Un santo para cada día: 5 de abril Domingo de Ramos
En su entrada triunfal en Jerusalén. Jesús se ve acompañado de muchos seguidores que le aclaman; pero apenas pasados 5 días se verá solo por esas mismas calles de Jerusalén, portando la cruz
El Maestro había pasado la noche en Betania, alojado en la casa de Lázaro. La mañana había amanecido con una luz de primavera. Jesús y los suyos se disponían a salir hacia Jerusalén, que dista unos cinco kilómetros de Betania. Esta visita a la Ciudad Santa tenía unas características especiales que los discípulos no acertaban a comprender, pero el Maestra presentía todo lo que iba a suceder, sabía que era el comienzo del fin y sus días estaban contados, pareciera que antes de que sucediera lo que tenía que suceder el Santo de Dios quería despedirse de los suyos dejando constancia, aunque fuera por un día de su reinado espiritual.
Se había corrido la voz de que el resucitador de Lázaro estaba en Betania por lo que había mucha gente que le esperaba y cuando vieron que se dirigía hacía Jerusalén decidieron acompañarle por aquellos caminos serpenteantes y pedregosos; a medida que iban avanzando, el gentío era cada vez más numeroso, algunos iban delante, algunos iban detrás, unos le saludaban, otros tenían palabras de agradecimiento y los más hasta los niños le aclamaban y le vitoreaban diciendo ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo ¡ ¡ gloria en las alturas! Todo era alegría, todo era una fiesta. Al pasar por el caserío de Bestfajé había un asno atado y por indicación del Maestro los discípulos se lo trajeron. Antes de que se montara en él la gente se apresuró a enjaezarle con túnicas y mantas. Se cumplía así la profecía de Zacarías. “alégrate hija de Sion; salta de gozo hija de Jerusalén; he aquí a tu Rey que se acerca a ti, el Justo, el Salvador. Pobre y humilde, avanza sentado sobre una asnillo” las aclamaciones, los cánticos, los vítores arreciaban, más niños y mayores que aparecen portado ramas de olivo, de palmeras o sicomoros para esparcirlas en el suelo a su paso por allí. Todo el mudo gritaba jubiloso, todos parecían ebrios de alegría, todos menos el Maestro que parecía ajeno a lo que estaba pasando, como si la cosa no fuera con Él; pero al mismo tiempo parecía complacido por lo que veía a su alrededor, porque lo que ello significaba no era sino la glorificación del Padre en su persona
Estaba escrito que esto tenía que suceder y él lo aceptaba complacido y de una u otra manera tenía que cumplirse, por eso cuando sus enemigos, que le tenían sometido a un estrecha vigilancia, le piden que mande callar a la turba y ponga fin a esta algarabía, Él no hace caso de tal amonestación y con tono severo les contesta “ Os digo que si estos callaran gritarían las piedras” En esta ocasión Jesús no se escabulle, ni desaparece ante la multitud enardecida que le proclama como su rey, sino que da muestras de que lo acepta como algo esperado, como si hubiera llegado la hora de que el hijo del hombre fuera glorificado y todos tenían que ser testigos de su realeza mesiánica.
La comitiva había dejado atrás el torrente Cedrón entre una gran polvareda. El cortejo se dirigía hacia la puerta en medio de un griterío más fuerte que llegaba a oírse en el interior de las casas. ¿Qué sucede? ¿Qué pasa? Se preguntaban las gentes desde las terrazas. Es el profeta de Nazaret que está entre nosotros y la gente sin pensarlo se echaba a la calle porque ellos también querían ser testigos de este acontecimiento. Cuando llegaron al templo Jesús se bajó de la borriquilla para orar y continuar allí su labor profética. Al caer la tarde el maestro con sus discípulos emprendieron el camino de regreso a Betania, donde habrían de pasar la noche. Desde el siglo IV la iglesia viene celebrando esta festividad porque también ella quiere ser partícipe del triunfo de Jesús
Reflexión desde el contexto actual.
En su entrada triunfal en Jerusalén. Jesús se ve acompañado de muchos seguidores que le aclaman; pero apenas pasados 5 días se verá solo por esas mismas calles de Jerusalén, portando la cruz. En nuestra vida cotidiana, incluso los que nos consideramos sus seguidores gustosos, recorremos contentos los caminos de rosas; pero cuando nos toca acompañarle por los caminos de espinas nos desinflamos y nos venimos abajo.