Moabitas y otras extranjerías
Moab fue hijo de aquella unión y dejó para siempre marcados a sus descendientes con una huella de indecencia y a las mujeres moabitas con fama de pérfidas y seductoras. Y claro los israelitas, que eran unos santos, pecaban una y otra vez por culpa de ellas.
Llega Rut, con su etiqueta de mujer fatal colgando del cuello y, para sorpresa del lector/a (“a ver qué nueva perversión nos trae ésta…”), fulmina cualquier prejuicio con su coraje, su fidelidad y su audacia y merece al final un colosal reconocimiento: es una “éshet jáyil”, una mujer valiosa, enérgica, comprometida y fiel. Se repite el mismo adjetivo del texto que antes se leía en las bodas: “Una mujer hacendosa (jáyil), ¿quién la encontrará? Es más preciosa que las perlas…” (Pr 30,10).
No le va mal a Rut lo de “hacendosa”: al describir su trabajo como espigadora, había recogido en una sola jornada el equivalente al salario de medio mes. Pero más allá de ese apelativo que incita a las mujeres a dedicarse recatadamente a las tareas del hogar, una buena traducción sería ésta: una mujer “de bandera”. Como si el narrador de la historia quisiera contestar a la pregunta: ¿”Quién la encontrará”? y respondiera: “.-Ya la hemos encontrado, está aquí, es esta chica moabita, no sigáis buscando”.
Continúan llegando a nuestras fronteras muchos nuevos moabitas/os y los recibimos con guantes y mascarillas, incluso con escafandra porque vete a saber lo que traerán. Nos asedian los bárbaros: más fronteras, más filtros, más vallas, más CIES.
Dinos algo, vieja Noemí, tú tan arriesgada y tan audaz, que acogiste a Rut la moabita dejando atrás tus recelos, prevenciones y miedos. Danos algo de aquella sabiduría tuya que te hizo intuir que era precisamente ella la que te traía el futuro.