen o de su Cristo, se unen también otras fuerzas ancestrales -indefinidas, casi indefinibles- de lo que ellos han mamado en su tierra desde siempre. Un misterio nunca tiene una explicación única y trasparente. Es una realidad inabarcable.