Un santo para cada día: 23 de noviembre S. Clemente I (El papa de la concordia)
La Unión hace la fuerza y la dispersión engendra debilidad. Un reino no puede estar dividido y luchar contra sí mismo porque entonces es como tener el enemigo en casa. La dispersión, la herejía, los cismas, el separatismo, estuvieron presentes en el amanecer del cristianismo y representaron serios peligros que llegaron a poner en jaque su integridad como construcción humana; bien mirado, resultaba, hasta cierto punto lógico que hubiera problemas y conflictos, preferencias, opiniones, distintos puntos de vista, confrontaciones, crisis, mayormente en el caso de Corinto, ciudad cosmopolita, donde convivían gentes de diversas culturas y mentalidades, razón por la cual el pluralismo casi se hacía inevitable. Desde tiempos del apóstol Pablo estos partidismos se venían dando dentro de una misma comunidad, en la que unos decían que eran de Apolo, otros de Pedro y otros de Pablo, aún con todo el cristianismo no cesaba de expandirse, penetrando en todas las clases sociales, movido por la fuerza de la gracia y el espíritu. A la Iglesia como construcción humana y social le faltaba por hacer una estructuración organizativa, que con el tiempo habría de irse consolidando. En este sentido el pontificado de Clemente, el tercer sucesor de Pedro, supuso un paso importante hacia adelante.
Clemente probablemente nació y fue bautizado en Roma, llegando a ser uno de los Padres Apostólicos y figura señera de los primeros años del cristianismo, conocedor de las letras griegas. Una antigua tradición le emparenta con la dinastía de los flavios y según testimonio de Tertuliano había recibido de Pedro el diaconado, presbiterado y episcopado y según Orígenes colaboró con Pablo en la fundación de la comunidad de Filipos. El hecho de que tuviera contacto con quienes escucharon directamente las enseñanzas de Cristo dota a su testimonio de un atractivo especial.
Clemente alcanzó la suma dignidad eclesial y logró gobernar la Iglesia con acierto desde el año 93 hasta el 101, aunque dificultades no faltaron. Hacia el año 95 en alguna comunidad hubo conatos de levantamiento contra los presbíteros y obispos, lo que le obligó, en su condición de obispo de Roma, a escribir una carta donde pedía unidad y obediencias a los superiores. Afortunadamente esta carta se conserva y lleva el nombre de ”Epístola de Clemente a los Corintios”.
Dicha carta ha pasado a ser el primer documento papal de que disponemos. Va dirigida a la comunidad de Corinto, ciudad que había degenerado en la molicie y el vicio. En este escrito, que consta de 50 capítulos, podemos ver como su autor comienza lamentándose de que esta comunidad haya dejado de ser modélica, como antes lo había sido, por ello les llama la atención y les exhorta a la unidad y a la obediencia: “Seamos, pues, humildes, hermanos, poniendo a un lado toda arrogancia y engreimiento, y locura e ira, y hagamos lo que está escrito…. Consideremos los soldados que se han alistado bajo nuestros gobernantes, de qué modo tan exacto, pronto y sumiso ejecutan las órdenes que se les dan. No todos son perfectos, ni jefes de millares…sino que cada hombre en su propio rango ejecuta las órdenes que recibe del rey y de los gobernantes. Los grandes no pueden existir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Hay una cierta mezcla en todas las cosas, y por ello es útil. Pongamos como ejemplo nuestro propio cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada; del mismo modo los pies sin la cabeza no son nada; incluso los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el cuerpo entero, pero todos los miembros cooperan y se unen en sumisión para que todo el cuerpo pueda ser salvo.”
Clemente había podido sobrevivir a la persecución de Domiciano, pero con Trajano iban a cambiar las cosas y va a ser desterrado a Crimea para trabajar en las minas por su mera condición de ser cristiano, allí se encontraría con gran número de co-religionarios que le consideraron como su padre espiritual. “Ruega por nosotros Clemente, le decían, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.” Estando allí convirtió a muchos paganos, cosa que no agradaba para nada al emperador. Clemente comenzaba a ser un tipo peligroso. Un día se le pidió rendir culto a los dioses paganos y como éste se negara, fue arrojado al mar con un ancla al cuello que de forma simbólica aparecerá en su iconografía, no solo para conmemorar este hecho, sino también para significar la seguridad y firmeza de su magisterio durante el tiempo que estuvo pilotando la nave de la Iglesia. Del mar sería rescatado y sus restos habrían de ser trasportados a Roma por Cirilo y Metodio, donde hoy permanecen.
Reflexión desde el contexto actual:
Clemente ha pasado a la historia como el papa celoso de la armonía de la Iglesia Católica, sin que los cristianos hayamos acabado de entender la diferencia entre unidad y uniformidad. Dentro de la unidad es posible la diversidad, tal como dijera S. Agustín:”En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad y en todo caridad”. En estas pocas palabras queda condensada la pauta de comportamiento para la vida cristiana, auténtica regla de oro que todos los cristianos deberíamos tener presente