Un santo para cada día: 26 de febrero San Alejandro de Alejandría (De talante conciliador, sin bajar la guardia)
El Patriarca Alejandro, podía ya morir en paz con la misión cumplida, cosa que sucedería poco después en el año 326, sabiendo que su sucesor en el cargo habría de ser su hijo adoptivo Atanasio, llamado continuar la lucha contra el arrianismo
En el trascurso de la segunda mitad del siglo III vamos a ser testigos de una de las controversias teológicas de mayor calado que se hayan producido en la historia de la Iglesia y que va a tener como protagonista a uno de los hombres mejor cualificados de su tiempo. Su nombre es Alejandro, nacido en Alejandría, hacia el año 250. Sobre él nos han llegado algunos datos de los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto, aparte naturalmente de la información aportada por S. Atanasio. Por todo cuanto se nos dice debió tener un buen carácter, apacible y bondadoso. Sentía secreta admiración por los monjes que se retiraban del mundo para dedicarse solo Dios, predilección sentía también por los débiles y los menesterosos. Conoció a Atanasio siendo éste todavía un niño, convirtiéndose en su protector, así le vemos salir en su defensa en la polémica que por entonces se había suscitado sobre la validez de aquellos bautismos llevados a cabo por este intrépido niño, cuestión que fue zanjada obteniendo su total beneplácito. Llegó a ser tanta la confianza puesta en Atanasio, que antes de morir quiso dejar todo bien atado para que llegado el momento fuera él quien le sucediera en la sede episcopal y tomara el relevo en la lucha sin cuartel contra el arrianismo, en la que Atanasio acabaría convirtiéndose en el gran campeón.
También estaba dotado Alejandro de un talante conciliador, promoviendo la concordia entre las iglesias de Egipto, sobre temas referentes a la celebración de la Pascua y en aquellos otros en que se cuestionaba la obediencia al obispo. Aún con todo tampoco faltaron signos de firmeza cuando el caso lo requería. No podemos olvidar que él fue el primero en condenar a Arrio y esto después de haber sido su principal protector, pues gracias a él Arrio fue ordenado sacerdote. Cuando Alejandro fue nombrado obispo como sucesor de Aquillas, allá por el año 313, las relaciones entre ambos durante los primeros años puede decirse que eran cordiales y debido a ello Arrrio según asegura el historiador Filostorgo apoyó decididamente su candidatura, aunque la opinión no es compartida por Teodoreto quien asegura que Arrio aspiraba a este puesto y al ver que se lo arrebataba Alejandro no lo pudo digerir viéndole a partir de entonces como un enemigo. Sea como fuere el hecho es que las relaciones entre los dos se fueron deteriorando y las diferencias doctrinales iban siendo cada vez mayores. Llegó un momento en que Alejandro se vio en la obligación, en razón de su cargo, de cambiar su bondad natural por la firmeza, aunque haya alguien que piense que pudo haber también parte de intransigencia.
El caso es que Arrio no cesaba en manifestarse abiertamente, predicando extrañas doctrinas sobre Jesucristo, a quien consideraba como una criatura dotada ciertamente de muchas excelencias, pero en manera alguna equiparable a Dios. Como consecuencia práctica de esta doctrina, la Redención ya no podía ser infinita, porque Jesucristo no lo era, sino que tan solo podía ser limitada. No sirvieron para nada los avisos de su obispo, sino que la cosa fue tomando cuerpo y lo que comenzó siendo un grupito de disidentes se iba extendiendo a otros sectores más amplios. Incluso los dos Eusebios el de Cesarea y el de Nicodemía si no favorables del todo al arrianismo, al menos se mostraron bastante condescendientes. Alejandro pensó entonces que no podía permanecer indiferente y acabó excomulgando a Arrio, con el consenso de los obispos de Egipto y Libia; pero de poco sirvió la excomunión, el asunto acabó yéndosele de las manos al patriarca de Alejandría y envenenándose cada vez más, motivo por el cual tuvo que intervenir el emperador Constantino, quien se vio obligado a hacer de mediador en la controversia, pidiendo tanto a Arrio como a Alejandro que moderaran sus posturas en pro de la paz, sin que al exhortación surtiera efecto alguno, por lo que tuvo que acabar pidiendo a su consejero religioso Osio de Córdoba que interviniera en el conflicto.
El obispo de Córdoba se da cuenta rápidamente que el asunto no es cuestión de diferentes formas de expresión, sino que es cuestión de gran calado que compromete la esencialidad de la fe cristiana. Habla con Alejandro, y la conclusión a la que llega no es otra que es preciso celebrar una Asamblea General de todos los obispos y así se lo hace saber a Constantino, quien convoca inmediatamente el que habría de conocerse como el concilio de Nicea en el año 325. A él asisten trescientos dieciocho Padres, entre los que se encuentra naturalmente el anciano Alejandro, acompañado de su joven secretario Atanasio. Ambos pudieron ver con satisfacción como el arrianismo era condenado solemnemente. El Patriarca Alejandro, podía ya morir en paz con la misión cumplida, cosa que sucedería poco después en el año 326, sabiendo que su sucesor en el cargo habría de ser su hijo adoptivo Atanasio, llamado continuar la lucha contra el arrianismo.
Reflexión desde el contexto actual:
A través de estas notas biográficas de Alejandro de Alejandría hemos tenido ocasión de asomarnos al naciente cristianismo y poder así comprobar cómo ha ido madurando la teología y como se ha ido armando con fórmulas cada vez más precisas, para ir dando expresión al credo de forma más precisa. Los tiempos han ido cambiando y hemos podido ver cómo después del concilio Vaticano II el anatema ha sido sustituido por el diálogo y ya en nuestros días las preocupaciones apuntan no tanto hacia la ortodoxia, cuanto a la ortopraxis. Es decir, la puesta en práctica de lo que se cree