De verdad, ¿no hay dinero?



Una campaña benéfica, como el día del DOMUND, plantea el interrogante de si hay dinero para sufragarla. Con tantas demandas de dinero por todas partes, con el fantasma de la crisis todavía presente, con los apuros de fin de mes para tantos, con los datos de que la pobreza rigurosa azota a poblaciones crecientes, surge la duda de si resulta posible recoger dinero para las causas altruistas que se quieren también sacar adelante.


DATOS IMPRESIONANTES
Los interrogantes sobre la posibilidad de llevar adelante las causas altruistas se vuelven hirientes al conocer ciertos datos sobre los lujos que todavía se dan también nuestra sociedad.

Los expertos de la FAO solicitan 30.000 millones de Euros anuales para la solución del hambre urgente en el mundo, y esta cifra se vuelve irrisoria al conocer que llega a 90.000 millones el gasto que se produce cada año para alimentar los 190 millones de mascotas (perros y gatos) que hay repartidos por los hogares del mundo.

Todavía impresiona más conocer que las grandes firmas del mundo del lujo están empeñadas en luchar contra el "anti-descuento", en conseguir que no se vendan nunca sus productos más baratos en las rebajas, para evitar así que se degrade el prestigio de sus marcas. Apabullante resulta así el dato de que la firma de ropas Burberry, en 2017, incineró ropa nueva por valor de 32 millones de Euros (diez más que el año anterior). Sólo la tienda de H&M en Estocolmo, en un sólo año, carbonizó 15 toneladas de ropa para evitar sus posteriores rebajas más baratas, aunque esto lo disimulase bajo la expresión más digna de "convertir en energía". En el sector de los relojes de lujo, más de 400 millones de Euros de las marcas Cartier y Jaeger-Le Coultre fueron convertidos en chatarra para impedir sus segundas venta abaratadas.

Estos datos los he encontrado en un periódico (El País Semanal, 7/10/2018) y no figuran allí con mucha precisión las fuentes de donde están tomados, pero lo que en esto importa no es tanto el rigor de las cifras sino la clara tendencia a desperdiciar sumas enormes de posible dinero para luchar contra las segundas ventas y los descuentos, para evitar el supuesto desprestigio de sus marcas, sin contemplar los desajustes éticos que sus drásticas medidas producen. Consideran que están en su derecho al destruir unas mercancías que son sólo suyas, y prefieren descaradamente quemar antes que malvender

ESFUERZOS DESORBITADOS
Frente a las anteriores cifras, el desorbitado esfuerzo altruista realizado en España por la Obra de Propagación de la Fe al reunir 14.487.710,07 € en el Día del DOMUND de 2017, resulta casi meramente simbólico.

Que en atender a las mascotas domésticas se gaste infinitamente más que en ayudar a las personas y a las obras de las personas esforzadas que abandonan su propio país para convertirse en misioneros y misioneras en países distantes, es un dato que literalmente clama al cielo. Que determinadas marcas renuncien por mantener su prestigio a cantidades que superan y hasta doblan el enorme esfuerzo español por la finalidad altruista del DOMUND provoca también un gran sentimiento de pesar.

No es que, por la situación económica actual, no haya dinero para las causas altruistas. Las anteriores cifras económicas, más allá de la rigurosa precisión de sus datos, muestran claramente que los objetivos y las metas se han descolocado, que interesa más el bienestar que proporcionan las mascotas o el prestigio de las propias marcas que la ayuda a los demás. Dinero hay mucho más que suficiente para las acciones altruistas. Lo que falta es sensibilidad y convencimiento para detectar que la ayuda a los demás merece también -o más- la pena.

Aportar estos datos no es caer en la demagogia. Es ayudar a la reflexión de dónde se ponen los intereses, hacer pensar sobre si la ayuda desinteresada a las causas nobles puede, en cada uno y en la sociedad, competir con los intereses más personales y egoístas. Ayudar a los otros debe poder competir, en el ranking de los propios intereses, con otras satisfacciones y deseos. La ayuda a los demás, en la medida de las propias fuerzas, siempre debe valer la pena.
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