Parece que Jesús ya no enamora ni seduce, que no toca los corazones. Se habla constantemente de la falta de vocaciones y es que con el tiempo es como si fuésemos envejeciendo y olvidando en una sociedad moderna donde lo que impera es la imagen y el consumismo. ¿Dónde hemos dejado a ese Dios apasionado por una vida más digna y humana, especialmente para los más pequeños y excluidos?, es como si quisiéramos ser “pequeños dioses” en la medicina, alargando la vida a toda costa, en la tecnología punta con los aparatos más sofisticados y así en una y otra cosa…
En medio de todo esto, es importante pararnos y volver a recuperar nuestra identidad. La identidad de seguidores de Jesús, aprender a mirar con sus ojos, a sentir con su corazón, a crecer en libertad, una libertad confiada y disponible.
Jesús compartía mesa con los pecadores, con los vulnerables y pequeños, sin embargo, a nosotros nos gusta compartirla con los poderosos, con los que podemos sacar “beneficios” siempre creyéndonos más que el otro… Somos humanos, Jesús ya cuenta con nuestra prepotencia y egoísmo, pero no lo alimentemos, intentemos ofrecer un rostro amigo, cercano, porque nuestro modo de acontecer y hablar a los otros, con el cuerpo y la palabra, es una declaración de cómo nos vivimos, valoramos y sentimos a nosotros mismos. Quizá deberíamos de pensar esto.