Postraciones
El gesto de postrarse es un clásico en todas las religiones y no soy yo quién para criticarlo, que cada cual es muy dueño de elegir la postura que le parezca oportuna, siempre que se lo permitan sus rodillas.
Solo quiero aportar un par de consideraciones en torno al tema: una, que situarse tan abajo solo permite ver las baldosas del suelo o, todo lo más los angelitos descabezados que pueblan las peanas de las estatuas, cosa que resulta una penosa limitación.
Otra objeción, más sólida ésta y con la ventaja añadida de ofrecer un fundamento bíblico a mi falta de entusiasmo por las postraciones: cuando Israel allá por el s. VIII a.C. se preguntaba cómo agradar Dios (¿inmolamos holocaustos? ¿hacemos reverencias? ¿más golpes de muñeca con el incensario?), el profeta Miqueas se lo dejó clarísimo: “Ni sacrificios, ni ofrendas, ni inclinaciones, ni canturreos: lo que el Señor espera de vosotros es que aprendáis a amar con fidelidad y con ternura y que caminéis humildemente con Él”. (Cf Mi 6,8). Resumiendo: que menos postraciones, más honradez y más ternura.
Es más que probable que María escuchara ese texto de Miqueas detrás de la celosía de la sinagoga de Nazaret, así que me atrevo a pensar que, si le dejáramos elegir y como “verdadera hermana nuestra” que es (así reza el título del libro de la teóloga Elizabeth Johnson sobre su lugar en la comunión de los santos…), ella preferiría seguramente tenernos a su lado caminando mejor que arracimados a sus pies. Es solo una opinión.