Un santo para cada día: 7 de septiembre S. Clodoaldo (El hombre que renunció al reino para convertirse en un ermitaño)
Clodoveo casado con Clotilde, que llegaría a ser santa, logró unificar bajo su mando el territorio francés fundando la primera dinastía merovingia
Nos encontramos en el siglo VI, los pueblos barbaros han ido posesionándose de los diversos territorios romanos repartidos por toda la geografía. Clodoveo casado con Clotilde, que llegaría a ser santa, logró unificar bajo su mando el territorio francés fundando la primera dinastía merovingia. A su muerte el reino quedó dividido entre sus cuatro hijos Teodorico I, Childeberto I, Clodomiro I y Clotario I. A Clodomiro el padre de Clodoaldo, (Cloud para los franceses), le tocó en suerte el reino de Orleans, por lo tanto a Clodoaldo, como infante que era, se le abría un horizonte prometedor, todo hacía pensar que su vida, de acuerdo con su posición, llegaría ser una vida plagada de aspiraciones y complacencias, pero nada más distinto de la realidad. Le tocaría vivir en un escenario de guerra, de muerte, de asesinatos, de violencia y de sangre. A esto es a lo que estaban acostumbrados estos pueblos bárbaros de carácter indómito y corazón aguerrido, forjados en la lucha.
En 523-524, vemos al rey Clodomiro en guerra con Segismundo, a quien venció y en venganza acabó con su vida, juntamente con la de su mujer y de sus dos hijos, pero Clodomiro a su vez sería vencido y muerto en guerra contra su primo Gondomar, rey de los borgoñeses, dejando tres hijos, Teodoaldo, Gunter y Clodoaldo. Los dos primeros fueron asesinados por sus tíos Childeberto y Clotario, temerosos de que algún día sus sobrinos pudieran reclamar como herencia legítima algunas de sus posesiones; el suceso resultó ser muy trágico, pero podía haber sido aún peor, porque dentro de lo malo, el pequeño Clodoaldo pudo salir con vida, quedando a la edad de 7 años bajo los cuidados de su abuela la reina Clotilde, viuda de Clodoveo.
En Paris sería criado con esmero, pudiendo disfrutar de todas las comodidades de la vida palaciega. De su formación cristiana se ocupó la virtuosa abuela a la que él obedeció y respetó. Más que por la vida palaciega que tan malos recuerdos le atraía, Clodoaldo se sentía atraído por la vida de piedad. Deseoso estaba de que llegara el día en que libremente pudiera él decidir su propio destino y vivir la vocación a la que se sentía llamado.
Cuando este día llegó, lo primero que hizo fue raparse la cabeza, ello era el signo entre estos pueblos de renuncia a sus aspiraciones regías, digamos una especie de ritual cargado de significado, por el que se perdía la noble condición. Tal indignidad, suponía quedar despojado del elevado rango para pasar a ser un plebeyo cualquiera, de aquí que hubiera quien prefiriera verse muerto antes de pasar por este trance. En el caso de Clodoaldo no hizo falta que nadie se lo pidiera, por propia iniciativa había tomado esa determinación y con ello, lo que estaba diciendo es que renunciaba a cualquier pretensión monárquica. Quedaban así despejadas todas las incógnitas, de modo que ya nadie podía mirarlo con recelo.
Su vida a partir de ahora sería la de un ermitaño solitario, dedicado exclusivamente al estudio y a la oración, a hacer penitencia y ayudar a los demás. Distribuidos generosamente sus bienes entre los más necesitados, se retiró a las afueras de Paris, donde encontró a Severino, experimentado ermitaño que le sirvió de guía. Allí iban a visitarle personas de toda condición, a las que instruía y aconsejaba. La ciudad estaba muy próxima y las gentes acudían con frecuencia a este lugar, por lo que llegó el momento en que allí ya no se podía llevar una vida de recogimiento; esto le obligó a trasladarse a la Provenza, donde viviría algunos años, pero tampoco era este el lugar que él buscaba, razón por la cual regresó nuevamente a Paris, donde ya era conocido y allí, a petición popular, fue ordenado sacerdote por el obispo Eusebio el año 551. Pasado un tiempo fundó el monasterio de Nogent-sur-Seine en las riberas del Sena, al Oeste Paris, cerca de Versalles, del que sería Abad, convertido posteriormente en Colegiata, conocida actualmente con el nombre de San Clodoaldo. Allí viviría hasta su muerte acaecida el año 560
Reflexión desde el contexto actual:
Clodoaldo, renunciando a todo lo que la vida le ofrecía, escoge vivir pobremente, ignorado de todos, para así poder pensar libremente en el “Unicum necesarium”. Con su silencio y abandono se aleja de la sabiduría del mundo, enseñándonos con el ejemplo de su vida, la docta lección de que fuera del amor de Dios y del prójimo, todo es vanidad. Aquello que nos acerca a Dios y a los hermanos tiene un valor inconmensurable e imperecedero, en cambio lo que nos aparta, en el mejor de los casos no sirve para nada. Quizás sea ésta la lección práctica más importante de la vida cristiana.