Un santo para cada día: 29 de agosto Martirio de San Juan Bautista (“El mayor de los profetas”)
| Francisca Abad Martín
Cuenta el historiador judío Flavio Josefo, que Herodes el Grande había hecho construir un castillo-fortaleza, llamado Maqueronte, al oeste del Mar Muerto, que era según Plinio, la fortaleza más segura, después de la de Jerusalén. Servía de recio baluarte contra los nabateos, que amenazaban constantemente a los estados herodianos, pero además de ser una recia fortaleza, en su interior era un lujoso palacio, dotado de todas las comodidades y lujos a que podía aspirar un rey en esos tiempos. Tenía una doble ventaja, por una parte, defensa de las fronteras y por otra, casa de recreo y placer, donde Herodes solía pasar largas temporadas.
Y es el mismo Flavio Josefo, quien nos cuenta el terrible drama, el martirio que, al estilo de los emperadores romanos de épocas posteriores, habría de sufrir el más grande de los profetas de Israel, Juan el Bautista, aquel de quien dijo Jesús: “Yo os digo que no hay entre los nacidos de mujer, nadie mayor que Juan” (Lc 7, 28-29). Juan, después de haber pasado un tiempo en el Jordán, predicando la conversión y bautizando a las gentes, incluso al mismo Jesús, se habría acercado hasta la fortaleza de Maqueronte y desde allí recrimina al rey Herodes su vida de adulterio y de pecado, pues Herodes había tomado como mujer a la que era esposa de su hermano, viviendo con ella una vida de lujos y placeres. Herodes temía a Juan, lo consideraba un profeta, un hombre justo y aunque no le gustaba que le echara en cara sus muchos pecados, se resistía a hacerle daño. A Juan se le había advertido reiteradamente que no debía hacer críticas públicamente al poder real, porque ello podía menoscabar su reputación; el profeta no hizo caso de tal advertencia y se mantuvo fiel a lo que él creía que era su obligación. Herodías, nieta de Herodes el Grande, no opinaba lo mismo, odiaba a Juan, y lo que quería es que se le diera un escarmiento.
Al final los soldados acabaron prendiendo a Juan para encerrarle en una oscura mazmorra en los sótanos del castillo. A veces allí se acercan sus discípulos preocupados, están oyendo las cosas que hace Jesús y van a preguntarle, de parte de Juan, si es él el Mesías o tienen que esperar a otro. Jesús no les afirma ni les niega nada, solo les dice: “Contadle a Juan lo que estáis presenciando: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los muertos resucitan” (Mt 11, 2-7).
Llevaba ya Juan unos cuantos meses encerrado cuando, con motivo de su cumpleaños, dio Herodes un gran banquete, al que invitó a todos los magnates. Al final del banquete Salomé, la hija de Herodías, entró y danzó, gustando mucho a Herodes. Éste le dijo: “Pídeme lo que desees y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino y lo juró delante de los invitados”. Ella consultó a su madre y ésta vio que se le pintaba la ocasión de oro para acabar con el Bautista y le dijo a su hija que le pidiera su cabeza. La joven le dijo al rey: “Quiero que me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista·”. El rey se entristeció, pero como lo había jurado delante de todos, no podía echarse atrás y dio la orden al verdugo. Al instante tenía la joven en sus manos una bandeja con la cabeza del Bautista. Ella se la entregó a su madre. El cuerpo de Juan, arrojado al foso, fue recuperado por sus discípulos para darle sepultura.
Reflexión desde el contexto actual:
Siempre ha sucedido así, los que se enfrentan al poder, enarbolando la bandera de la justicia y la verdad, son los que se la juegan; en cambio los que contemporizan, aplauden y se ajustan a lo “políticamente correcto”, podrán vivir sin sobresaltos ciertamente, pero carentes de dignidad e interiormente sentirán la vergüenza propia de los cobardes. Juan Bautista se nos presenta como ese hombre fuerte de Dios por quien los débiles y pusilánimes se habrán de sentir siempre interpelados. En la audiencia del 29 de agosto de 2012, Benedicto XVI en referencia a esta festividad nos decía que: "celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas".