Anchuras

Me parece que pocos recuerdan hoy que Jesús tuvo una antepasada que se llamaba Rajab, (La Ancha en hebreo). La nombra Mateo en su genealogía, pero comentaristas y predicadores han preferido pasar sobre su nombre como sobre ascuas, quizá para evitar que algún listillo curioso se pusiera a buscarla en la Biblia y se quedara estupefacto al enterarse de que Rajab se dedicaba activamente a la prostitución en la ciudad de Jericó (Cf Jos 2).

Si se coló en el árbol genealógico de Jesús fue gracias a que se portó de maravilla protegiendo a los dos espías comisionados por Josué para inspeccionar la ciudad. Se alojaron en su casa por la noche (el narrador no precisa sus intenciones) y, cuando llegó la policía a detenerles, los escondió debajo de unos haces de lino salvándoles la vida. Como pago, les hizo prometerle que, cuando conquistaran la ciudad, la respetarían a ella y a toda su familia y esto les serviría de señal: colgaría en su ventana que daba a la muralla, una cinta roja.

Aunque a Jesús no le afectaba genéticamente el parentesco (era cosa de José, su padre putativo que siempre va cargando con semejante calificativo…), a mí me gusta pensar que, cuando escuchó en la sinagoga la historia de Rajab, debió caerle divinamente esta bisabuela suya (putativa también ella a su manera…), y quizá le sirvió de inspiración cuando afirmó aquello de que “las prostitutas nos precederán en el reino de los cielos…”

No me extraña que le gustara la generosidad de aquella mujer, su atrevimiento a la hora de correr riesgos y de tomar partido por perseguidos y amenazados. Y no me extraña tampoco que quienes se le acercaban respiraran a su lado tanta acogida y tanta anchura. Era un rasgo de familia.
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