Anchuras
Si se coló en el árbol genealógico de Jesús fue gracias a que se portó de maravilla protegiendo a los dos espías comisionados por Josué para inspeccionar la ciudad. Se alojaron en su casa por la noche (el narrador no precisa sus intenciones) y, cuando llegó la policía a detenerles, los escondió debajo de unos haces de lino salvándoles la vida. Como pago, les hizo prometerle que, cuando conquistaran la ciudad, la respetarían a ella y a toda su familia y esto les serviría de señal: colgaría en su ventana que daba a la muralla, una cinta roja.
Aunque a Jesús no le afectaba genéticamente el parentesco (era cosa de José, su padre putativo que siempre va cargando con semejante calificativo…), a mí me gusta pensar que, cuando escuchó en la sinagoga la historia de Rajab, debió caerle divinamente esta bisabuela suya (putativa también ella a su manera…), y quizá le sirvió de inspiración cuando afirmó aquello de que “las prostitutas nos precederán en el reino de los cielos…”
No me extraña que le gustara la generosidad de aquella mujer, su atrevimiento a la hora de correr riesgos y de tomar partido por perseguidos y amenazados. Y no me extraña tampoco que quienes se le acercaban respiraran a su lado tanta acogida y tanta anchura. Era un rasgo de familia.