Cuaresma igual a conversión, pero ¿sabemos de qué?

Cuando la semana pasaba iniciábamos la Cuaresma, lo hacíamos el miércoles de ceniza con las palabras del profeta Joel: “convertíos a mí de todo corazón… Rasgad los corazones y no los vestidos” (Jl 2, 12-13) y unos días después es el profeta Isaías quien nos invita a reflexionar sobre cual es el ayuno que el Señor nos demanda en este tiempo Litúrgico.
Nos pide que seamos capaces de luchar contra las injusticias, que rompamos aquellas cadenas que nos atan, que compartamos el pan con el hambriento, pan que si a nosotros nos sobra, es porque se lo hemos cogido al que no tiene, por lo tanto, lo que damos, no nos pertenece porque es de ellos (Is 58, 5-7).
También puede ser que acudamos a todos los actos Litúrgicos que la Iglesia nos ofrece en estos días: vía crucis, Oficios, meditaciones… y sin embargo, sigamos tan tranquilos pensando que lo que Dios me pide es no comer carne los viernes de Cuaresma, ésta es la práctica penitencial de los cristianos, nos quedamos ahí conscientes de que estamos cumpliendo la “norma” pero no nos damos cuenta que a lo que nos están exhortando estos días es a una conversión del corazón. ¿De qué nos sirve no comer carne o ayunar si esto no se traduce en un acercamiento al hermano, si nuestras penitencias cristianas no consiguen volvernos más sensibles y más solidarios?... quizá sería bueno preguntarnos cual es su significado, por qué lo hago, por tradición, obligación, simplemente lo hago sin más…
Cuando uno se convierte, su vida da un giro, va contracorriente, algo difícil en nuestros días donde nos sentimos arrastrados por una sociedad superficial y consumista.
Recordemos que Él fue el primero en ir contra corriente y por eso le mataron. Ser cristiano no es llevar una cruz colgada, es mucho más, es adherirnos al Evangelio, un Evangelio que es vida, cogerla y cargar con ella y con todas sus consecuencias…
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