Un santo para cada día: 30 de junio S. Ladislao Rey (El santo pacificador de Hungría que quiso ser para su pueblo “Rex et Sacerdos”)
Las recias tierras de Hungría habían sido desbrozadas y aradas por Esteban I, sembradas y regadas con abundantes lágrimas que reiteradamente había dejado caer sobre ellas. Sus gentes de dura cerviz se resistían a aceptar el evangelio, pero lo que unos con dolor sembraron en sus corazones, otros lo recogerían con gozo en forma de sazonados frutos. Ladislao de Hungría sería ese afortunado recolector de tanta semilla esparcida con esfuerzo y sudor.
Ladislao nació en lo que hoy es Polonia en el año 1040. Su padre Bela I perteneciente a la dinastía de Arpaz y su madre Riska hija del duque Miescelao II. Tuvo varios hermanos entre ellos Geza con el que mantuvo estrechas relaciones. Su niñez y juventud transcurrieron en un ambiente enrarecido por las intrigas políticas hasta que por fin Salomón fue reconocido por él y su hermano Geza, si bien llegó un momento en que las buenas relaciones se rompieron y Geza pudo ser coronado rey. Una vez fallecido éste en el año 1077 el reinado pasó a manos de Ladislao, de esta forma Hungría volvería a tener un rey santo dispuesto a seguir los pasos de su antecesor Esteban. Ladislao tenía muy asumido su papel de “rex et sacerdos” característico del periodo carolingio, por lo que se dedicó a restablecer en el Reino Húngaro las leyes cristianas que el gran monarca Esteban había dictado durante su reinado. Pensó que era indispensable poner en marcha una reforma que acabara con la simonía y amancebamiento de los clérigos. Tomando en cuenta las instrucciones del papa Gregorio VII, fundó diócesis, escuelas hospitales y monasterios, persiguió el robo, la usura y los crímenes, actualizó el código penal, consolidó la paz en su reino, poniendo en práctica una política de pactos. Durante su mandato Hungría se expansionó y los territorios anexionados, como Croacia fueron evangelizados.
A nivel personal fue un hombre piadoso, que rezaba, asistía a los actos litúrgicos, ayunaba y hacía duras penitencias, persona indulgente más inclinado a perdonar que a castigar, en definitiva, un hombre ejemplar que los suyos le conocían por el “Santo”. Consiguió que Esteban I y Emeric, el hijo de éste, fueran canonizados.
En 1095 sus deseos de unirse a la cruzada convocada por Urbano II no pudieron cumplirse, porque moría el 9 de Julio de este mismo año en la ciudad de Nitra en los montes Cárpatos, perteneciente por aquel entonces a territorio húngaro. Todo había quedado bien dispuesto, dejando en herencia el trono a su sobrino Colocán, hijo de Geza a quien se había encargado de educar convenientemente para el cargo, puesto que él no tenía hijos varones. Sus restos fueron depositados en el monasterio de Nagyvárad. Su pueblo le lloró y durante tres años guardó luto por él.
Años más tarde, en medio de una gran peste, surgió la leyenda de que en vida de S, Estanislao, Dios le había inspirado disparar una flecha de forma libre, sin apuntar y allí donde cayera se encontraría un remedio para la peste; así lo hizo y cuando fueron a recoger la flecha se encontraron con que la flecha había atravesado una flor parecida a la violeta, de la cual se podía extraer una pomada a la que dieron el nombre de “Ungüento de San Ladislao”.
Reflexión desde el contexto actual:
De Ladislao se dice que su gran logro fue consolidar la paz en su reino, poniendo en práctica una política de pactos que dio buenos resultados. Se podrá decir de él que ejerció a la vez de rey y sacerdote, lo cual visto con los ojos actuales, suena un poco a usurpación, pero esta componenda queda minimizada si tenemos en cuenta dos circunstancias que concurren a la vez: Primero que en aquellos tiempos no estaban bien definidos los límites del poder político y el poder religioso y segundo que en el caso de Ladislao concurren en una misma persona el gobernante y el santo, dándose cita conjuntamente en un mismo ministerio el ejercicio responsable de un administrador justo con el celo religioso del cristiano fiel, cumplidor de sus obligaciones.