Un sano para cada día: 21 de abril S. Anselmo (El Padre de la Escolástica)
Que sepan estos falsos intelectuales que la fe no tiene por enemigo al conocimiento sino a la ignorancia
En un precioso Castillo con vistas al Mont Blanc veía la luz el que iba a ser la lumbrera de toda la Edad Media. Su padre Gondulfo y su madre Ermenbega, eran ricos e importantes personajes de la época, aún con todo no podemos decir que la infancia de Anselmo fuera fácil. El preceptor al que sus padres le encomendaron su educación hizo de él un niño arisco e insociable. Cuando su madre se dio cuenta de lo desgraciado que era su hijo quedó muy preocupada y trató de recuperarle, cosa que al menos en parte logró, ayudada por los monjes, pero cuando ella faltó su hijo tuvo que soportar a palo seco la dureza de su padre, hasta que un día ya no pudo más y se largó de casa. Anduvo un tiempo errante buscando algún emporio cultural que pudiera colmar sus ansias de saber, así hasta que oyó hablar de una abadía normanda llamada Bec y allí encaminó sus pasos.
En esta abadía habría de encontrarse con un hombre singular llamado Lanfranco, de quien un contemporáneo dijo” Sabía la gramática como Herodiano, la dialéctica como Aristóteles; la retórica como Cicerón y la sagrada escritura como S. jerónimo y S. Agustín”. Como era de suponer un hombre así habría de causar impresión en un enamorado del conocimiento como lo era Anselmo. La admiración por el sabio, en un principio, no tardó en engendrar la admiración también por el monje recogido, humilde y virtuoso que aparecía ante todos como el modelo a imitar. Es por ello que Anselmo un día decidió ingresar en la orden benedictina y a partir de aquí seguiría sus pasos, siendo su sucesor tanto en el monasterio de Bec como en la sede de Canterbury. En el brillante historial de Anselmo como abad, habría que destacar sin duda su vida virtuosa y su consagración al estudio, fruto del cual saldrían inspiradas obras como el Monologium y Proslogium. En cuanto obispo habría que destacar su fidelidad a Roma, defendiendo su independencia frente a las intromisiones regias, lo que, a la larga, le traería funestas consecuencias personales en forma de exilio.
Sin que sirva de menoscabo a su condición de hombre humilde, virtuoso y devoto de la Virgen, al hablar de Anselmo es obligado destacar su dimensión de pensador de primera talla, como lo fueron Agustín de Hipona o Tomás de Aquino. Le cabe la gloria de ser el Padre de la escolástica, prolongando su influencia hasta la teología actual. Algunos de los hermanos de religión le pidieron que de forma racionalmente argumentativa les expusiera las verdades de fe contenida en las Sagradas Escrituras, con el fin de que éstas pudieran ser más fácilmente asimiladas y comprendidas y por tanto más fácilmente interiorizadas. No le pareció mala la idea al sabio teólogo y puso manos a la obra, aun siendo conscientes que ello no iba a ser fácil e incluso algunos pensaron que podía ser hasta peligroso para la ortodoxia católica.
Así comenzaría una metodología destinada a dar abundantes frutos, que habría de traducirse en la famosa expresión que aparece por primera vez en el Proslogium: “fides querens intellectum” (La fe busaca el entendimiento) La afortunada fórmula habría de estar presente en la teología cristiana de todos los tiempos. A partir de esta intuición genial la razón y la fe caminarían juntas y se complementarían mutuamente a la hora de hacer teología. En una palabra, lo que Anselmo hizo fue poner en práctica lo que hoy llamamos la racionalización del dogma. Ya desde los tiempos de su estancia en la abadía de Bec, Anselmo vivía obsesionado con la posibilidad de llegar a probar de forma racionalmente irrefutable la existencia de Dios y no paró hasta conseguirlo, a través del universalmente conocido argumento ontológico, que contó con el asentimiento de los hombres más brillantes de la modernidad, como fueron Descartes o Leibniz. Anselmo, aunque a primera vista pudiera parecer que es un racionalista empedernido, no es así, sus escritos rezuman amor de Dios y están llenos de sobrenatural unción. No son la expresión de un pensamiento farragoso sino la de un espíritu sincero y profundo, que buscó apasionadamente la verdad, que le fue acercando cada vez más a Dios hasta quedar unido Él para siempre un 21 de abril 1109.
Reflexión desde el contexto actual:
Entre nosotros abundan los pseudointelectuales que van diciendo por ahí que el cristianismo no es más que una invención sin fundamento alguno, que pudo cumplir su papel en sociedades primitivas agrícolas, precríticas pero que, en una sociedad desarrollada como la nuestra, se ve superada por la crítica de la razón moderna. Quienes así piensan desconocen por completo el relato teológico discursivo de Anselmo, en el que fe y razón, no solo no se contraponen, sino que se complementan. Bien se ve que ignoran o no quieren darse cuenta de que el pensamiento cristiano es un pensamiento ilustrado que, aunque tenga la revelación como base y fundamento, confía al entendimiento una misión importante hasta poder decir “Cree para poder entender y entiende para poder creer. Que sepan estos falsos intelectuales que la fe no tiene por enemigo al conocimiento sino a la ignorancia.